A finales de los cincuenta, Salvador Botella era el tercer grande del pelotón español, algo oscurecido por la rivalidad Loroño-Bahamontes. En invierno solía entrenar sobre un mismo recorrido, por la carretera de Benifaió a Almansa. Un día notó que a discreta distancia le seguía otro ciclista. Apretó, y el perseguidor se mantuvo a la distancia. El asunto se repitió varias veces hasta que un día se paró y le interpeló.
Resultó ser Angelino Soler, corredor aficionado de Alcàsser (Valencia), que quería probarse viendo si era capaz de seguir al ídolo. Ante tan buena disposición le recomendó para la sección de aficionados que iba a crear su equipo, el Faema, para la Vuelta a los Pirineos.
Así se impulsó la carrera ciclista del hombre que hace 60 años conmovería los cimientos de nuestro ciclismo al ganar, con sólo 21, la Vuelta a España, ante los consagrados del pelotón español más el temible equipo belga Groewe, “los diablos verdes”, con los prestigiosos De Mulder y Messelis, los franceses Mahé y Dotto, el portugués Barbosa y el italiano Sabaddin,
Para entonces ya había cubierto su etapa de aficionado y como profesional se había apuntado un éxito la Vuelta a Andalucía de ese año, 1961, que corrió gracias a un permiso en la mili. A la Vuelta fue con un nuevo permiso (luego los tendría que devolver, licenciándose tres meses después de su quinta) y como gregario. El Faema tenía tres aspirantes, Suárez, Botella y Gómez del Moral. En otros equipos estaban Loroño, Pérez Francés, Manzaneque, Karmany, Julio Jiménez… Sólo faltó Bahamontes.
La Vuelta empezaba en San Sebastián, cruzaba a Cataluña, bajaba por el Mediterráneo hasta Bendidorm, luego giraba hacia Madrid y subía por Castilla para terminar en Bilbao. Tanto norte se explica porque el organizador era El Correo Español-El Pueblo Vasco.
Lo de Benidorm merece una parada. Aquel año fue el del legendario viaje en Vespa del visionario alcalde de Benidorm, Pedro Zaragoza, a Madrid, donde logró entrevistarse con Franco y conseguir de éste que autorizara los bikinis, episodio fundacional del boom turístico inmediato con epicentro en Benidorm. En su afán de hacer sonar su ciudad consiguió incluirla en la Vuelta.
En la sexta etapa, Tortosa-Valencia, se produjo una escapada bidón de nueve hombres que resultaría decisiva. La meta estaba en un velódromo improvisado en Mestalla, lleno a reventar, y allí el novel Angelino Soler ganó el sprint ante la euforia de todo un estadio puesto en pie. Inolvidable. Llegaron con nueve minutos de ventaja, 10 para Soler por el de bonificación. Saltó del 30º al 3º. No le faltaron críticas porque quedó líder uno de los belgas, Seynaeve, y parecía que iba a ser difícil quitarle de ahí. Soler había tirado más que nadie en la escapada, más que nadie. Había gastado fuerzas, se decía, para provecho de un belga. Otros opinaban que Seynaeve, especialista en ciclocross, caería como fruta madura.
Efectivamente, en la Madrid-Valladolid, el maillot pasó a su compatriota Messelis. Ese día Soler, sin ayuda de sus compañeros, perdió dos puestos. Pero el día siguiente los recuperó en la contrarreloj Valladolid-Palencia. Y tercero llegaría a las montañas del norte, con varios faemas bien colocados pensando en todo menos en él.
En la etapa reina, Santander-Vitoria, se produjo un hecho insólito: la colaboración entre todos los equipos españoles, generalmente a la greña. Descolgaron a Messelis, que salvó el liderato por los pelos. Angelino Soler fue de los que más trabajaron. Esa noche el director de Faema, Bernardo Ruiz, le dijo que se había equivocado, le pidió disculpas y le comentó que en la siguiente, Vitoria-Bilbao, trabajarían para él. Así fue. Faema en bloque trabajó en beneficio de Angelino Soler, que estuvo a la altura. Messelis se derrumbó.
Así que ya corrió como líder la última etapa, Bilbao-Bilbao, que empezó con susto: una montonera en la que se hirió en la nariz y le costó recuperar su bicicleta, deslizada bajo un camión. Pero todo pasó, volvió la calma y ganó la carrera con 51s sobre Mahé y 2m23s sobre Pérez Francés. Décimo fue Jesús Loroño, a 7m47s. A todos ellos y a unos cuantos más les ganó por los 10 minutos conseguidos en el velódromo de Mestalla… y por su forma de defenderlos en solitario.
En la época era sensacional que alguien ganara la Vuelta con 21 años. Se valoró su condición de ciclista completo, se le auguró un gran futuro. Por desgracia no fue así. Alguna caída inoportuna, alguna enfermedad inoportuna, el fichaje por un equipo italiano, en el que no se adaptó. La montaña del Giro y cuatro etapas más un sexto puesto en el Tour fueron lo mejor que hizo tras aquel gran arranque. Casado con 25 años, lo dejó con 28, la edad en la que entonces la mayoría alcanzaba la plenitud, para dedicarse a sus negocios.
Pasó por el ciclismo como un meteoro. El Meteoro de Alcàsser, como le apodaron tras su rutilante victoria en Mestalla.
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