Podría parecer el fragmento de una película cómica: tres candidatos con el mismo nombre y apellido, Boris Vishnevsky, la misma barba cana y una calvicie incipiente similar compiten por un puesto en las elecciones rusas de este fin de semana. Vishnevsky, del partido liberal Yábloko y un histórico crítico contra el Kremlin, se mide esta vez además a dos clones, candidatos saboteadores que buscan dividir el voto y despistar a los electores. Una técnica, la de los sosias, que brotó en los años noventa, que ha llegado a nuevos extremos en el caso del político de Yábloko: los dobles han cambiado legalmente su nombre y apellido.
El episodio es solo una más de las maniobras de presión, sabotaje y bloqueo a la disidencia por parte de las autoridades rusas de cara a las cruciales elecciones de este domingo, cuando la ciudadanía rusa elegirá un nuevo parlamento. El Kremlin quiere garantizarse el control total sobre la próxima cámara legislativa, que seguirá vigente en 2024, cuando expira el mandato actual del presidente ruso, Vladímir Putin, y cuando debería decidir, a más tardar, si se presenta a otras presidenciales, tal y como le permite la constitución tras la reforma del año pasado. Entonces puso su contador presidencial a cero permitiéndole concurrir dos veces más y perpetuarse así en el poder hasta 2036. El Kremlin niega maniobras sucias o presiones y ha cargado contra los supuestos intentos de “injerencia” extranjera en los comicios, en los que el ambiente electoral brilla por su ausencia y la abstención es un gran temor para las autoridades.
La popularidad de Rusia Unida, el partido apoyado por el Kremlin, está bajo mínimos –con un 29% de intención de voto, según los últimos sondeos—. Y con el descontento social creciente por la crisis económica y la imparable inflación y una apatía electoral generalizada, las autoridades están agudizando sus maniobras e iniciativas para mantener la supermayoría de dos tercios actual. También el dominio en los Gobiernos regionales y consejos municipales: algunos se decidirán también este fin de semana.
Putin ha anunciado un carrusel de pagas extras para jubilados y militares. Y Rusia Unida ha emprendido una campaña de lavado de cara, colocando como cabezas de lista por primera vez a figuras populares como el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú o el de Exteriores, Serguéi Lavrov. Putin se había desvinculado de esta formación, de la que no es miembro oficial, para no dañar más su popularidad. Aparte de estas maniobras que no quiebran la legalidad, las autoridades añaden cada vez más movimientos oscuros.
Como el de los candidatos clones. “Es todo una maniobra de Rusia Unida para obstaculizarme en los comicios”, dice por teléfono el Vishnevsky real, que compite por un puesto de diputado municipal en San Petersburgo. “Este quizá no es el caso más atroz sino el más ridículo: se ha hecho de forma tan torpe y estúpida que se han convertido en el hazmerreír de todo el país”, insiste el político. Diferenciarle de sus clones requiere atención al patronímico —los rusos usan este derivado del nombre del padre— y fijarse en que en los carteles informativos electorales el Vishnevsky original lleva corbata.
Su caso no es único. A Natalia Mijailova, que se presenta a la Duma regional de la región de Amur, en el Lejano Oriente ruso, por el partido LDPR también le han salido dos clones. “Me encuentro con problemas todo el tiempo”, dice Mijailova, a la que a principios de año, tras publicar una investigación sobre las concesiones de poca calidad para las obras de carreteras de la región, le quemaron el coche. “Lo peor es que esta técnica sucia de los clones ni siquiera está prohibida por la ley electoral”, señala la política, que antes de pasarse a las filas del partido del populista Vladímir Zhirinovski fue diputada municipal independiente.
Unos 30 candidatos con apellidos sospechosamente iguales o similares participan en las elecciones a la Duma del Estado, según una investigación del diario gazeta.ru. Los más afectados son los políticos del Partido Comunista, el mayor partido de la oposición —aunque considerado “oposición sistémica”, tolerada por el Kremlin y que le respalda en los asuntos decisivos—, y el que más opciones tiene de crecer en estos comicios.
Con tres días de votación que se inician este viernes, los críticos aseguran que las de este fin de semana son las elecciones menos libres en Rusia en décadas. El Kremlin ha aplastado a la oposición real, con el opositor Alexéi Navalni entre rejas y la gran mayoría de sus colaboradores y aliados vetados para participar en los comicios. La justicia rusa declaró a sus organizaciones “extremistas” con carácter retroactivo. Las autoridades también pugnan contra los gigantes de internet —por ahora con éxito— por bloquear la iniciativa de Navalni de “Voto inteligente”, una aplicación que detecta qué candidato tiene más posibilidades de ganar contra Rusia Unida.
La persecución del resto de la disidencia es constante, denuncian las organizaciones de derechos civiles. Es el caso de Dmitri Gudkov, del Partido de los Cambios, forzado al exilio, o Andréi Pivovárov, de Rusia Abierta (vinculada al magnate ruso exiliado Mijaíl Jodorkovski, uno de los críticos más visibles a Putin en occidente), en prisión acusado de pertenecer a una organización “indeseable”.
Bloqueo de candidatos
Los métodos de bloqueo son variados, asegura la opositora Violetta Grudina, que hasta hace poco lideraba la organización de Navalni en Murmanks. Ahora denuncia que las autoridades de la región la hospitalizaron “a la fuerza” en una unidad covid para evitar que pudiera completar el proceso de registro electoral.
También se está viviendo un acoso a los medios independientes y a las organizaciones civiles “sin precedentes”, asegura Roman Udot, copresidente del movimiento Golos, una organización independiente que monitoriza elecciones también declarada “agente extranjero”, lo que podría dificultar todavía más su trabajo. “Siempre ha habido grandes problemas de transparencia en las elecciones rusas, pero esta vez se tomaron medidas inéditas para destruir la posibilidad de control civil”, afirma Udot.
El hecho de que la votación dure tres días (con sus dos noches) y en puntos diversos dificulta el control contra el fraude, dice Golos. Algunos maestros han denunciado ya que sus superiores les están forzando a registrarse para votar online. El 14% de todos los empleados de plantas industriales en Rusia aseguran haber recibido presiones para registrarse, según una encuesta de VTsIOM, un grupo de sondeos financiado por el Estado. Este año, además, las autoridades han cortado la transmisión en vivo de las imágenes de los centros electorales. Tampoco habrá misión de observación de la OSCE.
Propaganda negra
El Partido Comunista asegura también estar sufriendo la llamada “propaganda negra”, una campaña de trapos sucios en varias regiones con el objetivo de “desprestigiar” su imagen. En una de las más señaladas, de finales del mes de julio, Víktor Mojov, conocido como el “maníaco de Skopin”, que cumplió 17 años de prisión por secuestrar y violar durante varios años a dos adolescentes, apareció en varias imágenes en canales de Telegram ataviado con una camiseta del Partido Comunista y asegurando, supuestamente, que apoya al partido de Gennadi Ziuganov. La histórica formación política habla de “difamación”.
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