El Celta no arranca y cae ante un Cádiz exprimido


Con apenas 87 pases completados en 95 minutos, el Cádiz sumó su primera victoria de la temporada en la Liga. La victoria en el fútbol tiene caminos muy diferentes. El Celta, que suma un punto de quince posibles, aguarda otra fortuna, dolorido porque le están pesando más los problemas que las soluciones. En el duelo que debía significar el despegue se pegó un tortazo ante un rival al que ya todos tienen escrutado. El Cádiz es un dolor de muelas, pero pocos analgésicos lo alivian. Su libreto del Cádiz es prosaico, pero cuando el equipo lo interpreta bien le lleva a poéticas victorias. En el fútbol el sufrimiento es un bello sentimiento si acompaña a la victoria. Así se llevó los puntos de Balaídos el equipo amarillo.

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El Cádiz se presentó al partido con una sospecha que se convirtió en una certeza. Entendió que si se apostaba tras la línea que marcaba la pelota y cerraba los caminos hacia su portería algo pasaría en la opuesta, no ya por una cuestión de probabilidades sino porque el rival es propenso al lío. Así sin grandes alharacas, con dos envíos a la carrera para que un delantero se buscase la vida, provocó dos goles que dinamitaron el partido en los minutos que precedieron al descanso.

Ese receso le llegó al Celta en plena depresión, impotente por su ineficacia, desesperado por no saber cómo hincarle el diente al rival. Dos veces tiró a gol el equipo de Coudet, alejado de su habitual producción atacante. Cervi descerrajó sobre el larguero una volea a bote pronto en los albores del partido. Y de ahí hasta el final de la primera parte nadie molestó al portero del equipo andaluz hasta que, ya con un pie en el vestuario, Hugo Mallo buscó el gol de zurdazo lejano para avivar la palomita de Ledesma.

Entre medias el Celta fue muy poquito, atrapado en un ritmo bajo, sin disponer de la continuidad en la excelencia a la que no hace tanto le tenía acostumbrado Iago Aspas. Álvaro Cervera, técnico del Cádiz, había trazado además otro plan: situó a Fali por delante de la zaga como stopper, pero sobre todo como vigilante de Denis Suárez. Y, simplemente, borró del campo al centrocampista gallego, relevado al descanso. Fali tomó entonces la referencia de Aspas.

En ese tiempo de reconstrucción, Coudet removió cimientos. Decretó tres cambios, acumuló hombres en ataque y desnudó la zaga, que se quedó al cuidado de Hugo Mallo (luego fue Tapia el que se replegó) y Jeison Murillo, con Solari y Galán casi como extremos y una colección de futbolistas por dentro y cerca de las zonas de remate. El Celta trató así de reparar un roto que creció de algo que apenas parecía un hoyuelo, un resquicio por el que se coló la victoria del Cádiz. Un balón largo a Sobrino, sin apoyos, se convirtió en una falta lateral que Alarcón botó con maestría porque aplicó una rosca y una altura apropiada para que la pelota se sumergiese en un mar de coronillas. La que apareciese convertiría el esférico en veneno para la meta del Celta. Brotó la de Lozano y el gol fue inevitable.

El Cádiz había sacado el martillo para dar un golpe. No lo guardó. Cuatro minutos después de hacer diana, otra recuperación defensiva buscó el galope del propio Lozano, que se midió a Fontán, blando en el cuerpo a cuerpo y equivocado cuando el duelo llegó a la meta y empujó al delantero hondureño. El penalti se lo repelió Dituro a Salvi. Al borde del área unos y otros habían sacado billete preferente para ver la acción. Espino prefirió protagonizarla, buscó el rechace y lo llevó a la red. El Celta miró hacia el VAR la ilusión de una salida nula, pero no la hubo. Espino fue el más listo de todos.

Para entonces Coudet ya tenía a los recambios ejercitándose en el lateral. Brais Méndez y Nolito, que se habían caído del once, entraron para buscar la audacia que había abandonado al equipo. El brasileño Galhardo entró para ocupar zonas de remate. La pelota empezó a moverse a otra velocidad. Aspas y Méndez tomaron los mandos y marcó Santi Mina en el inicio de la avalancha local. Entonces el que buscó otro aliento fue Álvaro Cervera. El triple cambio, con veinte minutos por jugar, fue suyo y uno de los que se marchó al banquillo fue el meritorio adolescente Bastida, que con 17 años aguantó el tirón de un partido que le demandó al Cádiz despliegue y sufrimiento.

Las piernas frescas fueron gasolina para el Cádiz, que ya sólo iba detrás de la pelota, esforzado en tapar espacios por más que Santi Mina se empeñase en encontrarlos para exhibir remates imposibles. A la tremenda fue el Celta en los últimos minutos. Aspas, que siempre está aunque no lo parezca, remató de cabeza al larguero. Atrincherado, se exprimió el Cádiz para achicar centros, bloquear remates y juntarse a la espera de los tres pitidos. Otra vez el larguero, por mediación de Murillo, cabeceó el Celta, que se fue con la sensación de haber llegado tarde al partido.

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