El pasado 16 de septiembre cumplió 87 años en La Habana la etnóloga y escritora cubana Natalia Bolívar Aróstegui. Dueña de una historia y un humor muy especial, autora de una docena de libros de las religiones afrocubanas y protectora de mil anécdotas, muchas de ellas impublicables, en su cumpleaños Natalia recibió a sus amigos y convirtió la reunión en su apartamento de Miramar en una animada tertulia. Como siempre, Natalia regaló a los visitantes cuentos fabulosos de su vida, incluidos algunos de acciones armadas y torturas sufridas, pues, hay que recordar, Natalia fue una mujer de armas tomar: nacida en una familia de apellido aristocrático, estudió arte hasta que en los años cincuenta se sumó a la lucha insurreccional y pegó tiros contra Batista, pero no en el grupo de Fidel Castro sino en el del Directorio Revolucionario; durante años fue subdirectora del Museo Nacional de Bellas, pero por su carácter contestatario y su oposición a la venta de fondos de la institución fue castigada a limpiar tumbas en el cementerio y después a trabajar en la agricultura; tuvo varios esposos y numerosos amantes, a alguno de los cuales echó de casa a punta de pistola y hasta lo dejó cojo; creó el museo Napoleónico y después el Numismático, donde hizo brujería con sus amigos de la regla de Palo Monte para “neutralizar” a un ministro revolucionario que la había tomado con ella, y lo consiguió; en 1990, cuando todavía en su país ser religioso era un estigma, publico “Los orishas en Cuba”, un verdadero vademécum de la santería que fue un superventas y sorprendió a las autoridades.
Hace 30 años, en casa de Natalia Bolívar un pequeño grupo de familiares y amigos solíamos reunirnos los domingos a almorzar y comentar los últimos acontecimientos. Cuba estaba en pleno Periodo Especial, los apagones eran de 12 horas diarias y más, y aquellos encuentros eran la vida: además de desconectar de las miserias cotidianas, uno se enteraba de cosas y episodios insólitos, ocurridos en el presente o en el pasado. Era un baño de inmersión en la Cuba profunda. Una tarde –terminaba el verano de 1994–, Natalia contó que había recibido el día anterior la visita del jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana, Patrick Sullivan. La crisis de las balsas estaba en su apogeo, y aunque a partir de un momento la administración de Bill Clinton comenzó a recluir en la base de Guantánamo a los balseros recogidos en altamar, cientos de cubanos seguían lanzándose al Estrecho de la Florida cada día. Sullivan sabía que Natalia se movía en el mundo de los babalaos, santeros y paleros, y lo que era más importante, conocía a sus líderes. Antes de lanzarse al mar, muchos balseros iban a consultar su futuro con los sacerdotes de Ifá en el tablero de Orula. Y Sullivan le pidió a Natalia que por favor hablara con ellos para que recomendasen a sus ahijados no tirarse al mar, pues Estados Unidos ya no les daría asilo. Como Natalia dudó, entonces Sullivan le rogó que convocara a los principales líderes religiosos afrocubanos, que él mismo se lo explicaría.
– “Mire”, le respondió Natalia, “mejor que yo no haga eso, porque lo que va a pasar es que todos le van a pedir a usted el visado, pues la mayoría se quiere ir a Estados Unidos”.
En otra de aquellas sobremesas aderezadas con café y ron peleón, salió el tema de las aventuras locas en las que se había enfrascado la revolución por iniciativa del Comandante. La escultora Rita Longa, prima de Natalia y una de las artistas más destacadas de su generación, contó su experiencia con la ingeniería genética y la famosa vaca Ubre Blanca. La historia comienza a mediados de los años sesenta, cuando Fidel tuvo la idea de crear una ganadería criolla cubana que fuese mezcla de la raza Holstein con el cebú africano. El objetivo era conseguir un ganado de calidad, que produjera mucha leche y a la vez fuera capaz de resistir las duras condiciones del caluroso clima cubano. Con esa política genética, el Gobierno importó sementales y vacas de Canadá y Holanda y se realizaron los primeros cruces. Así surgió la llamada F1, a la que siguió después a la F2 (25% cebú y 75% Holstein), historia que culminó con el fenómeno de Ubre Blanca, la vaca-madre-emblema de la revolución cubana.
En realidad, el primer personaje del cuento es el semental Rosafé Signet, importado de Canadá a comienzos de la revolución. Rosafé fue junto a Castro uno de los “padres” más famosos de este singular proyecto de inseminación artificial que debía cambiar la historia de la ganadería cubana, por lo que antes de morir Fidel tuvo la idea de inmortalizarlo. Con ese propósito se puso en contacto con la escultora Rita Longa y le pidió realizar una escultura en vida del toro y a tamaño natural. Al principio Rita Longa no dio crédito.
– “¿Pero cómo voy a hacer yo una escultura de un toro, Comandante?”, exclamó.
Rita Longa, contemporánea del pintor Wifredo Lam y del escultor Agustín Cárdenas, tenía obras emblemáticas repartidas por La Habana, empezando por la bailarina que te recibía al llegar al Cabaret Tropicana o la soberbia escultura de la Virgen del Camino, situada en la plaza habanera del mismo nombre. Rita contaba que aquella idea le pareció un despropósito, pero tras el susto inicial y para salir del paso le explicó a Fidel Castro que no era tan fácil hacer una escultura de tamaño natural de un semental. Fidel le sugirió tomar un molde de yeso de Rosafé y luego fundirlo en bronce. Rita le explicó que eso no se hacía así, que no era posible un molde de ese tipo sobre un animal vivo, menos de un toro. El Comandante insistió y convenció a Rita de que, cuando sucediese el desenlace fatal, se hiciese la escultura de ese prócer de la patria.
Rosafé estaba a punto de expirar, y se dispuso un operativo tipo comando. Rita tuvo que estar localizable las 24 horas del día para que le avisasen cuando el semental diese el último suspiro, momento en que se trasladaría a la granja para trabajar allí en caliente. Así se hizo. Después de tres o cuatro días, una tarde le avisaron. Tenía que ir urgentemente a los establos. “Pero si era imposible hace un molde sobre un toro vivo, imagínense sobre un toro muerto”, bromeó Rita aquella tarde en casa de Natalia.
Ante la dificultad de hacer una reproducción fiel de Rosafé Signét y para complacer al Comandante, Rita decidió acudir a la vaquería para tomar apuntes y estudiar la psicología de los sementales en su ambiente, y acercarse así lo más posible a lo que le había pedido Castro. Cuando por fin la escultura iba a empezar a fundirse en bronce, el técnico con quien siempre Rita había trabajado se marchó a Miami y la dejó embarcada. Rita se puso entonces en contacto con el único hombre que, según ella, podía hacer bien el trabajo. Nodarse trabajaba en el Instituto Superior de Arte y decidió echarle una mano. Corría el año de 1968, y la mala suerte hizo que justo cuando estaba trabajando en la escultura del semental –se iba a fundir por partes–, Fidel decretó la Ofensiva Revolucionaria y expropió más de 50.000 negocios privados que quedaban funcionando en la isla, entre ellos el taller de Nodarse, así que Rosafé se quedó sin estatua.
El animal fue enterrado en el Centro de Investigaciones para el Mejoramiento Animal de la Ganadería Tropical (CIGMAT), típico nombre caribeño-socialista, y a su entierro acudió Fidel Castro acompañado del entonces presidente del país, Osvaldo Dorticós. Una despedida a la altura de un Héroe de la Patria. Todavía en 1994 Rita conservaba en su estudio las únicas tres partes de aquella obra que llegaron a fundirse: la cabeza, el tronco y las partes pudendas del animal… –Rita, muy fina, para no pronunciar la palabra ponía sus manos en forma de cuenco y simulaba sostener en ellas algo muy pesado–. Finalmente, ya en el siglo XXI, un abogado canadiense pago 100.000 dólares para hacer la escultura del toro, que hoy se puede ver a la entrada del recinto ferial de Rancho Boyeros.
La ‘Política Genética’ de la revolución cubana continuó desarrollándose. Siguieron los cruzamientos y allá por 1972 nació Ubre Blanca, nieta de Rosafé e hija del semental cubano Naranjos Seiling Júpiter. La vaca Ubre Blanca, una hermosa F2, batió todos los récords: en 1981 llego a dar 110 litros en un solo día, entrando al Guinness y convirtiéndose en símbolo de la política de desarrollo ganadero impulsado por Castro.
Granma, Bohemia y todas las publicaciones revolucionarias de la época le dedicaron cientos de páginas, y el 7 de agosto de aquel año Fidel convocó un gran seminario con científicos, veterinarios y la plana mayor del Buró Político del Partido Comunista, ocupando la noticia un número entero del diario oficial de los comunistas cubanos. El rotativo incluyo en la página 3 un primer plano de la teta de Ubre Blanca, con el pie de foto siguiente: “una ubre bien plantada y gruesas venas mamarias, son algunos de los rasgos que caracterizan a esta excepcional vaca, hija de toro cubano, que registró volúmenes sin precedentes en la producción lechera mundial”. Granma explicaba con toda precisión el camino genético para llegar a la Holstein Tropical: la Siboney de Cuba (5/8 de Holstein y 3/8 de cebú), la Taino de Cuba (el 5/8 de Holstein y 3/8 criollo) y así sucesivamente hasta llegar a la F2, destinada a producir más leche que Holanda y más queso que Francia, según los pronósticos del Comandante. Al año siguiente, el 30 de noviembre de 1982, la vaca fue madre y Granma publicó destacado en primera página: “ULTIMA HORA: PARIÓ UBRE BLANCA”.
Ubre estaba en una vaquería de la Isla de la Juventud y tenía condiciones confortables, incluido un establo con aire acondicionado y música indirecta, pues los científicos cubanos concluyeron que Mozart le beneficiaba. Asiduamente recibía visitas de Castro acompañado de personalidades extranjeras, como aquel año de 1982, cuando visitó a Ubre Blanca Alí Naser Mohamed, presidente de Yemen. En el “encuentro” –así lo definió la revista Bohemia- el grupo musical Los Gracias estrenó una canción dedicada a la vaca. Para la prensa cubana, Ubre Blanca se convirtió en “la confirmación de una política acertada de desarrollo genético” inspirada por Fidel, y en esas de nuevo el Comandante se interesó en hacerle una estatua a esta madre de la ganadería cubana y contactó con Rita. Le pidió hacer una escultura de Ubre Blanca, en mármol y de tamaño natural. Rita Longa presidía en aquel momento el Consejo para el desarrollo de Escultura Monumental y Ambiental, y aunque descartó realizar ella la obra, se la encargó a dos escultores de la Isla de la Juventud, Abelardo Hechevarría y Luis Ruz.
“Emprender la obra no fue fácil”, explicó Bohemia. La escultura mantuvo “una fidelidad absoluta” a las “características anatómicas” del animal y, según la revista, el monumento se realizó “en mármol blanco, compacto, de grano fino, prácticamente sin vetas, muy semejante al utilizado en sus estatuas por los grandes artistas italianos”. Por fin se terminó la escultura, y alguien decidió ubicarla en la futura Plaza de la revolución de la Isla de la Juventud. “Yo puse el grito en el cielo”, recordaba Rita. ”Un monumento a una vaca en una plaza de la Revolución, eso sí que no”, protestó. Gracias a ello el mármol que homenajea a Ubre Blanca adorna hoy la vaquería donde vivió y murió el animal, en el distrito de La Victoria, en la Isla de la Juventud. Después que Ubre Blanca murió ninguna vaca más dio una cantidad similar de litros de leche. Por el contrario, la ganadería cubana fue languideciendo hasta llegar a la situación de hoy, en que la isla importa miles de toneladas de leche anualmente para satisfacer a trancas y barrancas las necesidades mínimas de la población.
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