Semáforos, Jamaica y nostalgia de Merkel

El candidato de la CDU, Armin Laschet (izquierda), y la canciller Angela Merkel (derecha), este domingo en Berlín.
El candidato de la CDU, Armin Laschet (izquierda), y la canciller Angela Merkel (derecha), este domingo en Berlín.CARSTEN KOALL / POOL / EFE

Votar es contar una historia. La de las elecciones alemanas, que en realidad son unas elecciones europeas en toda regla porque nunca Alemania ha tenido tanto poder en la UE, ha sido hasta ahora una historia de nostalgia: el fin de la era Merkel. Pero la nostalgia es mala consejera en política. Las democracias occidentales llevan años dando señales de desquiciamiento, generando un clima político sobrecalentado, de desconfianza e intolerancia, en buena parte porque todas las miradas estaban demasiado enfrascadas en el dichoso retrovisor de la nostalgia. Los alemanes van a echar de menos a Merkel, que les ha dado tres lustros de bonanza y estabilidad. Los europeos del Sur un poco menos: la canciller patrocinó las políticas de austeridad que agravaron innecesariamente la Gran Recesión, con un liderazgo egoistón y una visión de Europa sin brillo, cuajada de penalizaciones, disciplinas y resentimientos envenenados que solo se diluyeron —y solo en parte— con la gestión del coronavirus. Todo eso, en fin, es agua pasada.

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El relato de la nostalgia por el final del merkelato ha tapado lo fundamental: si consolida su ventaja y Olaf Scholz domina el difícil arte de forjar coaliciones, Alemania y Europa están ante un punto de inflexión político. Si el centroderecha pierde Berlín, no gobernará en ninguno de los cuatro grandes países de la Unión. Eso son palabras mayores para la política económica europea, para la política migratoria, para la política energética (ojo al invierno que viene: la energía tiene potencial disruptivo para ser la nueva covid, dicen los apocalípticos) y, en fin, para casi todo.

Dos puntos y una suma. Hay dos datos esenciales: los analistas consideran que si el SPD consigue dejar atrás a la CDU por un amplio margen, el canciller será con toda probabilidad el socialdemócrata (veremos si en unos años hay que escribir supuesto socialdemócrata) Scholz. Si la coalición rojo-verde-rojo (SPD-Verdes-Die Linke) supera el 50%, algo que tampoco parece posible a estas alturas, el punto de inflexión se convertiría en cambio de paradigma. En Alemania es una ley no escrita que el partido con más diputados de la coalición nomina al canciller. Pero ojo, porque el partido más votado puede acabar en la oposición: en 1969, 1976 y 1980 ganaron los democristianos, pero los socialdemócratas se aliaron con los liberales y ocuparon la cancillería. Scholz tiene muchas papeletas para salir vencedor, y eso son palabras mayores: la CDU-CSU posee una maquinaria electoral implacable y ha gobernado 50 de los últimos 70 años. Armin Laschet ha hecho una campaña pobre y ha llevado a su partido al peor resultado de su historia. Y aun así es un negociador contrastado. Hay partido.

Posibilidades. La opción semáforo (el rojo del SPD, el amarillo de los liberales y Verdes) es la más factible, aunque la posibilidad de una coalición jamaicana (CDU-CSU, Verdes y Liberales, cuyos colores coinciden con los de la bandera de la isla caribeña) sigue sobre la mesa. En ambos casos, si los liberales se quedan con la cartera de Finanzas las noticias para el Sur serían menos favorables. A partir de ahí todo se vuelve difuso. Scholz y Verdes prefieren el semáforo, pero podrían acabar aliados con Die Linke: el giro a la izquierda, en ese caso, sería muy pronunciado, pero esa combinación está casi descartada. Una gran coalición con los tres grandes partidos (SPD, CDU y Verdes) es extremadamente difícil; un Gobierno en minoría SPD-Verdes sería muy inestable para los estándares alemanes. Esa batalla acaba de empezar.

Efecto Scholz. Si Scholz se convierte en el sucesor de Merkel, las implicaciones son sobresalientes para todo el continente. Los conservadores están sobrerrepresentados en las instituciones europeas: sin Alemania, no gobernarían en ninguno de los grandes países (Austria y Polonia serían sus dos Ejecutivos más poderosos), y Scholz podría capitanear un viraje más allá de la política económica. Los socialdemócratas alemanes encajan en la nueva ortodoxia que protagonizan Joe Biden en EE UU e instituciones como el FMI: con el SPD al frente sería más improbable retirar estímulos antes de tiempo en Europa. En términos geopolíticos nada va a ser fácil: Biden mira hacia el Pacífico y la UE debería tomarse en serio las voces de alerta que reclaman una mayor autonomía estratégica europea.

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Momento Europa. Los próximos meses son cruciales para la UE. El BCE debe redefinir su estrategia: eso será clave para España. Hay que cambiar las reglas fiscales: eso también será clave para España. Y habría que evitar los errores del pasado y avanzar por el camino que abrió el coronavirus, con más integración económica: bingo, una vez más eso es clave para España. Los más optimistas dicen que con Scholz todo eso es más fácil, aunque el líder del SPD se ha mostrado reacio a cambiar el Pacto de Estabilidad. La realidad, además, siempre es un poco más esquiva que los marcos teóricos: el último canciller socialdemócrata trabaja para Rusia (“Vladímir Putin es un demócrata impecable”, maravillosa frase de Gerhard Schröder), y en los últimos 20 años la política exterior alemana se ha basado casi exclusivamente en mimar el gigantesco superávit comercial, exportar el corsé del ordoliberalismo en asuntos fiscales y obsesionarse con la deuda cuando el mundo se metía en el mar de los sargazos del estancamiento secular. “Los alemanes son un pueblo confuso que confunde a los demás”, escribió Thomas Mann. Esperemos que en Berlín haya llegado la hora de la claridad: más nos vale que el horizonte se despeje en la cima de esa montaña mágica.

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