Consenso regresivo en las presidenciales francesas


Las grandes líneas de confrontación en las elecciones presidenciales de abril de 2022 se van diseñando poco a poco en Francia. No se trata solo de elegir a una persona representante de la Presidencia de la República, sino también, un mes más tarde, a centenares de escaños en la Asamblea nacional. Es decir, el programa presidencial condiciona la elección de los futuros diputados y diputadas.

La dinámica ideológica iniciada por Nicolás Sarkozy en 2007, de acercamiento al discurso de la extrema derecha (Pablo Casado parece imitarlo), ha llegado hoy a un punto de fusión sobre la seguridad (tema clave) y la inmigración. Salvo algunos matices verbales, propugnan de hecho el mismo argumentario y un curioso acercamiento para limitar el proyecto de integración europea. La derecha tradicional del Partido Republicano de Xavier Bertrand y Michel Barnier, ex-neo gaullistas, defiende, por primera vez, la vuelta al soberanismo frente a Bruselas, y la extrema derecha propone aplicar el referéndum como filtro sobre las decisiones europeas. Con todo, lo decisivo arranca con el ideario de una derecha que, sin partir de una posición de defensa del Estado de derecho republicano, acaba compartiendo esencialmente las mismas propuestas de la ultraderecha sobre la inmigración y la seguridad. Y, entretanto, el presidente Emmanuel Macron, fiel a su estrategia de construcción de un partido trans-ideológico y pragmático, desemboca, a pesar de la distancia aparente, en el mismo camino. Proclama un endurecimiento de la represión contra la inmigración ilegal, de las medidas contra el “separatismo islámico”, además de un arsenal de leyes sobre una concepción de la seguridad que se aleja, a menudo, de los presupuestos del ejercicio de las libertades y derechos fundamentales.

La realidad resultante revela un bloque mayoritario derecha-extrema derecha sobre un similar programa de medidas. Es la primera vez, desde las presidenciales de 2002, que aparece este consenso regresivo. Lo alarmante es que el bloque de izquierdas y Los Verdes no se muestra capaz de romperlo. La inmigración y la seguridad son dos asuntos molestos sobre los que no se desea entrar en el fondo de la diferencia. Bajo un discurso de baja intensidad, rechazan las medidas de la derecha-extrema derecha, pero no proponen alternativas. Hablan del reforzamiento del Estado social republicano, del respeto a la diversidad, del control necesario en las fronteras, pero sin concretar el programa. En su lugar, centran el debate presidencial sobre orientaciones de ecofeminismo y empleo, sin encuadrarlas en proyectos universales emancipadores, y sin atreverse a destacar el papel decisivo de la inmigración en la economía del país, o su contribución a la riqueza colectiva. Una actitud esquiva que, lamentablemente, sorprende porque los sondeos demuestran que, en Francia, no hubo un aumento de las migraciones estos tres últimos años y que la inmigración no es actualmente una preocupación central para la ciudadanía. En otras palabras, la competencia entre los partidos políticos sigue fabricando, como una necesidad, sus propios chivos expiatorios a falta de proyectos de fondo de futuro. Y esta realidad no rige solo para Francia…

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