A Lúa Ribeira (As Pontes, A Coruña, 35 años) se le abren mucho los ojos y la boca cuando escucha hablar de tanatorios, esos edificios de partida al otro mundo que en Galicia, su tierra natal, se alzan imponentes hasta en los pueblos más pequeños. “A veces voy a los tanatorios solo para verlos, porque no doy crédito que hayamos llegado ahí”, confiesa esta fotógrafa documental, la tercera española que ingresa en la emblemática agencia Magnum. Por la cabeza de esta gallega ronda ya un proyecto para dar forma a esa fascinación funeraria.
La muerte, la eternidad y los cuerpos en trance se pasean por las imágenes de Ribeira, afincada en Reino Unido desde hace años. En ese país logró que se abrieran camino los mismos trabajos que enviaba a España sin pena ni gloria. Para entrar en el olimpo de Magnum no ha necesitado siquiera publicar en medios potentes. Atribuye su elección a su peculiar estilo, a una “manera de contar propia”. Al igual que la alicantina Cristina de Middel, ingresó el año pasado como asociada, el segundo nivel de la agencia. La única española en el primero, el de los denominados miembros de pleno derecho, es la manchega Cristina García Rodero.
Ribeira, que atendió a EL PAÍS este miércoles antes de impartir una clase magistral en A Coruña dentro de las actividades del Premio Ksado, ha llegado a Magnum en un momento en el que la fotografía documental y el fotoperiodismo buscan su sitio en el imperio de los móviles y los filtros de Instagram. En los nuevos tiempos, señala, aquella “perspectiva colonial” de usar la fotografía para “alimentar los medios occidentales” con imágenes del resto del mundo está en cuestión y además no tiene sentido. Se abre paso una expresión más artística, explica: “La tecnología que manejamos ha cambiado las maneras de contar. Yo ya no tengo que ir a Singapur a contar lo que está pasando porque eso llega en dos segundos a cualquier sitio gracias a las personas que están con un teléfono allí mismo. Es el momento de la experimentación, aunque sin que signifique una ruptura. A mí lo de lo viejo contra lo nuevo no me gusta”.
La legendaria agencia fundada en 1947 por Robert Capa y Henri Cartier-Bresson, entre otros, para vender su trabajo directamente y mejorar su situación laboral también está “en un momento de transformación”, cuenta Ribeira. El mercado editorial de las revistas “está de capa caída”, advierte Ribeira. La mayoría de los nuevos fotógrafos ya no viven de esas publicaciones. Las facturas, apunta, las pagan más con talleres, charlas, jornadas… “La agencia sigue muy conectada con el legado, pero mirando hacia esa manera nueva de contar y manejando ese nuevo mercado que se va reestructurando”, explica. “Está muy viva. Esa tensión, en vez de algo problemático, debería ser una fortaleza”.
Además de proyección, Magnum le ha dado a Ribeira la oportunidad de relacionarse con una comunidad de profesionales “increíbles” donde, por ser cooperativa, “todas las opiniones están al mismo nivel”. La fotografía es todavía “una disciplina joven que se está utilizando de una manera limitada”, subraya: “Para el momento en el que estamos es el medio más perfecto, por la inmediatez, por la potencia… Solo hay que cambiar la manera como se hace y también cómo se percibe”.
Ribeira nació a mediados de los ochenta en As Pontes, un pueblo industrial coruñés donde se crio “sin estímulos artísticos”. Estudió Comunicación Audiovisual y Diseño Gráfico y ahí se topó con su vocación. Se entregó a la fotografía cuando descubrió que “combinaba la parte plástica más solitaria con otra mucho más política, que permitía vivir una experiencia real”. Desde entonces, utiliza la cámara para saltarse las “separaciones estructurales” que impone la sociedad y conectar con los sujetos que inmortaliza.
Ribeira no elige los temas de manera calculada. Unos trabajos la llevan a otros. Cuando algo le atrae y decide preparar un proyecto sobre un grupo o un territorio concreto, empieza por pasar mucho tiempo sin disparar su cámara, compartiendo el espacio con los protagonistas. Era aún estudiante cuando publicó Noises in the blood (2015), sobre el ritual jamaicano del dancehall. En el que fue su primer éxito aprendió que lo suyo no era situarse en una esquina, observar y documentar una escena.
Ribeira intenta captar su propio “choque cultural” con las realidades que se ponen a tiro de su objetivo y luego la conexión que emerge. Con esa filosofía, llegaron otros trabajos como Aristócratas (2016), sobre una congregación de monjas que cuidan a mujeres discapacitadas; La jungla (2019), en la frontera entre México y EE UU, y Los Afortunados (2020), en Melilla.
A Ribeira le gustan las fotos “malas”, las que los demás descartarían porque rompen las convenciones. “A veces aparece mi móvil por el medio, mis notas, mis bolsas… Hay quien va y lo aparta cuando estoy haciendo las fotos o, al verlas después, dice: ‘Ay, qué pena que está eso en el medio’. He aprendido a querer que eso esté ahí. Es una forma de molestar”. Ve su mirada muy influida por Galicia, empapada de “rebeldía y de ganas de cuestionar y no aceptar lo que viene dado”.
Actualmente, prepara un proyecto sobre los jóvenes y el mundo “hostil, precarizado y polarizado” con el que deberán lidiar. Le interesa “cómo piensan, cómo miran”, quiere “leer entre líneas sus expresiones a través de las redes o de la música”. “¡A ver cómo se salvan!”, suspira.
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