En el recuerdo de algún miembro del jurado, el almuerzo del pasado martes fue uno de los más tensos que se recuerdan en la Academia Goncourt, el exclusivo cenáculo de 10 personas que cada año concede el premio más prestigioso de la literatura francesa. Otros sostienen que no hubo para tanto. Unos días antes, había saltado a la prensa un conflicto de intereses que ponía en entredicho la credibilidad de la institución y de los premios literarios en Francia, plagados de escándalos y sospechas desde hace décadas, aunque con una influencia a prueba de bomba.
En la primera criba de novelas seleccionadas este año como finalistas del Goncourt, a principios de septiembre, figuraba Les enfants de Cadillac, de François Noudelmann. La elección planteaba varios problemas. La pareja de Noudelmann, la también escritora Camille Laurens, pertenece al jurado del Goncourt. Y Laurens, en la crítica semanal que publica en el diario Le Monde, destrozó con virulencia La carte postale, de Anne Berest, novela que acababa de ser seleccionada por el mismo jurado, que competía por tanto con la de Noudelmann y que, además, trata de un tema similar: la historia de una familia judía en el siglo XX.
Reglamento modificado
Los ingredientes del conflicto —choque de intereses, de vanidades, de poder— estaban sobre la mesa. Esta rentrée literaria sin grandes nombres y más bien aburrida tenía por fin su escándalo. La solución en la Academia Goncourt ha consistido en modificar el reglamento del premio. “Hemos tomado dos decisiones”, explica a El PAÍS Didier Decoin, presidente de la Academia Goncourt. “La primera es que todo libro escrito por una persona próxima a un miembro del jurado no podrá concurrir. La segunda es que si el jurado es, además, cronista literario en un periódico, debe abstenerse de hablar de una de las obras que se encuentra en la lista”.
Conclusión: el caso Laurens-Noudelmann, que ha tensado el ambiente en la Academia, no podrá repetirse. Decoin subraya que “no hubo gritos” en el último almuerzo y que “todo fue bien, puesto que todos votaron por la modificación del reglamento”. Laurens, también. Y el libro de Noudelmann quedó eliminado; Berest, en cambio, está entre los nueve finalistas. La última criba tendrá lugar el 26 de octubre, y la concesión del premio, el 3 de noviembre. “Habríamos preferido que este asunto no hubiese ocurrido, pero ahora, una vez arreglado, forma parte del pasado”, celebra Decoin. “Sobre todo, nos ha permitido precisar cosas que no estaban escritas.”
La peculiaridad de los premios franceses —en comparación con premios en España como el Planeta, que se entrega el próximo viernes 15, y otros— es que no los organizan empresas editoriales ni se concede a inéditos, sino a obras publicadas en el mismo año. Hay transparencia: los lectores puede leer las obras en competición y saben a qué atenerse. “En Francia, el libro que no se ha imprimido no existe para la gente, el escritor se convierte en escritor cuando ha publicado”, describe por teléfono la profesora universitaria de literatura Sylvie Ducas, autora de La littérature, à quel(s) prix, una historia de los premios literarios.
En Francia, el libro que no se ha imprimido no existe para la gente, el escritor se convierte en escritor cuando ha publicado”
Sylvie Ducas, profesora universitaria
Hay transparencia, pues, pero también opacidad: las discusiones de los jurados son a puerta cerrada y las sospechas, reproches y escándalos, por tanto, inevitables. “El mundo de los libros es un pequeño mundo en el que todos se conocen”, constata Ducas. “Hay cuestiones de amistad e intereses, como en todos los ambientes. Imagine que es usted jurado de un premio y tiene responsabilidades en una editorial, o que Gallimard edita sus libros desde hace veinte años: cuando recibe un libro de Gallimard, disculpe, pero se fijará en él más que en los demás. Es lo que Michel Tournier llamaba la corrupción sentimental”, añade, en alusión al novelista, ya fallecido, que también fue miembro de la Academia Goncourt.
El Goncourt, fundado en 1903, ya prohibió en 2007 que sus jurados colaborasen en editoriales. Pese a estar dotado con un cheque de solo 10 euros, garantiza al vencedor ventas de centenares de miles de ejemplares, o más de un millón como fue el caso, en 2020, de Hervé Le Tellier con La anomalía (Seix Barral, en español). El Renaudot, el Fémina, el Médicis —los grandes premios del otoño— propulsan libros que podían haber pasado desapercibidos, incitan a otros países a traducirlos y crean o consolidan reputaciones. En ocasiones, también se ven cuestionados.
Ha sucedido, en años recientes, con el Renaudot, por conceder en 2013 su premio de ensayo a Gabriel Matzneff, el diarista que se jactaba en sus textos de sus relaciones pedófilas y abusivas con menores. La editora Vanessa Springora publicó en 2019 El consentimiento (Lumen, en castellano), donde explicaba su relación con Matzneff cuando ella tenía 14 años, y desató las críticas al mundillo literario parisino por encubrirlo. El Renaudot, cuyo jurado estaba integrado por algunos amigos del escritor, habría sido uno de los primeros encubridores.
El escándalo de este año, en el Goncourt, es de otro tipo, pero subraya el contraste entre el inmenso poder de los premios —hacen y deshacen glorias literarias, pueden resolver la temporada a una editorial— y el carácter informal y privado de muchos jurados. Casi como un grupo de amigos, o a veces íntimos enemigos, y un terreno propicio para inflamar la imaginación sobre oscuras maniobras o teorías de la conspiración; de ahí el interés de Decoin y la Academia por cerrar cuanto antes el asunto.
“Es una calumnia decir que actué con malevolencia”, se defiende Camille Laurens, en el centro de la polémica que ha agitado la rentrée. En un correo electrónico, la escritora y jurado niega haber escondido a los colegas de la Academia Goncourt su relación con François Noudelmann, ni haberles incitado a leer el libro. También declara, en alusión a su demoledora crítica en Le Monde a la novela de Berest: “Contrariamente a lo que se ha difundido en la prensa, atentando a mi probidad, no escribí la crónica severa para dañar a una competidora potencial de François Noudelmann”. Y alega que había enviado el artículo al diario en agosto antes de saber que ambos libros estaban seleccionados.
“Pienso que, de una manera más general, esta pequeña polémica es el árbol que esconde el bosque”, insiste Laurens. “¿No sería más urgente, aunque más difícil también, porque es infinitamente más opaco, abordar el vínculo de los editores con los premios literarios en su conjunto?”.
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