No busquen BAC Nord en las salas. Pueden verla en Netflix. El uso doméstico del cine está reemplazando con excesiva celeridad al espacio natural y ancestral para la exhibición de las películas. Y hay mucha y previsible filfa en esta plataforma, pero también han producido películas extraordinarias como Roma, El irlandés y Mank. Las reviso, como mínimo, una vez al mes. Y su encanto permanece. Que otros (al parecer son millones y en multitud de países) se diviertan y fascinen con series que me resultan insufribles como La casa de papel y El juego del calamar.
BAC Nord la dirige Cédric Jimenez. Debe de resultar preocupante para él, alguien que se declara de izquierdas, la paradoja de que Marine Le Pen le haya aconsejado fervorosamente al público que vayan a verla. Para que los franceses tomen consciencia de esta terrible realidad y de la urgencia de retomar el control. ¿Y qué cuenta el director? ¿Y cómo lo hace? Retrata el muy duro trabajo de tres policías que persiguen el tráfico de drogas en los barrios periféricos de Marsella, poblados mayoritaria o masivamente por inmigrantes. Y es una batalla perdida para la supuesta autoridad policial. Los delincuentes disponen de infinito poder en su hábitat, se sienten blindados e invulnerables, manifiestan su ira y su desprecio hacia esa impotente brigada de policía que pretende acosarlos, que utiliza confidentes intentando con escaso éxito dar un golpe trascendente a los narcos, que irán descubriendo progresivamente que van a ser utilizados por la siempre sórdida política, que serán los chivos expiatorios si las cosas turbias se desmadran y amenazan con crear un escándalo. Los policías intentan hacer su trabajo, ser útiles de alguna forma. No tienen aire épico, no van de héroes, trapichean a la búsqueda de resultados, les invade el miedo, su metodología no es ortodoxa, a veces se saltan las reglas, el equilibrio les exige no ser expeditivos, mantienen códigos con sus informantes que acabarán traicionando en nombre de la supervivencia, serán traicionados por jefes fieles a la regla del sálvese quien pueda, son carne de cañón.
Y no sé si la historia y los personajes son un invento de los guionistas o si reproduce la realidad. Lo que tengo claro es que te resulta creíble porque está contada con músculo, ritmo frenético, poder expresivo. Estos perdedores te transmiten su angustia, su vulnerabilidad, su permanente humillación, sus victorias pírricas, su ausencia de futuro. Está muy bien rodada. Y no sé si en su feudo real los delincuentes van enmascarados, son mayoritariamente musulmanes o islamistas y actúan como si la ley no existiera para ellos. Lo que veo durante un par de horas es cine atractivo, tenso, violento, sombrío. Y que los documentales más rigurosos y fidedignos capten la auténtica realidad en esos barrios de Marsella que parecen estar hirviendo.
El tono narrativo, la atmósfera y la compleja descripción de esos policías tan humanos, tan alejados de la épica, del glamur, de la corrupción como norma, me recuerda al que utiliza Rodrigo Sorogoyen en la magnífica serie Antidisturbios. Con la diferencia en el argumento inicial de que la misión de esos antidisturbios es desalojar de la corrala en la que sobreviven a una gente que ya no puede pagar el alquiler de su casa, enfrentándose a la comunidad de vecinos y a los activistas que intentan protegerles contra el desahucio. Y resulta todo verosímil. El acojone, la crisis nerviosa, la determinación de unos y de otros. No hay malvados en ninguno de los bandos. Solo gente que se rebela contra una injusticia y otros que deben cumplir su ingrato deber. En BAC Nord, sí hay villanos exhibiendo su fortaleza. Y polis que acaban siendo víctimas. De algo siempre siniestro conocido como el sistema, que siempre sale ganando aunque tenga que sacrificar a sus servidores más frágiles. Y no quiero imaginar la barbarie que podría implantar el Frente Nacional si tomara el poder. Esta notable película no tiene la culpa de que este intente ofrecerla como ejemplo de lo que él piensa sobre el estado de las cosas.
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