“Ya no tenemos excusas: cuando llegue otra crisis no podremos fingir que no sabemos cómo afrontarla. El último año y medio nos deja una experiencia y un aprendizaje importante”. Adam Tooze (Londres, 54 años), uno de los grandes historiadores económicos de nuestros días, destila un optimismo moderado al otro lado de la pantalla, sentado en el luminoso salón de su apartamento neoyorquino poco antes de empezar su jornada docente en Columbia. Su último libro, El apagón (Crítica) es lo más parecido a una crónica de urgencia sobre la sacudida sin precedentes que el virus propinó a la economía mundial: estaba trabajando en un nuevo texto sobre la década transcurrida desde la crisis financiera, pero la actualidad y la dimensión de los acontecimientos le atropellaron y le obligaron a centrarse en lo inmediato.
La de 2020 ha sido la primera crisis verdaderamente global hasta donde alcanza la memoria, y también la primera en la que la política monetaria y la política fiscal han ido de la mano casi desde el minuto cero. Toda una novedad si se compara con lo ocurrido durante la Gran Recesión, sobre todo en Europa, cuando la descoordinación y la austeridad a ultranza patrocinada por Alemania y sus satélites complicó todavía más las cosas. Pero en el Viejo Continente esta debacle ha alumbrado algo más: un fondo de recuperación con el que ha caído, por primera vez, el tabú de las emisiones conjuntas de deuda y que puede inaugurar una nueva vía de redistribución de la riqueza entre norte y sur. “La clave ahora es saber si esto será o no permanente. Es la batalla más importante que se va a librar en los próximos tiempos, y de su resultado depende el futuro de Europa”, desliza. “No tanto porque vaya a explotar o desintegrarse, algo que no va a ocurrir, sino porque lo que le espera es muy distinto si es capaz de manejar la deuda de forma cooperativa. Si da el paso, los inversores apostarán por los eurobonos para depositar su dinero y el euro se convertirá en un activo seguro”.
Tooze, que dio el salto definitivo al gran público con Crash (Crítica), una de las obras cumbre sobre el desmoronamiento de Lehman Brothers y sus consecuencias, pone encima de la mesa un dato elocuente para reforzar sus argumentos: seis de cada diez habitantes de la eurozona viven en países que tienen una deuda pública de más del 100% del PIB. “Una gran mayoría quiere que las nuevas reglas [fiscales] no laminen sus democracias y que las inversiones que tienen que hacer se carguen en el balance común y no en los nacionales. Pero la clave será, como siempre, lo que decida Alemania: si está del lado de la mayoría o si no”.
Un interrogante llamado Berlín
La otra gran incógnita en el Viejo Continente, mucho más inmediata, tiene que ver con las negociaciones para la formación de Gobierno en Alemania, por mucho la mayor economía del club comunitario. “Es clave”, sintetiza Tooze, que no oculta su preferencia nítida por una coalición entre socialdemócratas, verdes y liberales en la que —y esto está ahora mismo en duda— los primeros lleven las riendas del Ministerio de Finanzas. “Ellos tienen una amplia experiencia y los liberales no. También va a ser fundamental que puedan convencer a sus socios de la importancia de un gran paquete de inversión, especialmente en digitalización, cambio climático e infraestructuras. Y hay que dejar atrás la idea de que gestionar un presupuesto público es equiparable a gestionar el de un hogar: se puede tener unas cuentas públicas estables invirtiendo a la vez”. Pero, sobre todo, el profesor de Columbia “cruza los dedos” por que la ronda de negociaciones no acabe en una coalición Jamaica (entre conservadores, liberales y verdes), una opción que a estas alturas parece casi descartada. “Eso sí que sería una mala noticia”.
Un programa de inversión a gran escala en Alemania como el que propone Tooze sería lo más parecido a hacer borrón y cuenta nueva respecto a lo ocurrido en las dos últimas décadas, en las que a la CDU de Angela Merkel le ha costado horrores alejarse siquiera un solo milímetro del mantra del déficit cero y en las que la defensa a ultranza de su abultado superávit exterior ha sido una constante. “Pasará a la historia como una de las líderes más proactivas y constructivas, pero la realidad es que se movió lento para lo que requería una crisis tan rápida como la del año pasado”.
No es, recuerda, la primera vez que ocurre: “Merkel se ha distinguido por exacerbar las crisis por no tomar decisiones a tiempo y por, solo al final y a instancias de otras personas, hacer lo que tenía que hacer: pasó en 2012 con el whatever it takes [cuando el BCE de Mario Draghi dijo que haría todo lo necesario para sostener el euro], en la crisis griega, en la de refugiados… Y también en 2020: no fue su instinto el que le llevó a aprobar los coronabonos”, afirma en referencia a la emisión mancomunada de deuda para financiar el plan europeo de recuperación.
“La deuda no debe ser la prioridad ahora”
Los países del euro llegaron a la pandemia con una deuda pública ligeramente superior al 80% del PIB y saldrá con una sobrecarga de 20 puntos porcentuales. ¿Zozobra, miedo o terror? Para Tooze, ninguna de las tres. “Podemos decir: oh, dios, son cifras muy altas, caer en el pánico y convencer políticamente a la gente de que es un problema real”, dispara, “pero lo que más debemos temer es el propio miedo: la deuda pública ha subido, sí, pero en paralelo los tipos de interés han bajado”. La recuperación, enfatiza, “aún está incompleta y tenemos una necesidad imperiosa de inversiones, especialmente para afrontar la crisis climática. ¿Por qué debería preocuparnos más una medida estadística que arroja una imagen algo abstracta sobre la sostenibilidad [fiscal]?”.
Al británico tampoco le quita el sueño el reciente repunte de los precios, tras una década en la que los bancos centrales a ambas orillas del Atlántico habían intentado todo para revivirla. Sin mucho éxito: ha tenido que llegar una recuperación pospandemia, con sus consiguientes cuellos de botella y restricciones de oferta, acompañada por una repentina escalada de la energía, para revivir los precios. “No creo que siga acelerando mucho más allá, pero incluso si lo hiciera no creo que eso debiera preocuparnos mucho. Es mejor tener una inflación del 3% que una del 0%, especialmente en la eurozona”, opina. “Me preocupa mucho menos la foto fija de la inflación en Europa o en EE UU que las consecuencias que un taper tantrum [una retirada temprana de las compras de deuda como la ocurrida en 2013, que provocó una desbandada de inversores en los emergentes] podría tener sobre el resto del mundo”.
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