La belleza de Dresde la pintó, entre otros, Canaletto desde la orilla norte del río Elba. El horror de esta hermosa y culta ciudad del este de Alemania lo contó Kurt Vonnegut, escritor norteamericano preso aquí cuando la ciudad fue bombardeada por las fuerzas aliadas angloamericanas el 13 y 14 de febrero de 1945, durante la Segunda Guerra Mundial. Un acontecimiento que le marcó y del que no pudo zafarse jamás, ni siquiera escribiendo Matadero cinco; una mirada mordaz a la barbarie y la tragedia de la guerra y que se dedica a él mismo, a las vidas perdidas y a aquellos que se han desprendido. El autor creyó que el bombardeo fue tan inútil que solo él sacó algún tipo de provecho de aquella atrocidad con la novela que escribió al respecto. Kurt Vonnegut calculó haber ganado dos o tres dólares por cada persona asesinada. Antes de aquel episodio bélico, que no fue el único en sus más de 800 años de historia, Dresde fue asentamiento mercantil, sede del margraviato, residencia electoral y real y, en la actualidad, capital del Estado federal de Sajonia.
Un enclave histórico en el que se construyeron y reconstruyeron iglesias, palacios barrocos y renacentistas, y casas patricias a una y otra orilla del Elba, río que salva el puente bautizado como Blue Wonder —estructura y vestigio de la revolución industrial que no sufrió daños durante la guerra—. Este puente, que no es el único, la luterana iglesia de Nuestra Señora y la estatua ecuestre del Jinete Dorado son los emblemas más reconocidos de esta ciudad que renace más veces que el ave Fénix. Y, además, en sus plazas, calles, parques y riberas no se dejan de celebrar festivales, producciones de teatro y danza y mercados navideños, como el de Striezelmarkt, el más antiguo de Alemania.
9.30 Aquí hay mucho arte
El casco viejo de Dresde, en la orilla sur del Elba, es la historia de un paciente que ha estado durante mucho tiempo convaleciente y que, por fin, sale del hospital por su propio pie. Todo lo que se ve fue un páramo de humo y ceniza que se reconstruyó y que hoy provoca admiración y ayuda a hacer memoria. En torno a plazas como la de Neumarkt, Schloss y Altmarkt, donde se asientan los mercados navideños, se levanta un complejo barroco y renacentista en el que las casas están rematadas por un gablete, una especie de frontón triangular típico del arte gótico. La estatua de Martín Lutero se ve antes de entrar en la luterana iglesia de Nuestra Señora (Frauenkirche) (1). Su campanario y su bóveda sobresalen del resto en una panorámica del horizonte de Dresde. Los católicos tienen su catedral, barroca, todo un logro en la protestante Sajonia, y los judíos una nueva sinagoga, pues la anterior la destruyeron los nazis durante la Noche de los cristales rotos en noviembre de 1938.
Lo que no faltan son palacios entre fortificaciones dentro y fuera de las murallas de la ciudad, como la medieval fortaleza que hay en la Terraza de Brühl (2), y que hoy albergan 14 museos que exhiben las que se denominan Colecciones de Arte del Estado de Dresde. Como el palacio Zwinger (3), ideado por un arquitecto y un escultor, en el que se encuentran el Museo de los Antiguos Maestros, la Colección de Porcelana y el Museo de Matemáticas y Física. El Palacio Real (Residenzschloss) (4), decorado con pinturas renacentistas y neorrenacentistas, que cuenta con dos anexos que merecen una visita y una ascensión: el patio Stall y la torre Hausmann (cerrada temporalmente). Y el más nuevo Palacio de la Cultura de Dresde (5).
12.30 De la ópera a Neustadt
Después de las bombas que llovieron sobre Dresde, en la ciudad se volvió a escuchar la música en la Ópera Semper (6) y en la iglesia Kreuz (7), donde desde hace más de 700 años canta un coro de niños y en la que hay un retrato del que se considera el padre de la música alemana, Heinrich Schütz. Tras escuchar música clásica y sacra se puede ir a la fábrica transparente de Volkswagen (8), con un concepto innovador en la industria automovilística: se puede ver cómo los operarios trabajan en la cadena de montaje en la fabricación de los coches. Esta factoría se encuentra en el lado noroeste del jardín Großer, un antiguo coto privado de caza del que fuera el príncipe elector de Sajonia, Juan Jorge III. Un sitio tan privado y exclusivo como todavía son los barrios de Blasewitz y Loschwitz, ambos comunicados por el puente Blue Wonder (9), cuyo color original era el verde. En Loschwitz se encuentra la plaza Körner, desde donde arranca un funicular de 547 metros de trayecto abierto en 1895 y un tren aéreo operativo desde 1901. En caso de no subir a ninguno, una buena opción es comer en el barrio de Neustadt (10), que siempre estuvo a la sombra de la monumental orilla sur. Tras otras tantas reconstrucciones, esta zona de calles y residencias barrocas es un lugar agradable para pasear —por König—, visitar el Palacio Japonés y descubrir encantadores patios interiores.
15.30 En un negocio de 1880
En los patios interiores de Neustadt, además de comer, se puede comprar. Las delicadas tiendas de artesanos locales se suceden en galerías cubiertas donde lo raro es no encontrar nada que a uno le guste. Una opción es recorrer el Pasaje del Patio del Arte, que comunica las calles Alaun, 70 y Görlitzer, 21-25. Es una galería repleta de coquetas tiendas, como Dresdner Molkerei Gebrüder Pfund (11): un local decorado con cerámicas de Villeroy & Boch que vende lácteos desde 1880.
17.30 Mirar como Canaletto
Entre los puentes de Augusto y María, ubicados en la orilla norte del Elba, se encuentra el que, se cree, era el punto exacto donde Canaletto (1697-1768) colocaba su caballete y pintaba esa ciudad de Dresde que ha pasado a la historia. Sin duda, este es un buen lugar desde el que contemplar el atardecer, que en el mes de octubre suele ser alrededor de las 18.30. Muy cerca del mismo sitio, en la calle Haupt, está la estatua ecuestre del Jinete Dorado (12).
20.30 Cena en una antigua fábrica
Yenidze (13) es una antigua fábrica de cigarros que luce aspecto de mezquita. Cuenta con una gran chimenea en forma de minarete y sus espacios hoy los ocupan oficinas, a excepción de su gran cúpula de cristal, reconvertida en un restaurante: el Kuppel. A la hora de dormir, el hotel Innside Dresden, de la cadena Meliá, es una opción tan buena como céntrica. Se encuentra muy cerca de los principales hitos de la ciudad, por si nos faltó por ver alguno.
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