Turquía ha logrado evitar un choque con Occidente al dar marcha atrás en la expulsión de diez embajadores, entre ellos los de Estados Unidos, Francia y Alemania, después de que estos hubiesen publicado un comunicado exigiendo la liberación del empresario y activista Osman Kavala -encarcelado desde hace cuatro años sin condena firme-, algo que Ankara consideró una extralimitación de las funciones de los diplomáticos. La resolución in extremis de la crisis se ha logrado tras jornadas de intensa actividad para convencer al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, del daño que podía hacer a Turquía una medida semejante, y gracias a la ambigüedad de un comunicado de los países afectados que ha permitido al líder turco salir medianamente airoso ante su propia opinión pública.
Las negociaciones de los últimos días serán probablemente recordadas como un éxito de la habilidad diplomática en los pasillos del Ministerio de Exteriores turco. De un lado, un presidente contumaz y poco dado al compromiso, que había ordenado -nada menos que en un mitin público- declarar persona non grata a diez embajadores. Del otro, un comunicado que, para los estándares de la muy nacionalista Turquía, suponía poco menos que un dictado en boca de potencias extranjeras (pese a que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, cuyas resoluciones son de obligado cumplimiento para Turquía, exige la liberación de Kavala desde hace dos años).
Así que durante varios días, altos funcionarios de Exteriores y de otros ministerios trataron de convencer al presidente de la debacle que podía suponer expulsar a diez embajadores de países aliados, algo prácticamente sin precedentes en la historia diplomática. A la apertura de los mercados este lunes, la cotización de la lira -con caídas de hasta el 3%- se encargó de dar otra razón, pues la continua depreciación de la moneda local está dejando la economía familiar de muchos turcos en una situación crítica. Pero faltaba un gesto del otro lado, algo que evitase a Erdogan una salida humillante que dañase su imagen.
Decía el filósofo y escritor estadounidense Will Durant que la mitad del arte de la diplomacia consiste en “hablar sin decir nada”. El lenguaje hueco, envarado en sus frases hechas, falto de concreción y de garra es considerado uno de los males de los habituales comunicados de la diplomacia. A veces, puede ser su mayor fortaleza. Sobre todo cuando esa ambigüedad permite a las dos partes en conflicto sentirse vencedoras.
Poco antes de que empezase el Consejo de Ministros que, bajo la batuta de Erdogan, debía tomar la decisión final, la Embajada de Estados Unidos publicó en Twitter el siguiente mensaje en inglés y en turco: “En respuesta a las preguntas sobre la declaración del 18 de octubre [sobre Kavala], los Estados Unidos hacen notar que cumple con el artículo 41 de la Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas”. Este artículo especifica que los diplomáticos no pueden interferir en asuntos internos del país que les acoge y el comunicado de la diplomacia estadounidense -retuiteado o redactado de igual manera por las otras nueve embajadas implicadas- simplemente se limitaba a certificar que reclamar la libertad de Kavala no supone extralimitarse en sus funciones. Sin embargo, las palabras usadas para el redactado en turco de la misma frase tienen una connotación sutilmente diferente, y puede interpretarse como que EE. UU. se compromete a respetar dicho artículo en el futuro. Suficiente.
Coro mediático
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El mismo coro mediático turco que hasta entonces jaleaba a Erdogan por poner en su lugar a las potencias “neo-coloniales” y por señalar la “hipocresía de Occidente”, comenzó a emitir programas en los que diferentes tertulianos evaluaban el comunicado como una marcha atrás de los diplomáticos occidentales. Y así, tras la reunión de su gabinete, Erdogan pudo salir triunfal ante las cámaras para certificar que su modo de preservar la “independencia” y la “soberanía” de Turquía ha sido un éxito, sin siquiera mencionar su propia marcha atrás. “Nuestro objetivo no es crear crisis, sino preservar el honor, el orgullo y la reputación de Turquía”, dijo el presidente.
El daño, sin embargo, está hecho. Esta crisis, por mucho que se haya cerrado a última hora, es una puntilla más en las relaciones de Turquía con sus socios occidentales, que no son solo socios políticos (en la OTAN y el Consejo de Europa, a los que pertenece Turquía, o en la UE, con la que todavía negocia la adhesión), sino también sus principales socios comerciales. Y la cuestión del encarcelamiento de activistas y opositores seguirá pendiendo sobre estas relaciones pues el mes que viene el Consejo de Europa deberá decidir si inicia un proceso de infracción contra Turquía por negarse a cumplir las sentencias de Estrasburgo que exigen la liberación de Kavala y del político kurdo Selahattin Demirtas.
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