Los desafíos se enfrentan a realidades complejas a la hora de pasar de las intenciones a la acción. El objetivo es sencillo: garantizar urgentemente la supervivencia de las generaciones futuras. ¿Cómo? Procurando mantener las temperaturas globales lo más cerca posible de 1.5°C de calentamiento para 2100, una meta inalcanzable al ritmo actual de compromiso de los gobiernos. En el periodo previo a la apertura de la COP26, domina el escepticismo sobre su éxito.
La 26 Conferencia de las Partes sobre el Cambio Climático, aplazada un año debido a la pandemia de Covid-19, se llevará a cabo del 31 de octubre al 12 de noviembre en Glasgow, Escocia. La COP26 se celebra seis años después de la COP21 y el Acuerdo de París.
¿Por qué tanta urgencia?
La palabra “urgencia” está en todas las bocas. La temperatura está subiendo y los efectos ya se notan, en todos los continentes: gigantescos y repetidos incendios en Australia, Estados Unidos y Europa, inundaciones en China y Europa, cúpula de calor en Canadá, temperaturas cercanas a los 50 °C en Siberia, huracanes y tormentas sucesivas en el Caribe y el Golfo de México, sequías… una lista no exhaustiva. Estas catástrofes tienen algo en común, característico del calentamiento global: son más frecuentes y baten récords de intensidad: precipitaciones, fuerza del viento, zonas quemadas, picos de calor, etc. Una cifra resume este fenómeno: según el reciente informe de la Organización Meteorológica Mundial, el número de catástrofes se ha quintuplicado en los últimos 50 años.
Los hallazgos también son aterradores en escalas de tiempo más largas: por ejemplo, se ha medido que el 14% de los arrecifes de coral ha desaparecido en 10 años (2009-2018), que la población de insectos voladores está en caída libre en Europa desde hace 30 años, que África está perdiendo sus bosques o que el nivel medio del mar ha subido 20 centímetros entre 1900 y 2018.
Las conclusiones del informe especial del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), publicado en agosto, son clarísimas: a este ritmo, nos dirigimos a un calentamiento muy superior a los 2 °C del Acuerdo de París, y hasta más de 4 °C según ciertos escenarios negros. Con unas consecuencias catastróficas: subida del nivel del mar, desaparición de islas habitadas, extinción de especies animales, catástrofes climáticas más violentas y frecuentes, grandes oleadas de migraciones climáticas, guerras por el agua y las tierras cultivables, etcétera. Todo el sistema viviente –humanos, fauna y flora– está en peligro, y en esta batalla, cada décima de grado de calentamiento cuenta.
¿De qué sirve la COP?
Las COP se celebran cada año en un país diferente, y algunas han sido más significativas que otras, como la COP3 de Kioto (1997), la COP15 de Copenhague (2009) y la COP21 de París (2015). En esta última se firmó el Acuerdo de París, un tratado histórico y universal que toma el relevo del Protocolo de Kioto y sienta las nuevas bases de las negociaciones sobre el clima. Compromete a los firmantes a mantener las temperaturas globales “muy por debajo” de los 2°C respecto a la era preindustrial y preferiblemente a 1.5°C. Pero su carácter vinculante es muy limitado.
Aplazada un año a causa de la pandemia, la COP26 llega dos años después del fracaso de la COP25 de Madrid. Organizada por el Reino Unido en colaboración con Italia, tendrá lugar en la ciudad escocesa de Glasgow, en el Scottish Event Campus, bajo la presidencia del político británico Alok Sharma, quien no ocultó su escepticismo sobre el éxito del evento. Esta COP tiene un objetivo: finalizar las normas del Acuerdo de París y pasar de las promesas a las acciones para acercarse a la trayectoria de calentamiento de 1.5 °C antes de que acabe el siglo.
¿Qué está en juego?
Las contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC por sus siglas en inglés) son el núcleo del Acuerdo de París (artículo 4). Son las acciones concretas, los compromisos cuantificados y comunicados públicamente por los Estados para reducir sus emisiones de gas de efecto invernadero (GEI) de aquí a 2030 y para lograr la neutralidad global del carbono en 2050, condición para alcanzar los 1.5°C de calentamiento.
Sólo 120 países y la Unión Europea han actualizado sus NDC. Cuatro países no han comunicado sus planes de reducción actualizados –India, Turquía, China y Arabia Saudí (estos dos últimos países multiplican sin embargo sus anuncios de buenas intenciones)–, dos países han reducido sus ambiciones –Brasil y México– y otros dos han dejado sus NDC sin cambios –Australia e Indonesia.
El problema es que, con estas ambiciones declaradas, las emisiones aumentarán un 16% en 2030 respecto a 2010, según el IPCC.
Sólo los planes del Reino Unido (con una reducción mínima del 68% de las emisiones en 2030 respecto a 1990) y de Gambia se consideran compatibles con el límite de 1.5ºC.
Financiamiento del clima
Tanto el Convenio Marco de 1992 como el Acuerdo de París establecen en blanco y negro que los países desarrollados deben proporcionar ayuda financiera a los del Sur. Por ello, en 2009, en Copenhague, los países ricos acordaron destinar 100 mil millones de dólares anuales a partir de 2020 a la acción climática en los países pobres, que contaminan poco, pero son los más afectados.
El problema es que, 10 años después de la promesa, aún falta dinero por llegar, y de todos modos, las necesidades reales ya superan los 100 mil millones. Además, como señaló la ONG Oxfam en 2020, “el 80%” de todo este financiamiento “se ha asignado en forma de préstamos y, por tanto, debe ser devuelto”, con intereses. “Es escandaloso que los países más pobres, que ya están muy endeudados, se vean obligados a pedir préstamos para hacer frente a la crisis climática de la que no son responsables”, protestó la organización.
Los mercados de carbono
Esta cuestión muy técnica se encuentra en el artículo 6 del Acuerdo de París, el único que no fue finalizado. Las anteriores COP no han conseguido poner en marcha este mercado mundial del carbono. El objetivo es ayudar a los Estados a cumplir con sus NDC y alcanzar la sacrosanta “neutralidad del carbono” en 2050. Neutralidad significa que el nivel de emisiones de carbono en la atmósfera es igual al nivel de su captura por los sumideros naturales (bosques, océanos) o tecnológicos. Por tanto, pueden aumentar siempre que se compensen.
¿Cómo funciona? Para reducir su huella de carbono, las empresas o Estados compran cuotas de carbono, que dan derecho a emitir una tonelada de CO2 por cuota. Si no logran reducir sus emisiones lo suficiente y no tienen suficientes créditos, pueden comprarlos financiando proyectos medioambientales que les hagan ganar estos créditos. La plantación de árboles como compensación es la herramienta más utilizada. Esta estrategia permite a la empresa mejorar su huella de carbono, prepararse para una normativa que está destinada a ser más estricta y mejorar su imagen ante sus clientes. Todo esto por un precio muy bajo.
Pero estos métodos de compensación no “eliminan” realmente el carbono, ya que en realidad son “permisos de contaminación”. Y la eficacia de la compensación de las emisiones de carbono es muy discutida. Es un mecanismo muy cómodo para los Estados que se resisten a revisar su modelo de consumo y producción, critican las ONG.
Según señalan varios estudios, el equilibrio entre emisiones y capturas se desplazaría en el tiempo: las emisiones fósiles se producen hoy, mientras que su absorción en los árboles y los suelos tarda mucho más. Además, la captación de carbono por parte de los árboles no garantiza una captura segura a largo plazo: una tormenta, un incendio y este sumidero de carbono desaparece. Por otra parte, la superficie de tierra disponible no es infinita, y los requisitos de créditos de carbono de las grandes empresas son exorbitantes. Y lo que es peor, los sumideros naturales de carbono, como los bosques tropicales y los océanos, tienen una capacidad limitada que podría disminuir.
Los partidarios de la geoingeniería proponen una alternativa: la extracción artificial del dióxido del aire y su enterramiento en el suelo. Los detractores afirman que esta tecnología “incipiente” y “de alto consumo energético” sería dolorosa para la naturaleza a largo plazo y contraproducente.
¿Quiénes estarán presentes en la COP26?
Los organizadores esperan unos 25 mil participantes. Más de un centenar de jefes de Gobierno y Estado estarán presentes y cerca de 200 delegaciones negociarán durante 12 días. Dos ausencias notables: Vladimir Putin, por Rusia, y muy probablemente Xi Jinping, por China. En cambio, dos notorios escépticos del cambio climático han anunciado su asistencia: el brasileño Jair Bolsonaro y el australiano Scott Morrison. El Papa Francisco también se desplazará.
Centenares de científicos de centros de investigación públicos y privados estarán presentes, así como numerosos movimientos y ONG (Climate Action Network, Fridays For Future, Extinction Rebellion…) que previeron una gran manifestación el próximo 6 de noviembre, con discursos de carismáticos defensores del clima como Greta Thunberg y Vanessa Nakate.
En la “zona verde” tendrá lugar una auténtica COP ciudadana, en la que se celebrarán numerosos talleres, exposiciones y conferencias, y varios actos se retransmitirán en directo por Internet.
Por último, el mundo empresarial también estará presente, desde las start-up hasta los grandes representantes de las energías fósiles.
¿Podría llegar a ser un éxito?
La pandemia de Covid-19 perturbó la organización de la cumbre y comprometió la llegada de algunas delegaciones de países en desarrollo o remotos, un problema denunciado por las ONG.
Pero bajo la presión diplomática y pública, los dirigentes han multiplicado las “señales alentadoras” de cara a la reunión. Las esperanzas están puestas, en primer lugar, en la vuelta de Estados Unidos al Acuerdo de París y en el liderazgo que parece querer asumir su presidente Joe Biden. Nueva Zelanda, Turquía, Sudáfrica, la Unión Europea y, sobre todo, China, también mostraron gestos de buena voluntad.
A diferencia de París, en Glasgow no habrá ningún tratado que pueda materializar una victoria o un fracaso. Para las ONG, todo dependerá de la capacidad de los países desarrollados para responder a la emergencia climática, anunciando mayores reducciones de sus emisiones y aumentando su financiamiento climático para los países del Sur.
Con informació de Géraud Bosman-Delzons, RFI
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