El Gobierno de Boris Johnson ha demostrado su convicción de que, al menos cuando del Brexit se trata, la firma de un tratado internacional es solo el primer paso para una constante renegociación y reinterpretación de lo acordado. Es un juego de paciencia en el que quien se irrita pierde, y Londres pretende usar la rabia expresada por París, por el trato recibido por sus pescadores, para presentarse en el lado legal y justo de este conflicto. Si el Ejecutivo de Emmanuel Macron acusa a Downing Street de incumplir su promesa de permitir que la UE siguiera faenando en sus aguas, al menos hasta 2026, los ministros de Johnson acusan a Francia de haber incumplido los términos del acuerdo comercial que el Reino Unido y la UE firmaron con arduo esfuerzo. “Estamos anonadados con lo que está ocurriendo”, ha dicho el primer ministro británico este viernes. “Nos tememos que haya una violación implícita del acuerdo comercial con todo lo que está ocurriendo y con algunas de las cosas que se han dicho, y obviamente estamos preparados para adoptar las medidas apropiadas, y para hacer lo que sea necesario para defender los intereses del Reino Unido”, ha advertido Johnson.
El Gobierno francés, al borde de la paciencia por el retraso y las trabas impuestas por las autoridades británicas a sus pescadores para renovar licencias, retuvo esta semana en el puerto de Le Havre un barco que pescaba en sus aguas territoriales sin permiso, según París. Paradójicamente, el pesquero es escocés, propiedad de la empresa MacDuff Shellfish. Los pescadores escoceses fueron los más irritados en su día con el Brexit, y los que más traicionados se sintieron por el acuerdo final cerrado por Johnson. Francia ha amenazado con prohibir el desembarco de productos pesqueros británicos en puertos franceses si el enfrentamiento no se soluciona antes del próximo martes. Reforzaría además los controles aduaneros y sanitarios de los productos británicos que entraran al continente desde el Reino Unido o viceversa,, bien a través de buques o por vía terrestre. La medida podría agravar aún más los problemas de abastecimiento que la pandemia y el Brexit han causado a los británicos. Pero es sobre todo el lenguaje del Gobierno francés a lo que se han aferrado los ministros de Johnson para expresar su aparente escándalo. “Ahora hay que hablar el idioma de la fuerza porque me temo que, por desgracia, este Gobierno británico no comprende otra cosa”, llegó a decir el secretario de Estado para Asuntos Europeos, Clément Beaune. Y en el comunicado oficial del Ejecutivo francés se esgrimió la amenaza de revisar incluso el suministro energético de las islas anglo-normandas de Jersey y Guernsey. Territorio británico pero muy pegadas a la costa francesa, y con estrechos vínculos con ese país, su Gobierno autónomo ha sido sin embargo el más puntilloso a la hora de renovar las licencias de los pescadores normandos.
A cuatro meses de unas elecciones presidenciales muy delicadas, Macron no dejará en la estacada a una región que le dio un importante respaldo en 2017. El presidente francés, en una entrevista al diario británico The Financial Times, ha presentado conjuntamente la negociación pesquera y el espinoso asunto del Protocolo de Irlanda del Norte como “un test de la credibilidad” del Gobierno británico. “No se equivoquen, no es un asunto que afecte únicamente a los europeos, sino a todos sus socios [del Reino Unido]. Cuando dedicas años a negociar un tratado, y pocos meses después haces lo contrario de lo acordado en aquellos asuntos que menos te convienen, no estás dando una gran muestra de credibilidad”, ha denunciado Macron.
Londres, y especialmente el negociador con la UE, David Frost, quiere utilizar la salida de tono de París -hasta ahora solo eso, una salida de tono, sin represalias reales- para dar la vuelta al escenario. Frost se ha reunido hoy en la capital británica con su contraparte de Bruselas, el vicepresidente de la Comisión Europea, Maros Sefcovic. El encuentro estaba destinado a abordar en la espinosa cuestión del Protocolo de Irlanda del Norte. Pero en ese asunto no ha habido avances. El Gobierno de Johnson mantiene su exigencia de revisar por completo ese acuerdo y de prescindir de su supervisión por parte del Tribunal de Justicia de la UE, a pesar de que todo eso fue lo que firmó Johnson para sacar adelante su anhelado Brexit. Frost ha preferido hacer hincapié, en su comunicado público, en la refriega pesquera con Francia. Ante el “injustificado” comportamiento del Palacio del Elíseo, Downing Street se reservaba el derecho a “invocar los mecanismos de resolución de disputa” previstos en el Acuerdo Comercial firmado con la Unión Europea, y a llevar a cabo “procesos rigurosos de control y aplicación de la ley” en sus aguas territoriales. Es decir, echar incluso mano de la Royal Navy para mantener a raya a los pesqueros franceses.
Durante todo el día, los altos funcionarios del Ejecutivo británico han transmitido —desde el anonimato y la exigencia de off the record (no publicar textualmente ni citar fuentes)—, a los medios extranjeros su asombro ante la agresividad de un Gobierno vecino y aliado que había llegado a amenazar con cortar el suministro energético y que elevaba el nivel de la crisis al vivido con países como Ucrania o Rusia. Londres había llegado a convocar formalmente a consultas este viernes a la embajadora francesa en Londres, Catherine Colonna. Pero solo a medio gas. No la convocaba la ministra de Exteriores, Liz Truss, sino la secretaria de Estado para Europa y las Américas, Wendy Morton, que no se había visto en otra así y que ha optado por no dar mucha publicidad al encuentro. La UE respalda al Gobierno francés, pero mantiene por el momento una media distancia. Sefcovic ha animado al Reino Unido “a intensificar sus conversaciones con la Comisión Europea y con Francia para resolver pronto el asunto pendiente de las licencias pesqueras”. Ya constató André Tardieu, primer ministro de Francia hasta en tres ocasiones en las primeras décadas del siglo XX, “la repugnancia que los anglosajones sienten hacia la construcción sistemática de la mente latina”. Un siglo después, París y Londres siguen siendo difíciles contrincantes en una mesa de negociación.
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