Eric Adams es un exoficial de policía, vegano, defensor del uso de la bici como medio de transporte y expresidente del distrito de Brooklyn. Este martes previsiblemente será elegido alcalde de Nueva York frente a su rival republicano, Curtis Sliwa, un peculiar personaje tocado con una boina que recuerda un gorro frigio y que en los años ochenta creó Ángeles Guardianes, una patrulla de voluntarios para vigilar el metro. Aunque las urnas no se cerrarán hasta la tarde, y el escrutinio pueda demorarse, no hay duda de que Adams, de 61 años, será el elegido: los demócratas golean por una diferencia de siete a uno en la Gran Manzana.
Lo que sí arroja dudas es la ciudad que heredará de su correligionario Bill de Blasio, alcalde desde 2014. Cuando este llegó al Ayuntamiento, Nueva York vivía en la cresta de la ola, económica y culturalmente. Adams en cambio recibirá una ciudad extenuada por la pandemia; la que fuera zona cero del virus en la primavera de 2020, como recuerdan las ominosas imágenes del hallazgo de decenas de cadáveres en camiones sin refrigeración, o la apertura de fosas comunes masivas. La vuelta del turismo y la de los oficinistas a sus puestos de trabajo deberían ser los revulsivos de la recuperación, junto con el impulso de las pymes, pero el errático rumbo del coronavirus siembra de dudas el corto plazo: en agosto se habían reincorporado solo el 30% de trabajadores, diez puntos menos que en julio, por culpa del repunte de la variante delta. No deja de ser una coincidencia que la elección coincida con la entrada en vigor de la obligatoriedad de la vacuna para los trabajadores municipales, que Adams defiende a ultranza, pese al rechazo de muchos negacionistas. También mantendrá el requisito de exigir el certificado de vacunación en restaurantes y espectáculos.
Pero son muchos más los desafíos inmediatos que plantea la ciudad, como una amenazante gorgona: el repunte de la violencia armada en las calles y la patata caliente de una reforma policial a la que nadie se atreve a hincar el diente; la sempiterna crisis de acceso a la vivienda, el estado de la educación pública o la masificación de la cárcel de Rikers, un polvorín a punto de estallar, por citar solo algunos de los retos. También las cifras de accidentes de tráfico mortales, un fenómeno que Adams quiere mitigar creando 500 kilómetros de carriles bici, o la suerte indigna de las decenas de miles de indigentes -buena parte de ellos, con graves problemas mentales- que viven en las calles de la ciudad porque las 20.000 plazas disponibles en albergues no llegan para todos.
Como excapitán de policía que fue, Adams se plantea con cautela la gestión del gigantesco departamento (36.000 policías, 19.000 administrativos y un presupuesto de 5.900 millones de dólares, en datos de junio de 2020). Defiende reorganizar los equipos y recortar las horas extra para ahorrar unos 500 millones al año, pero no contratar a más agentes, como propone su rival en las urnas. También recuperar la unidad de policías de paisano para luchar contra pequeños delitos en la calle o el metro, que fue desmantelada por De Blasio. Pero de la radical reforma que otros correligionarios demócratas más a la izquierda planteaban en las primarias, ni una palabra.
La crisis financiera del vetusto y a menudo disfuncional metro, que no ha recobrado aún el flujo de viajeros previo a la pandemia, será otra emergencia para el nuevo alcalde. Pero la gestión municipal del suburbano es muy limitada frente a la responsabilidad superior del gobernador del Estado, gajes de una burocracia diríase que soviética. Adams quiere desviar a los indigentes y enfermos mentales que a diario duermen en andenes y vagones a los servicios sociales.
El exsenador por el Estado de Nueva York quiere recuperar también un programa para estudiantes brillantes recién suprimido por De Blasio, así como paliar los estragos que en los alumnos de rentas más bajas, adscritos a la red pública -la mayor del país-, ha causado la pandemia: una rémora que ahonda la desigualdad estructural de la ciudad. También aspira a mejorar la calidad de los menús escolares -y los de las prisiones y los albergues-, como corresponde a alguien muy concienciado de los beneficios de una correcta alimentación. A los 56 años, Adams se despertó un día casi ciego, a causa de un coma diabético, y desde que descubrió su condición de enfermo crónico sigue una dieta cien por cien vegana.
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Pero Adams no circunscribe únicamente a la alimentación el impulso de hábitos que potencien la calidad de vida; también propugna la salud ambiental con la creación de los citados carriles bici y con la habilitación de 250 kilómetros de nuevos carriles bus. El intento de De Blasio de reducir el tráfico de automóviles en la Quinta Avenida, en beneficio de más transporte público y más bicis, chocó con los intereses de los negocios de la icónica vía y ahí se quedó, en proyecto.
Nueva York contó con un presupuesto de 88.000 millones de dólares para el año fiscal de 2021. Mucho más que la mayoría de los países del mundo. Por eso es con frecuencia plataforma para más altos destinos políticos -el propio De Blasio aspira a convertirse en gobernador del Estado- y, desde luego, un escaparate de logros y fracasos, como si a la aburrida gestión del negociado de las basuras o el mantenimiento de la red de alcantarillado se le aplicara una lupa a diario. Máxime en una tesitura convaleciente como la actual, con la moratoria antidesahucios a punto de expirar, una tasa de desempleo del 9,8% -casi el doble que la nacional- y con palpables brechas de salubridad entre la población blanca y otras comunidades. A Adams le gusta recordar que negros e hispanos murieron dos veces más de covid que los blancos, y esa desigualdad tan enquistada no habrá mandato que la corrija en breve, aunque un negro como él ocupe la alcaldía.
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