Es fácil distinguir los coches que más tiempo llevan aparcados en Los Llanos de Aridane. El espesor de la ceniza los diferencia. También se pueden identificar las calles con menos tránsito por la ausencia de huellas en la capa de arena gris que cubre el suelo, como en una nevada. Sin embargo, la ceniza no se derrite; se acumula sin parar día a día. Y no te moja la cara, sino que entra en los ojos, que escuecen con el primer grano de ceniza, y en la boca. “Pica mucho. Es horrible”, explica Melani Rodríguez mientras sujeta su cepillo. Esta mujer de 25 años es una de las personas contratadas por el Ayuntamiento de Los Llanos para reforzar la limpieza viaria, en estado crítico por la furia del volcán de La Palma.
El sábado se registró el récord de emisión de ceniza desde el comienzo de la erupción y ha seguido cayendo intensamente hasta el lunes a mediodía. “Lo de estos días no lo había hasta ahora. Es imposible retirar todo lo que ha caído. Es como matar mosquitos a cañonazos”, dice Airam Castro, de 36 años y trabajador municipal. Los Llanos está enterrado en ceniza.
“Esto es muy duro. No es un trabajo de limpieza normal, en el que vas cambiando un poco de posición. Es todo el rato el mismo movimiento con el cepillo y se te agarrotan los músculos. Y la ceniza pesa más que la basura”, añade Milagros Armas, de 44 años. A su lado, Rodríguez se seca la frente con la mano. Lleva una mascarilla FPP2. Cuando se la baja ligeramente se descubre una línea negra en su cara, como si estuviera dibujada a lápiz. Junto a ellas hay otras cinco mujeres armadas con cepillos, operarias de limpieza que despejan la entrada de un colegio. Todas llevan gafas o pantallas protectoras. “Haces lo posible por no rascarte los ojos, pero no se puede evitar. Tienes que echarte colirio cada dos por tres”, asegura Armas.
Ella y sus compañeras se coordinan de forma casi coreográfica, en una rutina que mejoran desde hace semanas. Con cada escobazo retiran una porción de ceniza, pero siempre queda una fina película en el suelo. “Es un polvillo casi imposible de quitar”, dice Armas. Esa ceniza esquiva la ha obligado a separarse temporalmente de su hijo de seis años: “He tenido que mandar a mi niño a Tenerife porque tiene problemas de alergias. Eso me deprime”. Y no hay descanso al terminar la jornada: ”Cuando vuelves a casa sigues limpiando porque la ceniza se cuela por todos lados”. Lo dice enfadada, pero enseguida cambia el tono para mostrar orgullo. “Nos sentimos útiles porque hacemos algo que sabemos que es muy importante”, sostiene.
Estas siete mujeres y el resto del equipo de limpieza de Los Llanos son el escudo contra una vida interrumpida por la ceniza volcánica, que sepulta caminos y pequeñas edificaciones en las zonas evacuadas a las que no ha llegado la lava. “Cada vez está peor. Todo lo que podemos es ir dándole y dándole”, explica el concejal de Servicios Municipales de Los Llanos, José María Rivera, preocupado por la coincidencia de la lluvia de ceniza y la pandemia. “Para desinfectar superficies por la covid los trabajadores tienen que usar agua, pero no se puede mezclar con la ceniza. Es muy complicado”, añade. Cuando los residuos del volcán se humedecen pesan más; se convierten en una especie de cemento muy difícil de mover, explica Miguel Ángel Morcuende, director técnico del Plan de Emergencias Vulcanológicas de Canarias (Pevolca). Donde más preocupa la presencia de esa masa es en las canalizaciones de agua, por el peligro de que “tupen”, y en los tejados, que pueden derrumbarse.
La montaña de fuego expulsa una columna de gases y partículas en suspensión que alcanza entre 3.000 y 5.000 metros de altura. Las cenizas al vuelo aterrizan principalmente en el oeste de la isla, donde está el volcán y municipios como Los Llanos. Según el último cálculo de Copernicus (el sistema de observación de la Tierra de la Unión Europea), hay 6.800 hectáreas cubiertas de ceniza, en torno a un 10% de La Palma. No todos los días cae la misma cantidad de polvo volcánico: hay momentos en los que apenas llueve ceniza y otros en los que no se puede mirar al cielo.
Hay 11 empleados municipales dedicados a la limpieza viaria de Los Llanos y otros 17 destinados a colegios. Reciben la ayuda de otros 22 de refuerzo por un plan de empleo del Ayuntamiento y también de equipos llegados de otros puntos de Canarias, como el que lidera Juan Carlos Lorenzo, de 52 años. “No hay calle que mires y que no digas ‘Dios te guarde”, dice el jefe de una cuadrilla procedente de Tenerife. Trabajan con un vehículo armado con una pala con capacidad para un metro cúbico (1.000 litros de agua). La llenan a paladas tras recorrer solo 80 metros de la calle de Enrique Mederos, después de crear pequeños montículos. Un niño intenta pisarlos, pero su madre lo evita con un grito. “Parece que no, pero la ceniza resbala mucho. Es peligrosa tanto para los coches en la carretera como para las personas mayores en las aceras”, añade Lorenzo. “Después del fin de semana, con todo lo que ha caído, ni siquiera aspiramos a retirarla toda, sino a dejar una capa lo más fina posible. ¿Para qué vamos a barrer a fondo, si en un rato va a estar igual? Es espantoso”.
Contra la ceniza también pelean equipos de voluntarios, pero quizá su principal enemigo sean los comerciantes y vecinos que retiran el manto gris de sus puertas y tejados. Una de ellas es Jessica, de 38 años, que este lunes barría alicaída la acera de la calle La Pasión. “Ha sido horrible. Además la ceniza es muy finita, se mete en todos sitios y pesa muchísimo. Es imposible quitarla del todo. Estoy cansada, es todo el día lo mismo”. Una parte de la ceniza acaba en zonas poco transitadas y otra en enormes contenedores cuyo contenido se vuelca después en camiones. Casi toda sigue en el suelo. Algunas de las calles secundarias acumulan un manto tan espeso que hace indistinguible la acera y la carretera.
“Frustrante”
Más allá del esfuerzo físico que requiere el empleo de los barrenderos, de lo temprano que empiezan las jornadas y de que las condiciones laborales no suelen ser boyantes, hay otro problema que mencionan los que trabajan a la sombra del volcán: “Es muy frustrante limpiar una calle, mirar para atrás y ver que ya está llena de ceniza otra vez”, comenta Castro. Utiliza una máquina sopladora que servía principalmente para desplazar las hojas caídas de los inmensos laureles de Los Llanos. “Tienes que mentalizarte de que la suciedad que dejas detrás no es culpa tuya, que hay un fenómeno que está expulsando ceniza continuamente. No para, pero tú tienes que parar. Es como si estuvieras barriendo y te siguiera gente que va tirando papeles”.
El padre de Airam, José Enrique Castro (62), que también es operario de limpieza municipal, intenta ser positivo: “La ceniza que recoges hoy no es la misma que vas a quitar mañana, y toda hay que retirarla”. Cree que harían falta tres o cuatro meses sin que cayera ni una pizca de ceniza para terminar de limpiar el pueblo. “Pero eso no parece que vaya a pasar pronto, así que seguiremos con lo nuestro y que el volcán continúe con lo suyo”. Entonces, mientras ruge el “monstruo”, monta en su vehículo aspiradora. Antes de la erupción se llenaba de basura en dos días. Ahora, lo vacía cada dos horas.