Según la famosa teoría de los seis grados de separación, propuesta en 1930 por el escritor húngaro Frigyes Karinthy, solo seis personas, como mucho, separan a todos los habitantes de la Tierra. Aun a riesgo de parecer presuntuoso, déjenme apuntar que yo estoy a solo un brinco de Isabel II del Reino Unido gracias a Felipe de Borbón y Grecia, rey de las Españas que, durante una visita a la sede de EL PAÍS en Miguel Yuste, cuando él era aún príncipe y yo un freelance, un periodista mercenario que cobraba a tanto la pieza, cruzó la redacción para estrechar mi mano, quizás porque en la columna junto a la que yo estaba sentado alguien había pegado una bandera republicana.
Aunque la hipótesis aún no ha sido demostrada, lo cierto es que la regla de los seis grados se cumple. Solo un salto separaba a mi padre, Pedro Merino Sanz (que en paz descanse) y a mis abuelos Arcadio y Víctor, labradores de un pueblo de Segovia, de Samaren III, apu (jefe o rey) de los jíbaros huambisas del Alto Marañón, reductores de cabezas, un ritual conocido como tsantsa. Y ese salto lo protagoniza el famoso capitán Francisco Iglesias Brage (1900-1973), pionero de la aviación, ingeniero militar y explorador español. Fue gracias a la hija de Samaren, la princesa Macato, una Pocahontas amazónica que se prendó de su buena planta, sus ojos azules y las gafas redondas que le daban un aire intelectual (aunque era casi analfabeto), que salvó la suya Ildefonso Graña Cortizo (1878-1935), más conocido como Alfonso I, el rey gallego los jíbaros, nacido en 1878 en la parroquia orensana de Amiudal. No tuvo tanta suerte el hombre que le acompañaba en la canoa, otro gallego residente en Iquitos que perdió la vida y seguramente la cabeza en el encuentro con los indios. En 1932, el año en que nació mi padre, las vidas del aventurero Graña y el capitán Iglesias Brage se entrecruzan como la urdimbre de un tapiz. Pero no adelantemos acontecimientos.
La fiebre del caucho
Según cuenta Maximino Fernández Sendín en su libro Alfonso I de la Amazonia, rey de los jíbaros (2005), Alfonso Graña fue uno de los muchos gallegos que emigraron a finales del XIX a Manaos (Brasil) atraídos por la fiebre del caucho. Hacia 1910 se traslada a la opulenta ciudad peruana de Iquitos, cerca de la confluencia del Ucayali y el Marañón, donde nace oficialmente el río Amazonas. Allí trabajará durante una década como cauchero y buscador de oro y trabará gran amistad con otro emigrante gallego, Cesáreo Mosquera Chousal, oriundo de Ribadavia (Ourense) y fundador de la mítica librería Amigos del País, hoy librería Tamara, un oasis de cultura en el corazón de la selva. Alrededor de 1920, con la caída de los precios del caucho (los británicos habían conseguido sacar de contrabando semillas del árbol Hevea brasiliensis para plantarlas en sus colonias de Asia, acabando así con el monopolio cauchero de Perú y Brasil) llegó la debacle económica a Iquitos. Es entonces cuando Alfonso Graña remonta en canoa el Alto Marañón en busca de fortuna y su pista se pierde durante más de dos años.
Un día, las gentes de Iquitos, entre ellos su buen amigo Mosquera, le ven llegar por el río en una xangada (balsa de troncos) con indios jíbaros y diversas mercancías. “Acaba de llegar aquí nuestro paisano Alfonso Graña de su tribu del río Santiago y Marañón con indios huambisas trayendo una balsa con mucha metralla para vender aquí”, escribe Mosquera en sus memorias. “Animales y aves curados y ahumados, parece un necroterio, que diría Darwin (…) Ya nos retratamos y todo con ellos, y hasta con la cachola [cabeza reducida] de una mociña que han escamochado [cortado] saben ellos por qué”.
El largo vuelo
A comienzos de los años treinta, el capitán Iglesias era ya un célebre aviador conocido por sus récords en vuelos de larga distancia, como el que realizó en 1929 junto al también piloto Ignacio Jiménez Martín entre Sevilla y Salvador de Bahía (Brasil) en el Jesús del Gran Poder, un aeroplano Breguet XIX GR-72 fabricado en España por Construcciones Aeronáuticas (CASA) que hoy se conserva en el Museo del Aire y la Astronáutica de Cuatro Vientos (Madrid). Tras su vuelo transatlántico (6.746 kilómetros en 44 horas), ambos continúan el viaje por América Latina. Vuelan de Bahía a Río de Janeiro y posteriormente a Montevideo y Buenos Aires. Cruzan la cordillera de los Andes y aterrizan en Santiago. Su viaje continúa por el norte de Perú, Panamá, Nicaragua, Costa Rica y Guatemala hasta La Habana (Cuba), la etapa final de un periplo de 20.300 kilómetros.
En 1931, recién proclamada la II República, el piloto emprende los preparativos, apoyado por el Gobierno republicano e intelectuales como Gregorio Marañón, Ramón Menéndez Pidal, Ortega y Gasset y García Lorca, de la denominada Expedición Iglesias al Amazonas, la mayor empresa científica española desde el siglo XVIII. Una idea que nació, según cuenta el propio Iglesias, mientras sobrevolaba los países andinos en el Jesús del Gran Poder. El 16 de junio de 1932, las Cortes dan luz verde al proyecto con la creación de un Patronato y la construcción de un moderno buque de exploración, el Ártabro, que se botaría en Valencia el 16 de febrero de 1935.
Entre junio de 1933 y marzo de 1934, Iglesias Brage regresa a la Amazonía como delegado español de la Sociedad de Naciones para administrar el llamado triángulo de Leticia, territorio amazónico que en aquel momento estaba en litigio entre Colombia y Perú. Durante la estancia, aprovecha para recoger datos para su nueva aventura y reunir una colección de materiales etnográficos —brazaletes y collares de plumas de guacamayo y tucán, máscaras, cerbatanas, carcajes de flechas envenenadas y otros objetos— que hoy se conservan en el Museo Nacional de Antropología de Madrid. Para ello cuenta con Cesáreo Mosquera, que le había ofrecido su inestimable ayuda y la de su paisano Braña nada más enterarse del plan de la expedición por , Iglesias al Amazonas en 1932.
Braña, quien había sucedido a su suegro Samaren IIII, como apu de apus falleció en 1935 de muerte natural en algún remoto lugar de su feudo en la jungla, por la zona del Pongo de Manseriche, “diez kilómetros de violentos remolinos, rocas y torrentes”, según lo describe Mario Vargas Llosa en su novela La casa verde, tras reinar durante 12 años sobre una enorme región de la Amazonía poblada por más de 5.000 indios de las etnias awajún y huambisa. En 1933, una hazaña hizo que su fama creciese, hasta el punto de que el Gobierno peruano reconoció oficialmente su soberanía sobre el territorio jíbaro: trasladar en balsa hasta Iquitos, a una semana de distancia, el cadáver embalsamado de Alfredo Rodríguez Ballón, un piloto de las Fuerzas Aéreas peruanas que se había estrellado en la selva.
El ángel caído
¿Qué ocurrió con la expedición? Finalmente, no llegó a realizarse. Entre las causas están la grave crisis económica de 1935, que llevó a un recorte del gasto público, y las disensiones entre los participantes: la gestión del proyecto por Iglesias fue criticada por los naturalistas, a quienes molestaba la disciplina militar con la que quería organizar su trabajo científico; asimismo, los marinos del Ártabro consideraban que debía ser dirigida por un oficial de la Armada y no por un militar de aviación. El 26 de marzo de 1936 se disolvió por decreto el Patronato y se aprobó la distribución entre diversas instituciones científicas del material y equipamiento adquiridos —entre los que había higrómetros, teodolitos, barógrafos, pluviómetros, densímetros, hipsómetros, generadores de hidrógeno para globos meteorológicos, brújulas, nefoscopios para medir la velocidad de las nubes… por un valor de 129.701 pesetas con 45 céntimos, según el inventario—.
Sobre la heroica vida del capitán Iglesias flota una sombra. Aunque era amigo íntimo de Lorca, quien en 1921 le había dedicado el poema Saeta de su libro Poema del cante hondo y de otros intelectuales de izquierda, al estallar la Guerra Civil, quizás por despecho, quizás porque en el momento del golpe de Estado se encontraba en El Ferrol, toma partido por los militares sublevados. A comienzos del verano de 1936 construye el aeródromo militar de Escalona del Prado (Segovia), donde se hizo muy popular entre los chicos del pueblo, entre ellos mi padre y mis tíos, por su carácter afable y las historias que contaba sobre los jíbaros y sus cerbatanas y dardos envenenados. En este campo de aviación estuvieron los seis primeros pilotos y aparatos alemanes enviados por Hitler a Franco, y de sus dos pistas despegaron durante toda la guerra los aviones que bombardeaban Madrid. Entre los fondos documentales de Iglesias Brage, hoy custodiados en el Archivo Reino de Galicia, aparecieron unas fotos aéreas inéditas de Gernika fechadas el 28 de abril de 1937, dos días después de ser arrasada por la Legión Cóndor, para mostrar a los mandos franquistas y nazis la eficacia del bombardeo.
Documentación y bibliografía
Source link