La certeza nos aleja del crecimiento y la curación; peor aún, puede llevarnos a lugares potencialmente peligrosos y dañinos. La certeza y el autoritarismo, con frecuencia, van de la mano. Tara Westover, en Una educación, memorias sobre su problemática educación como hija de supervivientes en las montañas de Idaho, cuenta una historia de crecimiento en un entorno caracterizado por la certeza autoritaria. En un ejemplo revelador, su madre sufre una grave lesión en la cabeza en un accidente de tráfico a primera hora de la mañana después de que su padre insistiera en que la familia hiciera un viaje de 12 horas durante la noche. Pero, debido a la certeza de su padre sobre los males de los hospitales, la mantuvo en casa en lugar de buscar atención médica. Permaneció en su oscuro sótano durante semanas, sin poder tolerar la luz, y el impacto a largo plazo llegó en forma de debilitantes dolores de cabeza crónicos, trastornos de memoria e incapacidad para reanudar su trabajo como comadrona. Aunque ninguno de nosotros conoce a la autora, nos preguntamos si el proceso creativo de escribir sus memorias contribuyó a dejar atrás la certeza tiránica que caracterizó las circunstancias en las que fue criada.
En las relaciones que se han desviado, vemos individuos con una sorprendente falta de curiosidad. Uno o ambos miembros de la relación comunican una certeza absoluta. Sin dejar espacio para la duda, están extraordinariamente seguros de que saben, entienden y pueden hablar por la experiencia de los demás sin más discusión o preguntas.
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Nadia vivía en un apartamento cinco pisos más abajo del de su hermana Olga. Estaban muy unidas, crecieron mientras su familia sobrevivía a los pogromos de Rusia a finales de 1800 y emigraron a EE UU. Pero, cuando su hermano Endre murió, estalló un pleito por sus pertenencias, lo que provocó una ruptura entre hermanas, que no se reparó. Ambas estaban seguras de que la otra estaba equivocada. Ambas murieron a los 90 años. Sus hijos tomaron partido y toda la familia permaneció atrapada en el conflicto en un esfuerzo por mantener sus posiciones atrincheradas.
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Milton y su hermana Delia parecían ir por un camino similar. Cautivos en la rabia incrustada en malentendidos alrededor del negocio familiar, durante muchos años apenas se dirigieron la palabra. La disputa se reparó cuando el hijo adulto de Milton buscó ayuda para su debilitante ansiedad. Las lecciones que aprendió liberaron una cascada de eventos que demostraron ser curativos para toda la familia. En su propia terapia, aprendió a hacer una pausa y a respirar cuando se sentía abrumado por el miedo. Le enseñó esta técnica a su padre, quien la aplicó cuando su ira hacia Delia amenazaba con bloquear su pensamiento. Ese cambio creó un espacio para que pudiera reconocer que su hermana tenía una perspectiva distinta; no necesariamente tenía la razón, pero comprendió que tenía sus motivos para sus puntos de vista. Esto fue suficiente para permitirle derribar el muro que los separaba. (…)
Como muestran estas dos historias, la gente se queda estancada cuando no deja espacio para el desorden y la incertidumbre. El doctor Brazelton demostró el valor de la incertidumbre cuando uno de los compañeros con los que trabajaba le contó sus encuentros con la familia de un recién nacido en dos visitas a domicilio. En la primera, dijo que el hogar se sentía tranquilo y organizado. Impresionantemente coordinados, los padres y el bebé lucían impecables. Cuando, felizmente, le informó de sus hallazgos, Brazelton no pareció compartir su alegría. Una semana más tarde, las cosas se habían deteriorado. La madre era un desastre. El padre parecía no haber dormido en meses. Mientras que el colega estaba preocupado al relatarle estos hechos, el doctor Brazelton parecía aliviado. Dijo: “Ya han hecho espacio para el bebé”.
El pronunciado desorden reflejaba el inevitablemente caótico e incierto proceso de criar a un ser humano. La incertidumbre desempeña un papel fundamental en el desarrollo del sentido de sí mismo desde los primeros meses de vida. Como hemos visto, después de la etapa de lo que Winnicott llamó “preocupación materna primaria”, cuando la madre anticipa todas las necesidades del niño indefenso, llega un momento esencial en el que no puede ni debe hacerlo. A medida que el niño adquiere mayor competencia y se desarrolla como persona separada, la madre, naturalmente, no estará segura de lo que su hijo necesita. La madre suficientemente buena no es perfecta, y estas imperfecciones dan a sus hijos espacio para crecer.
Los conceptos “certeza” e “incertidumbre” tienen amplias implicaciones en la manera en que criamos a nuestros hijos. La crianza autoritaria, estilo “porque lo digo yo”, puede relacionarse con la dificultad de regulación emocional en los niños. La paternidad dominante, en contraste, está asociada a que los niños tengan una mayor capacidad de regulación emocional, pensamiento flexible y competencia social. Una postura de crianza con autoridad abarca el respeto y el interés por un niño, junto con la contención de sentimientos intensos y límites de comportamiento.
La autoridad paterna es algo que, en circunstancias ideales, viene naturalmente con el trabajo. No es algo que deba ser aprendido. Entonces, ¿qué podría causar que los padres pierdan su autoridad natural? El estrés es, con mucho, la causa más común. Ese estrés puede, en parte, provenir del niño si, por ejemplo, se trata de un bebé particularmente irritable o desregulado. También puede provenir de los desafíos diarios de la gestión de la familia y el trabajo en la acelerada cultura actual, que muchos padres afrontan sin el apoyo de la familia extendida. Puede provenir, además, de cuestiones relacionales más complejas entre los padres, hermanos, entre generaciones.
Cuando los terapeutas trabajan con familias de niños pequeños, su objetivo es ayudar a los padres a reconectarse con su autoridad natural. Al ofrecerles tiempo para contar su historia y al abordar la amplia variedad de tensiones en sus vidas, los ayudan a encontrar un significado al comportamiento de sus hijos. (…) Un consejo prematuro sin una completa apreciación de la complejidad de la situación puede llevar al fracaso. Por el contrario, cuando un padre tiene ese momento (¡eureka!) de perspicacia, la alegría y el placer que se derivan del reconocimiento y la reconexión pueden ser estimulantes tanto para el padre como para el hijo.
De manera similar, cuando las personas trabajan en reparar los momentos de discordia, experimentan la oleada de energía que promueve el crecimiento. Esa clase de alegría puede ocurrir cuando una madre logra acomodar a su bebé para amamantarlo; cuando los padres y un niño sortean con eficacia un berrinche; cuando las hermanas sobreviven a años de peleas y acaban siendo la dama de honor de la otra; cuando los amigos, esposos y colegas trabajan, mediante desencuentros, para alcanzar nuevos niveles de intimidad. Tu sentido del yo y tu capacidad de intimidad son dos caras de la misma moneda. Cuando las relaciones más íntimas de pareja ofrecen espacio para la incertidumbre, con cada reparación, los involucrados alcanzan nuevos niveles de complejidad y tienen mayor tolerancia a las nuevas incertidumbres que inevitablemente surgen.
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