Los principales partidos de la oposición en Venezuela tenían la opción de empezar a construir una alternativa sólida al chavismo desde las alcaldías y los Estados, con la vista puesta en unas elecciones presidenciales con garantías en los próximos años. A la vista de los resultados de las elecciones del domingo, no ha ocurrido. La fragmentación de los críticos con el Gobierno, los enfrentamientos por las candidaturas y la falta de un discurso que conecte con la gente han socavado las expectativas opositoras. La jornada electoral, sin apenas anomalías —a falta del informe de los observadores de la UE—, transcurrió con una normalidad inédita en los últimos años —tampoco hubo acusaciones de fraude— y arrojó más poder si cabe al chavismo y unos adversarios a la deriva, en un escenario de elevada abstención, cercana al 60%, que revela el hartazgo ciudadano.
“Era una oportunidad importante para rescatar una articulación para reavivar la lucha. Estaba creado el camino, pero no lo han logrado. La oposición se ha desconectado de la población y ha perdido popularidad. Se requiere oxigenar los partidos y los liderazgos”, resume Luis Vicente León, presidente de Datanálisis.
La oposición, según los analistas, ha desaprovechado la oportunidad para lograr que nuevos nombres emerjan ante unas presidenciales con garantías. Estos comicios han transcurrido con las obvias limitaciones por el control de las instituciones del chavismo, la prohibición de algunos partidos y el exilio de millones de personas y muchos políticos. No obstante, la presencia de una misión de la UE, como exigía la oposición, propició una sensación de normalidad que no se dio en los últimos comicios.
El resultado no ha sido el esperado, aunque no todos quieren hablar de fracaso. Muchos consideran que con el poco tiempo que tenían —los principales partidos opositores acordaron presentarse a finales de agosto— y la dificultad de enfrentarse a barones regionales chavistas que usan los recursos del Estado para hacer campaña, lo importante no era tanto el resultado como organizar una votación con cierta normalidad. El informe de la misión de la UE determinará si esas condiciones han existido.
El chavismo contó con la baja participación como aliada. Apenas cuatro venezolanos de cada diez salió a votar. Sus bases, creen los expertos, sí lo hicieron, aunque no con la fuerza de antaño. La oposición, en cambio, no logró la movilización deseada en un país donde, según las encuestas, el 70% de la población desea un cambio de Gobierno. De haber unido fuerzas todas las fracciones opositoras hubiesen logrado aunar un bloque contundente contra el oficialismo. “Ya no existe el concepto de quién es la oposición. No hay una alternativa clara al chavismo que movilice el voto”, continúa León. Lo que no se puede discutir es la falta de liderazgo político. El presidente, Nicolás Maduro, solo tiene un 14,7% de popularidad, mientras que Juan Guaidó, líder de la oposición considerado por muchos países como presidente interino tras la crisis de 2019, cuenta con un 16,4%.
El PSUV, el partido oficialista, ganó en 20 de las 23 elecciones regionales, según anunció el Centro Nacional Electoral (CNE). Sin embargo, hay otros dos Estados en disputa, ya que la diferencia entre candidatos es apenas de un millar de votos. Las victorias de la oposición se han logrado en lugares liderados por viejos caciques regionales que difícilmente pueden articular una alternativa real a Maduro. Esos políticos ya eran actores importantes antes de la existencia misma del chavismo, hace más de dos décadas.
El oficialismo quiere aprovechar la victoria para aumentar su escaso prestigio internacional. El equipo de Maduro anunció para hoy una rueda de prensa del presidente en la que tocará, según la convocatoria, “la pluralidad política y partidista que existe en Venezuela” y, este es el punto más llamativo, el “fin del Gobierno interino y la reinstitucionalización”. Es decir, cree que el resultado significa que el Gobierno paralelo que fue reconocido por Estados Unidos y otros países tiene que llegar a su fin.
El aludido reapareció dos meses después. Guaidó había mantenido un perfil muy bajo durante la campaña y las elecciones. Fue imposible saber si estaba a favor o en contra del proceso. Su ambigüedad calculada dio pie a todo tipo de interpretaciones. Guaidó vive en Caracas como un fantasma, en continuo movimiento. Según su gente, no duerme dos días en el mismo sitio. La primera reacción del chavismo al resultado de las elecciones fue pedir que su gobierno paralelo llegue a su fin. Él no parece darse por enterado y apareció ante los medios escoltado por dos banderas patrias y con el gesto y la solemnidad institucional que otorga un cargo como el de presidente, aunque sea interino. “Hoy, Venezuela continúa en un régimen que pretende disfrazarse para tener legitimidad. Maduro continúa siendo ilegítimo, continúa en una fase de investigación de la Corte Penal Internacional”, empezó Guaidó.
Sobre la abstención, señaló que fue la expresión “de un silencio claro de los ciudadanos”. “Nos quisieron arrinconar en un falso dilema de votar y no votar”, continuó. Guaidó considera que quien vea el mapa político, teñido de rojo chavista, puede quedarse con la sensación de que el Gobierno tiene la mayoría social en el país, aunque él piensa que no es así. Y se mostró crítico con el proceso electoral: “Un evento sin condiciones preexistentes, que secuestró siglas de partidos [la justicia en manos del chavismo intervino formaciones] y financió rivales para dividir a la oposición [se crearon partidos opositores light que conviven con el oficialismo]”.
La situación encalla la salida a la crisis de Venezuela, un país rico en petróleo que ahora está entre los más pobres de América Latina. El diálogo entre Gobierno y oposición en México, bajo la mediación de Noruega, está en suspenso por la extradición a EE UU de un empresario colombiano que hizo muchos negocios con el chavismo, Alex Saab. Las elecciones se acordaron en esas conversaciones para demostrar y demostrarse a sí mismos que la institucionalidad puede ser restituida en Venezuela y que con la supervisión internacional y la voluntad de llegar a un acuerdo de las partes se puede devolver la alternancia política al país.
El entusiasmo de los dirigentes no ha calado en los venezolanos, saturados de política y frentismo después de 22 años de revolución bolivariana. La sensación general es que el voto no va a cambiar nada de la vida diaria. El país tiene escasez de medicinas y gasolina, sobre todo en el interior. En Caracas y las principales capitales de las regiones se ha creado una especie de burbuja por el uso del dólar, que ha revitalizado levemente la economía. Los jóvenes, los pequeños emprendedores, los comerciantes, están más preocupados por salir adelante que por el embrollo político. La gente se ha acostumbrado a hacer una vida paralela. Venezuela navega sin rumbo.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.