Una psicóloga en el corazón de las muertes traumáticas: “Nunca digas: ‘Tienes que ser fuerte”


Son las cuatro de la mañana y suena el teléfono de la psicóloga Cristina Fernández. Se levanta rápidamente de la cama en la que descansa y le informan de que ha habido un suicidio de un chico joven. Se calza, se pone el abrigo y sale de una de las bases del Summa 112 en Las Rozas. El joven se ha quitado la vida en su casa y gran parte de sus allegados ya han acudido al domicilio. La primera con la que habla es una familiar con ansiedad. “Lo primero es tratar la culpabilidad, quitarle el pensamiento de que podría haberlo evitado”, explica la psicóloga. Su voz es la primera que escuchan los familiares de muchas muertes traumáticas en Madrid. Aunque a veces lo único necesario es el silencio y permanecer al lado de alguien que acaba de recibir el peor revés de su vida. Así trabaja el equipo de seis profesionales de salud mental que desde hace dos años, poco antes de la pandemia, incorporó el Summa.

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“Tenemos que acompañarles en los primeros pasos del duelo y para esto no hay un manual. El duelo es tristeza, no una patología, y nosotros tenemos que trabajar con las palabras”, afirma Fernández, de 39 años. En su día a día atiende a personas que han visto a sus seres queridos salir por la mañana de casa, como una jornada normal más, y recibir horas después la noticia de que nunca volverán a verles. Un accidente de tráfico, una parada cardiorrespiratoria, un suicidio… “No hay muletillas que ayuden, pero sí frases que nunca debes decir”, explica. De nada vale el “todo va a ir bien”, “no llores”, “tienes que ser fuerte”. Hay veces que simplemente es necesario un: “Hola, soy Cristina”.

En este reportaje, se hablará de casos sin dar detalles que puedan llevar a la identificación de las víctimas, para preservar la privacidad de los afectados. Uno de los que permanece con claridad en el recuerdo de esta psicóloga es el de una chica de 15 años que perdió a ambos progenitores. “Normalmente, nuestras actuaciones duran alrededor de una hora, hasta que la situación se ha tranquilizado. Con ella estuve seis”, rememora. Tampoco se le puede borrar la imagen de una madre a la que tuvieron que coger a su bebé recién fallecido por muerte súbita de sus brazos. Ni la de las interminables jornadas que pasó en Ifema acompañando a familiares de fallecidos por covid, apenas seis meses después de haberse incorporado a este puesto de trabajo.

Cristina Fernández, psicóloga del Summa 112 de Madrid, en el interior del vehículo en el que se desplazan por la Comunidad de Madrid. / DAVID EXPÓSITO

Mientras habla, la radio en la que se oye la centralita del Summa no cesa. Las conversaciones que salen de ese aparato hablan de paradas cardiorrespiratorias, de una atención a un neonato, de una trabajadora a la que se le queda atrapada la mano en una máquina… Si suena su móvil, quiere decir que la han “activado” para acudir a alguno de estos escenarios. Al otro lado de la línea está la jefa de servicio que le da más detalles sobre lo que se va a encontrar, para que llegue a las intervenciones con toda la información posible.

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“Nosotros no podemos utilizar psicofármacos cuando intervenimos, y tampoco lo haría. Recuerdo un día en el que una compañera me contó que no pudo apoyar a la madre porque le habían dado ya tantos lorazepam que se quedó dormida, fue una oportunidad perdida de acompañarle en esos primeros pasos después de la pérdida”, apunta. Los agentes de policía y guardia civil, que normalmente son los encargados de dar las pésimas noticias, agradecen su presencia. “Te dejan el tiempo que haga falta”, puntualiza. A veces, Fernández y el resto de psicólogos incluso han tenido que atender a sus propios compañeros sanitarios después de algunas intervenciones especialmente traumáticas. Su compañero enfermero Alberto interviene para decir: “Para las dolencias físicas, hay un protocolo, para los sentimientos, no”.

Cristina Fernández, psicóloga del Summa 112 de Madrid, en su habitación de la base de Marazuela, centro de salud de Las Rozas. / DAVID EXPÓSITO

La incorporación de estos profesionales al servicio diario responde a la creciente preocupación por la salud mental que va calando en la agenda pública. Aunque los pasos son discretos. Los seis psicólogos del Summa, cinco mujeres y un hombre, acompañan en la primera fase del duelo. A partir de ese momento recomiendan derivar a profesionales de la salud pública para que les ayuden a transitar ese camino. En España, hay seis psicólogos por cada 100.000 habitantes según los últimos datos. “Es cierto que también hay asociaciones que hacen lo que pueden por ayudar a los familiares pero, en general, los psicólogos seguimos siendo un objeto de lujo”, admite Fernández.

Cristina Fernández, psicóloga del Summa 112 de Madrid, atendiendo una llamada con un posible caso al que acudir. / DAVID EXPÓSITO

Ella trabajó antes con drogodependientes, en una planta de oncología y en un centro psiquiátrico. Reconoce que, sin haberte curtido antes en experiencias así, sería difícil aguantar el trabajo en el Summa. Un día a día en el que se lidia por ejemplo con abusos sexuales. “En esos casos, casi siempre se quedan fuera los agentes hombres, están solo las mujeres, y tú ahí tienes que tener mucho cuidado con el contacto físico, y dar a esa mujer, que en ese momento está completamente en shock, su espacio”, explica. También ha tenido que actuar en algún homicidio, unos escenarios en los que suele imperar la rabia: “No entienden cómo ha podido pasar”.

“Lo que más preocupa muchas veces cuando llegas a un sitio en el que ha habido una muerte repentina es el silencio. Hubo un día en el que un familiar se puso tan nervioso que hasta tiró una mesa por los aires, pues eso me inquieta menos que otro que no se inmuta”, reconoce. Esos, los que mantienen el silencio, son los que miran y asienten con la cabeza, pero en realidad no están escuchando.

La psicóloga asegura que la edad no es un motivo para ir a un servicio u a otro. “La muerte de una abuela de 85 años por parada puede ser igual de traumática para un nieto que ha sido criado por ella que la de alguien joven”, señala mientras acaba una ensalada y repite un mantra de los servicios de emergencias: “Come cuando puedas porque nunca sabes cuándo será la próxima vez”.

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