Fabien Roussel, secretario nacional del declinante Partido Comunista Francés (PCF) y candidato a las elecciones presidenciales de abril, es una figura atípica en su campo ideológico. Roussel marca distancias con el ecologismo partidario del decrecimiento, del multiculturalismo que querría suavizar la laicidad ante prácticas como el velo islámico y de las críticas sistemáticas a la violencia policial. Al tiempo que irrita a muchos de sus correligionarios en la izquierda, recoge aplausos en la derecha.
La última polémica estalló el domingo cuando, en un programa de la cadena France 3, el dirigente comunista declaró: “Un buen vino, una buena carne, un buen queso: para mí esto es la gastronomía francesa. Pero, para acceder a esta buena gastronomía francesa hay que disponer de los medios necesarios, así que el mejor medio de defender[la] es permitir a los franceses que accedan a ella”.
Las declaraciones podrían parecer anodinas, pero desataron una de esas tormentas en las redes sociales y las tertulias de radio y televisión que suelen resultar efímeras e intrascendentes. Por hablar del vino, la carne y el queso le acusaron de apelar a unas señas de identidad de la Francia eterna, señas que supuestamente desprecian la Francia diversa y multicultural y que algunos identifican con la extrema derecha.
Sandrine Rousseau, líder del ala izquierda de Europa Ecología-Los Verdes, declaró en la cadena LCI: “Estas palabras excluyen a una parte de la gastronomía que tiene lugar en Francia (…). Se puede ser francesa y francés desde hace generaciones y adorar el cuscús”. “Yo no bebo. Soy vegetariano. Espero no ser anti-Francia”, escribió en la red social Twitter el exdiputado ecologista Sergio Coronado.
El comunista replicó en el diario liberal L’Opinion. “Por lo que he entendido, en la izquierda sorprende la defensa de Francia, de la nación, de la soberanía por medio de la cultura y la gastronomía. ¡Lástima!”, dijo. En la entrevista también defendió “inversiones masivas en la agricultura francesa” para desarrollar ganadería de calidad frente a las “granjas-fábrica”. Y, en alusión a batallas recientes de algunos alcaldes ecologistas, afirmó: “Yo no soy un ayatolá que lo quiere prohibir todo: del árbol de Navidad al Tour de Francia y pasando por la carne. La vida a base de quinoa y de tofu es sosa. No es mi Francia”.
La polémica, en sí, no va mucho más del cruce de invectivas. Pero sirve para entender la posición, hoy heterodoxa pero seguramente ortodoxa hace unas décadas, de un candidato que se desmarca de la nueva izquierda. Y muestra unas fracturas en la izquierda que van más allá de la alimentación.
“La declaración de Roussel”, analiza Jean-Laurent Cassely en el semanario L’Express, “revela con crudeza el abismo entre una parte de la sociedad francesa, culturalmente conservadora en el ámbito culinario, y la izquierda ecologista que está en el origen de las críticas más virulentas y que cuestiona totalmente el consumo de masas basado en la ganadería intensiva”. Cassely añade: “Las reacciones revelan que, a la lucha de clases, se añade ahora la lucha entre estilos de vida, e incluso la sustituye”.
No es la primera vez que Roussel (Béthune, 52 años) provoca urticaria en su campo. Cuando en mayo asistió a una manifestación de policías, se le acusó de salir a la calle con la extrema derecha, aunque pocos candidatos han sido tan contundentes como él contra el ultra Éric Zemmour. Sobre las nucleares está mucho más cerca del presidente centrista Emmanuel Macron que de toda la izquierda, desde el Partido Socialista a los populistas de La Francia Insumisa. “Proponemos construir nuevos reactores nucleares”, sostenía hace unos días en Twitter. “Es una energía limpia, duradera y poco cara”.
Sobre la laicidad, el principio que en Francia separa rigurosamente el Estado de cualquier religión, Roussel se declara “universalista”. Es decir, reacio a adaptar estos principios a las minorías religiosas, y específicamente al islam, motivo de debates intensos en la izquierda. Hace unos días, acogió en la sede del PCF el deslumbrante edificio de Oscar Niemeyer en París, un homenaje a los periodistas y caricaturistas de Charlie Hebdo asesinados en 2015 por islamistas por burlarse de Mahoma.
“Murieron por sus ideas, por defender principios queridos de nuestra República, principios laicos”, señaló Roussel, quien reivindicó el derecho a blasfemar. Podrían parecer las palabras de un izquierdista de toda la vida, pero parte de la izquierda francesa ha sido muy crítica con las burlas de Charlie Hebdo al islam e incluso en su partido el acto sentó mal.
La diputada comunista Elsa Faucillon, tras defender la idea de homenajear a la revista, criticó que entre los invitados figurasen intelectuales que militan en la laicidad estricta. “La selección de los invitados”, declaró, “confirma el viraje político de mi partido desde hace unos meses”.
Las expectativas electorales de Roussel son más que mediocres: se mueve entre 2% y el 3%. Pero tampoco el resto de la izquierda levanta cabeza. Las llamadas guerras culturales en su seno ―sobre la ecología, sobre la laicidad, sobre la seguridad― son uno de los motivos de la división.
Pero sus posiciones retoman algunos de los principios del viejo PCF, que en las décadas de la posguerra fue hegemónico en la izquierda, y buscan apelar a los votantes obreros que se marcharon a la extrema derecha. Seduce también a intelectuales conservadores, como Alain Finkielkraut. “Fabien Roussel”, ha sentenciado Finkielkraut, “es muy interesante”.
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