El aula estaba todavía a oscuras. Unas alumnas de Secundaria de Nablus acababan de presentar lo que habían aprendido en uno de nuestros proyectos medioambientales. Cuando nos disponíamos a abandonar la clase para subir a la azotea, donde mostraríamos a los visitantes internacionales el sistema de paneles solares, una niña de 11 años nos preguntó si podía contarnos lo que había vivido hacía un mes.
Nos explicó cómo los soldados israelíes irrumpieron en su escuela, en el marco de una operación de búsqueda en varias ciudades. Para entrar utilizaron gas lacrimógeno, que dañó sus pulmones y la llevó al hospital. Mientras narraba su historia dijo, casi como si fuera su culpa: “No sabía que cuando los soldados lanzan gases, no debo tirarme al suelo. Debería haber salido a la calle”.
Los contextos frágiles son dolorosos. En casi todas las visitas a las zonas en las que trabajamos, los estudiantes comparten conmigo sus relatos de violencia. Cada uno de ellos es horrible en sí mismo. Sin embargo, tres años después, esta historia permanece en mi memoria, sobre todo por lo que su protagonista dijo acerca de no saber qué hacer frente al gas lacrimógeno. ¿Qué niño de 11 años debería saber cómo manejar una situación así? Ese conocimiento no debería formar parte de ninguna infancia.
Independientemente de las opiniones nacionales, políticas o religiosas de cada uno, espero que la mayoría esté de acuerdo en que las escuelas no deberían ser una herramienta en los conflictos. Cuando los padres envían a sus hijos al colegio, cada mañana, lo hacen esperando que estén seguros. Y estos deberían ser refugios seguros y alegres para que la infancia aprenda, crezca y se desarrolle. Después de todo, la educación es la base para la vida.
Necesitamos un mundo apasionadamente comprometido con la garantía de que las escuelas sean refugios donde estar a salvo
Sin embargo, en contextos frágiles, la búsqueda de una verdadera infancia parece casi imposible. En Cisjordania, hay bases militares construidas a menos de 500 metros de 200 centros educativos preexistentes. Las Naciones Unidas informan que en 2021 se produjeron 103 incidentes con colonos y militares que afectaron a las escuelas y a 7.500 estudiantes. Estos incidentes hirieron a 171 menores de edad e incluyeron 26 casos de disparos de armas y otras 62 interferencias, como la entrada de personal militar en las instalaciones. Los niños y niñas también tienen dificultades para acceder a la educación. El Ministerio palestino correspondiente informó de que 6.759 alumnos y 978 profesores sufrieron retrasos en su camino a las aulas, mientras que otros 90 menores de edad y 31 profesores fueron detenidos. Según los datos proporcionados por esta administración, se perdieron 5.781 clases de 40 minutos de una sola asignatura, todo ello en un momento en que la pandemia de la covid-19 ya causa estragos.
El conflicto y la pobreza afectan a la seguridad de los entornos educativos de muchas maneras, incluyendo las necesidades básicas como el agua y los aseos. Una evaluación realizada en 2021 en un pequeño número de colegios de la zona C –donde el ejército israelí tiene plena autoridad en materia de seguridad– descubrió que el 93% carecía de instrucciones de emergencia, la mitad necesitaba mantenimiento de los edificios y vallas, y la mitad no contaba con suficientes letrinas. El 93% de los alumnos llevan sus propias botellas para beber.
Nada de esto está bien.
Este 24 de enero se ha celebrado el Día Internacional de la Educación. El lema de este año es “Cambiar el rumbo, transformar la educación”. World Vision puede colaborar, y de hecho lo hace, con los donantes gubernamentales, otros organismos y con las propias escuelas para reforzar el entorno de protección, mejorar las prácticas de enseñanza y trabajar con los administradores en las políticas de prevención de la violencia. Muchas de las necesidades mencionadas anteriormente en el área C se están abordando activamente a través de proyectos actuales.
Sin embargo, no podemos cambiar, transformar y reequilibrar solos. Las cuestiones relativas al conflicto, como las reglas de enfrentamiento de los militares o el enjuiciamiento de los civiles que violan la seguridad escolar, nos superan. Necesitamos movilizar a los actores con la voluntad política de situar las necesidades de los niños y niñas y su formación por encima de las políticas de identidad y conflicto. Sobre todo, necesitamos un mundo apasionadamente comprometido con la garantía de que los espacios de aprendizaje sean refugios donde estar a salvo. Los pequeños tienen derecho a disfrutar de la educación, a sentirse seguros y a estar protegidos. Se lo debemos.
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