Un manuscrito original del capítulo ‘Circe’, de la novela ‘Ulises’, de James Joyce.Lorenzo Ciniglio (Sygma via Getty Images)
El próximo 2 de febrero se conmemora el centenario de la publicación del Ulises, de James Joyce, considerada la novela más importante jamás escrita en lengua inglesa y una de las más influyentes de la literatura universal. Es un libro que pocos consiguen leer. Cuando cayó en sus manos Borges escribió: “No creo que nadie lo haya leído. Mucha gente lo ha analizado. Ahora, en cuanto a leer el libro desde el principio hasta el fin, no sé si alguien lo ha hecho”. En un ensayo publicado en The New York Review of Books el pasado 13 de enero, aniversario de la muerte del autor, Anne Enright, escritora y profesora del University College de Dublín, donde estudió Joyce, confesaba: “Jamás he conseguido terminar el Ulises, aunque mis ojos han visto todas las palabras que contiene”.
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Una aureola de prestigio y misterio rodeó al libro desde antes de su publicación, cuando Joyce dio a conocer capítulos sueltos en revistas independientes. El Ulises vio la luz en una imprenta de Dijon propiedad de un tipógrafo que no sabía inglés el 2 de febrero de 1922, día en que su autor cumplía 40 años. Sylvia Beach, propietaria de Shakespeare and Company, legendaria librería de París, había encargado una edición sufragada por suscriptores.
Abrumado por las exigencias de Joyce, que no se cansaba de añadir enmiendas y correcciones al texto, el impresor amenazó con suspender la edición, pero al final cedió. Arropado por las sombras de la madrugada, salió a la calle como una exhalación y entregó personalmente dos ejemplares al revisor del expreso París-Dijon. A las siete de la mañana estaban en manos de Sylvia Beach, quien esperaba impaciente en el andén. Fuera de sí, Beach se dirigió al domicilio de los Joyce, haciéndoles entrega del primer ejemplar, una edición plagada de erratas. La mujer de Joyce lo vendió. Beach expuso el suyo en el escaparate de su librería, pero enseguida se vio obligada a encerrarse con él en la trastienda, atemorizada por las amenazas de los suscriptores que reclamaban indignados su ejemplar.
Sylvia Beach en la puerta de su icónica librería parisina Shakespeare and Company, en 1959. Por ahí pasaban Hemingway, Scott Fitzgerald, Gertrude Stein, Man Ray, James Joyce…Getty
Fue un atisbo de la extraña fascinación que el libro estaba destinado a ejercer sobre todo tipo de personas. Los capítulos publicados habían despertado una atención inusitada en los círculos literarios de París, Londres y Nueva York. Ezra Pound y T. S. Eliot, dos de los escritores más relevantes de la época, fueron los primeros en dar la voz de alarma. Misteriosamente, el Ulises se convirtió en objeto de culto para gente enteramente ajena al ámbito de la literatura.
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¿Cómo abordar un texto así? Faulkner aconsejaba acercarse al Ulises “de la misma manera que los predicadores que no saben leer la Biblia: con fe”. En los 100 años transcurridos desde su aparición, el libro ha logrado despertar el interés de todo tipo de adeptos. Como apuntaba Borges, son muchos los críticos y académicos que lo han analizado. Joyce declaró que su intención era tenerlos ocupados por espacio de 300 años. Le quedan dos siglos de reírse a carcajadas en la tumba. La industria generada por el Ulises ha alcanzado cotas exorbitantes: las traducciones y ediciones en todos los idiomas son innumerables, los libros dedicados al análisis de la novela se cuentan por centenares y los artículos, tesis, ensayos y demás estudios, por millares. En España el paso a dominio público de la obra ha disparado el número de ediciones de títulos de Joyce.
Ezra Pound visita en 1967 la tumba de James Joyce, en Ginebra.ULSTEIN-TAPPE
El fenómeno resulta agotador pero está justificado. Desde que se publicó el Quijote, ninguna novela ha tenido un impacto semejante en la cultura universal. Pound y Eliot no exageraban cuando afirmaron que la aparición del Ulises marcaba el principio de una nueva era. Cien años después, su poder de seducción sigue intacto. Desde el punto de vista cualitativo, el impacto mayor es el que ha ejercido sobre los escritores. El Ulises cambió para siempre las reglas del arte de escribir novelas. Ello no quiere decir que no haya tenido detractores, a ninguna obra maestra le faltan (recuérdense las invectivas de Nabokov contra el Quijote). Virginia Woolf, cuyo genio está a la altura del de Joyce, consideraba que el Ulises era un libro fallido (lo cual no le impidió hacer suyos muchos de los hallazgos del irlandés).
Lo que hace del Ulises un caso aparte es su capacidad para seducir fuera de la literatura. Se ha escrito abundantemente sobre su influjo en músicos, cineastas, artistas y creadores en todas las disciplinas, incluida la ciencia. Por supuesto, hay obras contemporáneas del Ulises cuyo mérito es comparable, como En busca del tiempo perdido o algunas novelas de Virginia Woolf. Lo que diferencia al Ulises de estas y otras obras maestras es su capacidad para llegar a todo tipo de gentes. Nadie se disfraza de personaje de novela y se lanza a la calle a celebrar a Woolf, Dickens o Proust como hacen los dublineses en masa cada 16 de junio, el llamado Bloomsday, fecha en la que transcurre la acción de la novela. Además de en Dublín, el día de Leopold Bloom (el protagonista del libro) se celebra en numerosas ciudades de todo el mundo. Lo anómalo es que la mayoría de los participantes no ha leído el Ulises.
Cinco mujeres pasean por Sandycove, en Dublín, en una celebración del Bloomsday.ASSOCIATED PRESS
Pero estamos hablando de un libro, y los libros se escriben para que la gente los lea. El problema que plantea el Ulises es que son muchos quienes lo intentan sin conseguirlo, derrotados por la impenetrabilidad del texto. Otros no pasan de echarle un vistazo. La mujer de Joyce, Nora Barnacle, a quien el Ulises debe su existencia, entra dentro de esta categoría. Según confesión propia, leyó “27 páginas incluyendo la portada”. Lo cuenta Edna O’Brien en su biografía de Joyce. Por supuesto, la mejor biografía del escritor es la de Richard Ellmann, maestro absoluto del género. La de O’Brien es muy breve. La escribió por encargo, con motivo de la celebración de otro centenario: el del nacimiento de Joyce, pero la gran escritora irlandesa vislumbra algo que a Ellman se le escapó: que el Ulises es una obra de signo femenino.
O´Brien nos recuerda que Joyce frecuentaba los burdeles. Para él eran lo más interesante de cualquier ciudad. Pensando en el objeto de su biografía, Edna O´Brien se pregunta cómo es posible que un genio como Joyce compartiera lo más profundo de sus sentimientos y pensamientos con alguien intelectualmente tan inferior a él, alguien incapaz de entender su proyecto literario. La pregunta queda sin responder, pero es Nora Barnacle quien inspira el espíritu que guía la novela, proyectando su personalidad sobre grandes zonas del texto, transfiriéndole su voz, guiada por la prosa de Joyce. Uno de los problemas mayores a los que se enfrentó el Ulises fueron las acusaciones de obscenidad, que dieron lugar a prohibiciones, juicios y al secuestro y quema de ediciones enteras. El intercambio epistolar entre Joyce y su mujer, de una obscenidad directamente pornográfica, es la base de los fragmentos más escandalosos de la novela. Este lenguaje aparece transfigurado en numerosos momentos del último capítulo, Penélope, el más celebrado del Ulises. Molly Bloom es una Penélope infiel (cosa que el nada machista Leopold asume con magnanimidad).
Nora Barnacle (izquierda) y James Joyce (en el centro) pasean por Londres con su abogado el 4 de julio de 1931, día en que contrajeron matrimonio.Foto: Getty
Sin Nora, sin quien Joyce no era capaz de orientarse en la vida, no habrían surgido en la página figuras tan complejas y contradictorias como las que aparecen bajo los disfraces míticos de Circe o Nausicaa. El capítulo titulado Circe, el más extenso y laberíntico del libro, tiene como escenario un prostíbulo y son las prostitutas quienes llevan la voz cantante (literal y figuradamente). Es difícil resumir lo que sucede porque todo es parte de una alucinación, magistralmente configurada por la prosa, aunque vale la pena destacar algunos momentos. Joyce trastoca la masculinidad de Leopold Bloom, haciéndole cambiar de sexo, dotándolo de útero y vagina, y haciéndole parir ocho vástagos.
Andrógino, masculino y femenino, o si se prefiere, transexual, Bloom es poseído por la regenta del burdel, Bella Cohen, que también cambia de sexo. Joyce escribía para el futuro. En una escena que no puede resultar más impactante hoy, un coro de mujeres acusa a Bloom de conducta sexual impropia al grito de “Me too! Me too!” (literalmente). No es más que una muestra del poder profético de la prosa de Joyce y los mundos que de manera cambiante logra crear con ella en cada capítulo: una torre vigía frente al mar, un pub donde se reúnen los enterradores de un cementerio, el palio de la noche sobre las aguas de la bahía, un hospital de maternidad, las calles laberínticas de Dublín con sus oficinas y establecimientos, el comedor de un hotel, la redacción de un periódico, los prostíbulos de Nighttown, un tugurio nocturno donde las almas perdidas de la ciudad cuentan historias desoladoras… Son mundos que las páginas del libro arrancan de la realidad para devolverlos a ella, transfigurados. En eso consiste la magia impenetrable del Ulises.
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