La Conferencia de Seguridad de Múnich es un foro de extraordinario interés para comprender las dinámicas políticas y de seguridad del mundo. En algunas circunstancias, en el pasado, ha permitido vislumbrar el futuro con una claridad asombrosa, como en el célebre discurso del presidente ruso, Vladímir Putin, en la edición de 2007, en el que el mandatario ruso expresó con crudeza su rechazo ante el orden mundial vigente y su determinación a modificarlo. Releído hoy, se parece mucho a una suerte de hoja de ruta de los tres lustros siguientes, hasta la culminación a la que asistimos hoy con el desafío sin precedentes en Ucrania.
La edición de este año se ha celebrado en la coyuntura más convulsa de las últimas décadas. Como de costumbre, han participado decenas de jefes de Estado o de Gobierno y ministros de Defensa y Exteriores, junto a una multitud de expertos con distintas cualificaciones. A continuación, un sintético relato de algunas de las ideas que han aflorado en los debates, con especial atención al lugar de Europa en este momento definitorio.
¿Qué está en juego?
Lo dejó claro, sin rodeos, el alto representante de Exteriores de la UE, Josep Borrell. “Treinta años después del fin de la Guerra Fría afrontamos un decidido esfuerzo para redefinir el orden multilateral. El resultado de esta lucha definirá si nos mantendremos en un sistema multilateral centrado en las Naciones Unidas, con normas internacionales y derechos universales, o si esto será reemplazado por un orden multipolar basado en el poder, con zonas de influencia y actitud relativista con respecto a los derechos humanos”, señaló Borrell en su intervención en Múnich.
El alto representante articuló su discurso alrededor de la declaración conjunta que publicaron a principios de mes Rusia y China. “Esto es la culminación de una larga campaña, un acto de desafío, es un claro manifiesto revisionista, para revisar el orden mundial. Hay que mirarlo con detalle”. Borrell destacó varios elementos de ese texto. Por un lado, la determinación sino-rusa de fijar el concepto de la soberanía en el ámbito de los Estados y no de los pueblos, como apunta la carta de la ONU. Esto representa una mutilación del orden multilateral, que desde luego reconoce la igualdad y soberanía de los Estados pero, según señala Borrell, también contempla un aspecto de objetivos comunes y valores universales, cuyo impulso de progreso se vería definitivamente mermado de imponerse la visión sino-rusa.
Después, el intento de redefinición del concepto de democracia, sobre la base, no de sus valores esenciales —el consenso del pueblo—, sino más bien de la capacidad de ofrecer resultados a la ciudadanía.
Esta batalla ideológica se proyecta sobre el terreno en múltiples sentidos. Por un lado, según alerta Borrell, un gran objetivo del esfuerzo revisionista de China y Rusia es convencer a aquellos Estados que titubean entre abrazar el modelo democrático o formas más autoritarias. Hay muchos, en muchas regiones, desde África a Latinoamérica, desde el sureste asiático a Oriente Próximo. El objetivo es sumar aliados.
Por otra parte, se libra la importantísima batalla de los estándares, la definición de las normas técnicas en el ámbito de las nuevas tecnologías. Europa se complace a menudo de tener influencia global en esta dimensión, pero Borrell alertó de que no se podrá ser líderes en fijar estándares mañana si no se es líderes en tecnologías hoy.
“Tenemos que resistir el revisionismo chino y ruso. Porque nos llevaría a un mundo en el que los derechos humanos serían olvidados en favor de la soberanía de los Estados, que no siempre son la mejor base para la libertad del ser humano”, zanjó Borrell.
¿Qué defensa europea?
La convulsión provocada por el desafío de Putin ha agitado el debate sobre los planes europeos en materia de defensa. La consecuencia más inmediata, muy tangible en la conferencia de Múnich, es la renovada centralidad y vigencia de la OTAN. Esto contiene derivadas políticas en el camino hacia una mayor integración en el sector de la Defensa en el seno de la UE en varios sentidos, incluido el de ofrecer una plataforma más sólida a las voces escépticas, que prefieren dejar todos los aspectos coordinativos en el ámbito de la Alianza Atlántica. Pero la UE ya tiene nuevos instrumentos en marcha en este sector, como los fondos europeos de defensa, y hay cierta determinación política para avanzar.
El cuadro que se perfila es un intento de progresar en la coordinación para mejorar las capacidades y cuadrar el círculo logrando esos avances con una estrecha cooperación con la OTAN. En ese sentido, el presidente del Consejo de Europa, Charles Michel, recordó en Múnich que UE y OTAN trabajan en una nueva declaración conjunta que debería adoptarse pronto.
Un reciente informe publicado por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos indica que Europa es la región del mundo en la que más aumentó el gasto militar en 2021 y encadena siete años seguidos de crecimiento, con la invasión rusa de Ucrania y compromisos de inversión asumidos en el seno de la OTAN como factores estimulantes. Los miembros de la UE gastan mucho más que Rusia en defensa, y casi como China, pero la fragmentación, las duplicaciones o la falta de interoperabilidad hacen que ese gasto produzca capacidades más limitadas. Incluso si se diera el caso de perfecta alineación política para actuar juntos, la realidad es que hay diferentes sistemas, activos duplicados y recursos que faltan en todas partes.
La interoperabilidad es pues una de las palabras clave. La mencionó, entre otros, la ministra de Defensa francesa, Florence Parly, que subrayó la disfuncionalidad de tener “10 o 15 modelos de aviones de combate” y serios límites en las capacidades, como no disponer de ciertos modelos de drones estratégicos, para los cuales debe recurrir a EE UU. Su homóloga alemana, Christine Lambrecht, mencionó al respecto el proyecto Eurodrone, con participación alemana, francesa, italiana y española. Hay otros proyectos importantes en marcha como el FCAS —Futuro Sistema Aéreo de Combate— y más florecerán gracias a los nuevos fondos. Pero la realidad es todavía oscura y el camino larguísimo. Nathalie Tocci, directora del Instituto de Asuntos Internacionales de Roma, señaló que la tendencia es incluso regresiva, con un aumento en 2021 de la parte de inversión militar puramente nacional, no cooperativa, que se sitúa en niveles del 90%.
En el camino hacia la integración —cuyos impulsores insisten redundará en beneficio de la OTAN— hay que superar reticencias gubernamentales, pero también resistencias en el sector industrial. Como en otras áreas, será fundamental la disposición alemana. El canciller Scholz y Lambrecht subrayaron la intención de Berlín de seguir en la senda de paulatino incremento de gasto, pero con constantes referencias a la necesidad de hacerlo con eficiencia y a que cada aliado puede y debe aportar de forma acorde a su historia y sus características.
¿Qué relación tener con Ucrania?
En Múnich también se ha discutido sobre la relación de Occidente con Ucrania y las perspectivas de que la antigua república soviética se integre en la OTAN y la UE. Los aliados están de acuerdo en la respuesta inmediata a la crisis actual: duras sanciones contra Rusia en caso de que Moscú ataque de nuevo a Ucrania. Pero esto sería solo un paso en una partida más amplia y muy larga.
Al margen de las sanciones, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, reclama varias cosas a Occidente. Por un lado, claridad en cuanto a una posible entrada en la OTAN y a la apertura de negociaciones de adhesión a la Unión Europea. Por el otro, armas. Las peticiones de Zelenski tocan fibra muy sensible.
La UE subraya que está dando otro tipo de apoyo al país. Borrell aseguró este domingo que la Unión ha destinado 17.000 millones de euros a Ucrania desde 2014. “No hay ningún otro país donde gastemos más dinero y tengamos lazos más fuertes en todas las esferas”, añadió.
Pero Kiev quiere otro tipo de compromisos que por ahora los Aliados no parecen dispuestos a darle. Tanto el canciller alemán, Olaf Scholz, como el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, han asegurado en fechas recientes que la entrada de Ucrania en la OTAN —el “casus belli” de Moscú en esta crisis, dijo Scholz— ni siquiera está sobre la mesa. Cuando Zelenski pidió “honestidad” sobre una posible membresía de su país, Stoltenberg enumeró la ayuda de la OTAN: “Estamos fortaleciendo sus capacidades de defensa, ofreciendo capacitación y equipamiento y, por lo tanto, estamos ayudando a encontrar la integración euroatlántica”. Pero ahora, añadió, no se trata tanto de la entrada en la OTAN como de “si aceptamos que una gran potencia como Rusia esté tratando de dictar a otro país lo que puede y no puede hacer, por la fuerza”. El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, ha convocado una conferencia de donantes y ha anunciado un paquete de ayudas de 1.200 millones de euros para Ucrania. Este domingo resaltó que “en 2014 los ucranios eligieron la libertad, la democracia y el Estado de derecho y la UE apoyó esta decisión”. Y abrió una puerta a una relación más estrecha en el futuro: “En mi opinión deberíamos profundizar el acercamiento político y económico con Ucrania, junto con la Unión Europea”. Está por ver qué tipo de consenso se podrá fraguar en ese sentido en el seno de la UE.
La autonomía estratégica
El debate de la autonomía estratégica europea también ha ocupado a los líderes reunidos en Múnich. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, instó a avanzar en la diversificación en materia energética para dejar de depender del gas ruso. “Una Unión Europea fuerte no puede ser tan dependiente de un proveedor de energía que amenaza con iniciar una guerra en nuestro continente”, dijo. La crisis en Ucrania ha añadido urgencia a un debate que la Unión empezó a plantearse hace años. La pandemia de covid-19 ha ampliado a nuevos ámbitos económicos y tecnológicos el concepto de autonomía estratégica, tradicionalmente ligado a la seguridad y la defensa. El virus puso de manifiesto la vulnerabilidad de Europa, que en plena crisis sanitaria vio cómo las mascarillas o los test se convertían en productos estratégicos al producirse en unos pocos países.
El concepto se ha extendido a las materias primas y a los datos. La UE aspira a ser más autónoma para reducir su dependencia de socios comerciales a los que en los últimos tiempos se ve con otros ojos, como China. Bruselas anunció la semana pasada un proyecto para poner en órbita una red de satélites que garanticen las comunicaciones seguras en la UE. Otra de sus propuestas consiste en movilizar inversiones públicas para fomentar la fabricación de microchips en suelo europeo, una necesidad que se visibilizó con los problemas de interrupción de la cadena de suministro que han afectado a sectores clave como el de la automoción. Hay un creciente consenso político en que es preciso avanzar en esa senda, pero permanecen diferencias de fondo acerca de políticas industriales dirigidas por los poderes públicos, con Francia muy a favor —“no hacemos lo suficiente para apoyar la industria de la Defensa”, dijo la ministra Parly— y con países al otro lado del Rin más cautelosos.
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