Familias esperando para coger un tren en la ciudad de Lviv, en el oeste de Ucrania, este sábado.

Rusia o el sufrimiento como ideología para dañar a los demás

Familias esperando para coger un tren en la ciudad de Lviv, en el oeste de Ucrania, este sábado.
Familias esperando para coger un tren en la ciudad de Lviv, en el oeste de Ucrania, este sábado.MYKOLA TYS (EFE)

Viajo en un tren entre dos estaciones (la central de Kiev y la central de Lviv, en el oeste de Ucrania), que hoy parecen salidas de una de esas novelas sobre la angustiosa fuga de la población civil europea ante el avance de las tropas hitlerianas. Es la noche del viernes al sábado y gentes con maletas y fardos durmiendo en los pasillos son el telón de fondo de una reflexión sobre el proceso que ha culminado con la invasión de Ucrania por Rusia.

En el tren, la responsable del vagón que nos sirve el té se inquieta por su hermano recién incorporado a filas; la maestra Tatiana, por su hijo que permanece en Kiev; y mi vecina de litera afirma cumplir la orden de buscar refugio, dada por sus superiores a las mujeres policías, a diferencia de sus colegas masculinos que, en una división tradicional de roles, han sido enviados al frente. El tren se para a menudo y en él continúo en solitario una reflexión iniciada en Kiev con un amigo historiador mientras oíamos el ulular de las sirenas.

Es tiempo de revisar la ingenuidad. Putin, el mago de la provocación, ha aunado y fundido en un concepto único episodios diversos sucedidos a lo largo de muchos años y ha desarrollado ideas existentes sobre la historia, que habrían podido convertirse en marginales, si él no las hubiera alimentado. Me refiero a la tesis según la cual “los rusos han sufrido más que nadie”. Cualquiera que sea el origen cultural y su justificación en el pasado, esta idea (implícita o explícita) facilita la justificación de la guerra contra Ucrania porque vacuna e inmuniza a los rusos frente al sufrimiento que ellos infligen a otros, pues si asumimos que los rusos son los que más han sufrido cualquier otro sufrimiento siempre será menor.

Este razonamiento se expresaba ya después de que en 2014 un avión malasio con 300 personas a bordo fuese derribado sobre el territorio separatista por un misil antiaéreo ruso. En relación al dolor por la muerte de aquellos pasajeros, esta periodista pudo oír en Donetsk explicaciones del tipo, “nuestros niños han sufrido durante muchos años y nadie les ha prestado atención y ahora miren cómo (en Occidente) padecen por los suyos”. Esta línea de pensamiento continúa ahora en las redes sociales con mensajes procedentes de los territorios separatistas afirmando que “nosotros hemos sufrido durante más de siete años y ahora ellos (los ucranios) verán lo que es padecer”. En muchas ocasiones he escuchado que los rusos son los que más sufrieron durante la Segunda Guerra Mundial, lo cual, en el supuesto de que ese dolor cierto fuera cuantificable, sería incierto porque la palma del “sufrimiento per cápita”, por así decirlo, seguramente correspondería a bielorrusos y ucranios que, por su localización geográfica, fueron los primeros en sucumbir ante la invasión de la URSS por las tropas hitlerianas en 1941.

Propaganda

La teoría del “mayor sufrimiento de los rusos” puede actuar ahora como una especie de vacuna que, de haber sido asimilada correctamente, tiene el efecto de inmunizar (en grados variables) a los vacunados frente a los sufrimientos de los demás. Para obtener un sufrimiento movilizador, la propaganda del Kremlin organizó hace pocos días la evacuación de la población civil de las denominadas “repúblicas” populares. La evacuación se suspendió abruptamente una vez obtenidas las imágenes de autobuses cargados de ancianos, mujeres y niños con destino a Rostov y otras regiones rusas. En aquel caso se mostró a los rusos un sufrimiento que ellos pueden vivir como propio por ser los evacuados personas de cultura rusa y ahora en su mayoría portadores de pasaportes rusos, gracias a un decreto de Putin.

El líder del Kremlin ha convertido la historia de las relaciones entre Rusia y Occidente tras el fin de la URSS en un pliego de agravios que actúa como combustible para una acción bélica. Por su magnitud, su acción es desproporcionada en relación a los sucesos puntuales inmediatos (el cacareado ataque masivo de Ucrania a los rebeldes, por ejemplo, no sucedió en las semanas que precedieron a su reconocimiento por Rusia). El ataque ruso en realidad se basa en una idea más amplia sobre el sufrimiento que Ucrania inflige o puede infligir a Rusia (al abandonarla o independizarse como un hijo que se va o una esposa que se divorcia para irse con otro) y el dirigente ruso suma este sufrimiento a otros, que a sus ojos, Occidente infligió o puede infligir a Rusia.

El sufrimiento ajeno que Moscú puede reconocer y asumir como tal es aquel que la ideología del régimen es capaz de reciclar como sufrimiento propio. Con él, incrementa el “capital de sufrimiento” cuidadosamente cultivado como estímulo para la misión de abanderado contra el “imperio del mal” que Putin se atribuye. Desde esta óptica son comprensibles el culto al sufrimiento durante la Segunda Guerra Mundial (atribuible a factores externos) y también la falta de una reflexión a fondo sobre el estalinismo, que podría cuestionar el mismo Estado. La ideología imperante hoy en Rusia más bien cultiva la muerte y el dolor que la alegría y la búsqueda de la felicidad.

Tanque ruso destruido en la región ucrania de Lugansk, al este del país, este sábado.
Tanque ruso destruido en la región ucrania de Lugansk, al este del país, este sábado.ANATOLII STEPANOV (AFP)

Cuando Putin presentó sus exigencias de seguridad a Occidente, muchos pensamos que el elemento militar (el despliegue de tropas en las fronteras con Ucrania) era parte de una estrategia donde la negociación era lo sustancial y lo militar el factor accesorio de presión. Fue al revés, lo militar era lo básico y la discusión era la tapadera. Putin procedió con el guion que había trazado, pese a reconocer que la respuesta de la OTAN, con sus errores, aceptaba parcialmente los intereses rusos y pese a que la digna actitud del presidente ucranio no encajaba en el papel (fascista agresivo) que él le atribuye.

Mientras el tren se mueve hacia Occidente, los rusos, muy superiores militarmente, van ganando terreno en Ucrania, pero lo hacen de forma lenta y a un alto precio, porque los ucranios oponen encarnizada y heroica resistencia y luchan hasta el final (como la guarnición de la isla de Zmeini, exterminada por no querer rendirse).

En la tarde del sábado, el ministro de Defensa, Oleksiy Réznikov, informó de que más de 3.000 invasores han perecido, 200 han sido capturados y 100 tanques y siete helicópteros han sido destruidos. A juzgar por los comentarios en el tren, está aumentando el respeto por el presidente Volodímir Zelenski, que permanece en su puesto e informa a sus conciudadanos de forma sencilla, sin ocultar la dificultad, la soledad y el dolor que hoy embargan al pueblo ucranio. La solidaridad se siente en los ciudadanos que abandonan proyectos de vida y trabajos en el extranjero para alistarse, se siente en personas adultas que repiten su resistencia a Rusia en el Donbás y en Crimea. Todo esto contrasta con la apatía de la sociedad rusa, donde, según el historiador Vladímir Dolin (ciudadano ruso residente en Ucrania), existe un “enorme potencial de protesta capaz de parar la guerra, pero esa protesta no tiene expresión política”. El porqué es otra historia.

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