Somos un soldado medieval, el vigía de un baluarte, y pasan los siglos, y lo que oteamos, los peligros que nos acechan, no llegan a usurpar nuestro lugar. Estamos en lo alto de un promontorio en lo que es hoy el centro histórico de Cardona, cuyos orígenes datan del siglo IX, cuando se formó un pequeño burgo en torno al mercado que se celebraba a los pies de la montaña del castillo. Por entonces, se trataba de un enclave estratégico de la frontera con Al Ándalus, además de constituir un punto comercial clave en lo que respecta a la extracción y comercialización de sal en Europa Occidental.
Y es que el castillo de Cardona nunca fue conquistado por las armas durante sus 11 siglos de historia. En el III antes de Cristo los íberos ya construyeron en este cerro un alcázar, desde el que dominaban las cordilleras colindantes, y más tarde se establecieron las tropas de Carlomagno. En ese contexto fronterizo, el conde Wifredo el Velloso consolidó la población con una carta, la cual concedía una serie de derechos, privilegios y normas de convivencia a sus habitantes, y que su nieto, el conde de Barcelona Borrell II, renovó en el 986 y se conserva en el archivo de esta villa en la comarca catalana del Bages.
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El claustro de Sant Vicenç de Cardona. Xavier Fores – Joana Roncero alamy
Fue en el siglo XI cuando los señores de Cardona fijaron allí su residencia, iniciaron la edificación del palacio y de la canóniga de Sant Vicenç, toda una joya del románico catalán, y encumbraron su inmenso poder y riqueza gracias al llamado oro blanco; hasta el extremo de ser considerados reyes sin corona. Hoy, este recinto fortificado de la provincia de Barcelona ofrece como pocos lugares la sensación realmente de sentir la vida del medievo, con sus fosos, murallas y elementos góticos, destacando la corona defensiva de baluartes. Hay siete, levantados en el siglo XVII, unidos por tramos de muralla, configurando un perímetro cerrado que hizo que antaño fuera una fortaleza inexpugnable, que jamás se rindió durante los numerosos asedios de las guerras de los Segadores, la de Sucesión —se convirtió en la última plaza fuerte catalana que capituló, el 18 de septiembre de 1714—, la de la Independencia o las guerras Carlistas.
Años después, todo ello se reconvirtió en el Parador de Cardona, que abrió sus puertas en 1976 y que brinda al visitante la mejor de las atenciones: todo un paseo por la historia en el que es fácil sentirse, por así decirlo, como un rey: las habitaciones y suites son de estilo señorial y cuentan con muebles de madera tallada y camas con dosel. Por otro lado, su restaurante no solo es exquisito por la comida que se ofrece —texturas variadas de bacalao con brandada, surtidos de embutidos catalanes, suquet de mariscos o paletilla de cordero del país braseada—, sino porque mantiene su estilo gótico con paredes de piedra y techos abovedados. Es un espacio extenso, de más de cuarenta metros de profundidad, que surge de la unión entre antiguas dependencias palaciegas y el refectorio de los clérigos, y que cuenta con placas de yeso, situadas entre las vigas, que se hallan decoradas con un escudo ilustrado con los cardos de Cardona.
Desde un salado Neolítico
El castillo medieval tiene, pues, numerosos alicientes para el viajero, el que busca cuidarse (por el gimnasio y la sauna) y el interesado en la historia: a unos pasos está la torre de la Minyona (doncella, en español), del siglo XI. Es una imponente construcción románica que originalmente llegaba a los 22 metros de altura (hoy es de 12,5; y puede accederse hasta arriba), pero que sufrió una remodelación a caballo de los siglos XVIII y XIX, cuando fue reducida para evitar que la artillería enemiga la pudiera usar como punto de referencia. El sobrenombre proviene de una leyenda dieciochesca centrada en la historia de amor imposible entre un capitoste musulmán y la hija de los vizcondes de Cardona. Se dice que, para evitar dejarla en manos de su amante, sus padres la encerraron en la torre, donde murió.
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Entrada del parque cultural de la Montaña de Sal. fitopardo getty images
De ahí viene la leyenda de que el fantasma de la muchacha ronda por uno de los cuartos del hotel, el 712, lo cual, por supuesto, no usa turísticamente el parador, como cuenta su director, Joan Oliver Morey. Son las redes sociales y los aficionados a lo paranormal los que siguen difundiendo este relato y no dejan de pedir esa habitación en particular para pasar una noche que, de repente, adquiere todo el sabor de un día de Halloween. En todo caso, solamente acudir al bar-terraza del alojamiento ya merece el viaje, con unas vistas panorámicas impresionantes al propio pueblo de Cardona, en el que es un gusto perderse entre sus callejuelas, el río Cardener y, en especial, el parque cultural de la Montaña de Sal, un espectáculo natural único en el mundo.
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Una delas galerías visitables de la antigua mina de sal de Cardona. Roman Belogorodov alamy
Este se encuentra a cinco minutos en coche desde el promontorio y en él es posible realizar una visita guiada de una hora de duración, en la que se recorre el interior de las antiguas instalaciones mineras, toda una serie de galerías que en realidad solo son la punta del iceberg, pues es un enorme diapiro de cerca de dos kilómetros de profundidad. El visitante queda impresionado por las formas y texturas que ofrece el macizo salino, lleno de estalactitas y estalagmitas, con pliegues y vetas de colores anaranjados, y oquedades preciosas como las llamadas Sala Coral y Capilla Sixtina, una bóveda llena de colores rojizos y ocres. El recorrido, además, acaba con un breve audiovisual que enseña la magnitud de los trabajos mineros —los operarios llegaban a estar a 50 grados de temperatura—, ya que en el subsuelo se construyó toda una ciudad, hasta que la empresa extractora cerró en 1990.
Toda esta región limítrofe entre Lleida y Barcelona se asienta sobre una gigantesca montaña de sal sódica y potásica producto de la desecación de un antiguo mar interior hace 40 millones de años. Las minas de sal de Cardona han sido explotadas a cielo abierto desde el Neolítico, y desde 1900 a a través de la extracción de potasa, empleada en la fabricación de explosivos. La caída de los precios en 1990 provocó el cierre del negocio y se pensó en reutilizar las instalaciones mineras con fines turísticos. La sal que se encuentra ahí adquiere en las galerías una imagen absolutamente alucinante. Y el actual Valle Salino de Cardona sigue creciendo, aún, al compás de la lluvia que lo erosiona.
Toni Montesinos es autor de ‘La ofensiva K de Kafka. Un escritor sagrado y puro’ (Báltica, 2021).
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