“¿Conoce usted Sanlúcar de Barrameda?”, le inquiere al sorprendido reportero onubense Valerian. Apenas puede incorporarse de la cama en el salón de su piso de Kiev. La localidad gaditana es el detonante para que recuerde la expedición que estrenó la circunnavegación de la Tierra hace cinco siglos. “Sevilla es de donde Magallanes y Elcano salieron a dar la vuelta al mundo. Solo llegaron de regreso 18 marineros en la nao Victoria. Trajeron especias y el dinero que ganaron con ellas cubrió los gastos del viaje”. Es un resumen somero, pero que explica la pasión de este hombre —y su mujer— por los libros, el arte, los viajes, la cultura y la historia. Sobre el lecho de este antiguo marino, de manos como remos y zapatos como barcas, cientos de libros ocupan toda la pared de la estancia. No se mueve de la cama durante la visita de una hora, en la que apenas se toca de manera tangencial la guerra que asola Ucrania estos días. Su locuacidad y memoria chocan con su físico desvencijado.
Valerian y Raisa Pavlenko, de 86 y 85 años, abren las puertas de su casa con absoluta confianza tras una pregunta casual del periodista a la mujer delante de su portal en el centro de la capital de Ucrania, el martes. La presencia de un control con varios hombres armados a una decena de metros advierte de que la guerra acecha aunque los combates no han llegado hasta aquí todavía. Valerian deja el libro que está leyendo y entabla de inmediato una conversación con el visitante con ayuda del intérprete que lo acompaña como si la tuviera prevista desde hace tiempo. De su viaje a España en los años ochenta rememoran la Barcelona de Antonio Gaudí o “la ciudad del Greco”. “¡Eso, Toledo!”, afirma él tras no recordarlo en un primer momento.
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Señalando el mueble, se refiere a una de las obras que hay en uno de los extremos como su favorita. En un tomo grueso, It’s Me O Lord, la autobiografía del pintor y viajero estadounidense Rockwell Kent (1882-1971). Habla de él y su trabajo con pasión, se extiende en las etapas de su vida y sus expediciones que va entrelazando con las que, a mediados del siglo pasado, él mismo realizó por todo el mundo en diferentes barcos cuando trabajó de marino, para lo que se licenció en San Petersburgo. Argentina, Cuba, el océano Índico, el mar Rojo… “Me enamoré de Copenhague, con la estatua de La Sirenita en honor a la obra de (Hans Christian) Andersen. Hicimos muchas fotos”. “Yo ahora mismo seguiría viajando, pero por desgracia no puedo. Ahora paso la mayoría del tiempo en casa”, lamenta.
Raisa Pavlenko, en las escaleras del edificio en el que reside en el centro de Kiev.Luis de Vega
Interviene también, sentada junto a él, Raisa, que no se jubiló hasta el año pasado tras 65 años de bibliotecaria. Todos en la Biblioteca Americana de Kiev, afirma. Entre los dos dibujan una vida que comenzaron juntos siendo niños cuando coincidieron en el mismo colegio de la ciudad. Viven desde 1961 en un humilde apartamento de la sexta planta que tienen lleno de fotos, cuadros y recuerdos de todo tipo, como un vasito de plástico con una muñequita vestida de flamenca. Raisa insiste en que se vale ella para salir a la calle, comprar y cocinar, pero que cuando suenan las alarmas ante un posible bombardeo, que es con enorme frecuencia estos días, no bajan al refugio del sótano. No descartan tener que trasladarse a casa de uno de sus hijos si la guerra llega al centro de Kiev.
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La mujer reconoce que le costaría alejarse de estas paredes, que son un recuerdo vivo de los viajes y vivencias de toda una vida. En la estancia contigua, junto a una foto de boda en la que no aparecen vestidos de novios, luce un óleo. Es del que más orgullosos se sienten. El autor es Iván Marchuk, un reconocido pintor contemporáneo nacido en 1936. “Yo fui la primera en colgar sus cuadros en la biblioteca”, afirma Raisa al tiempo que muestran en la estantería varias fotos en las que aparece su amigo Marchuk, acosado en tiempos por los servicios secretos de Moscú, que lo consideraban contrario a los intereses centralistas de la URSS.
En la pared contigua al óleo y al resto de cuadros, un rostro figura solitario sobre una cama. Es un cuadro que ella misma elaboró en punto de cruz. Es su particular homenaje a Tarás Shevchenko (1814-1861), poeta y artista local al que el matrimonio considera un pilar del sentimiento, la lengua y la cultura ucrania. “Pasó mucho tiempo en cárceles, en desiertos y lugares fríos. Es nuestro poeta nacional, un luchador por la independencia”, defiende Raisa al tiempo que ofrece a la visita un té con galletas.
Ambos, sin embargo, no quieren que acabe la conversación sin denunciar que el actual conflicto que sufren se debe a la manipulación histórica de Vladímir Putin, presidente de Rusia, y al abandono del resto de países europeos. No dilapidan la memoria soviética, pero desdeñan lo que consideran que sería una marcha atrás después de su nacimiento como país. “Ucrania debe permanecer independiente. Absolutamente”, zanja ella.
Imagen hecha de punto de cruz del escritor ucranio Tarás Shevchenko en casa de Raisa y Valerian Pavlenko, en KievLuis de Vega
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