La reunión de los Veintisiete en Versalles se ha desarrollado bajo la sombra atroz de una guerra “no provocada e injustificada” contra Ucrania iniciada por Rusia “y su cómplice Bielorrusia”, según la declaración aprobada por los socios de la Unión. Se han reafirmado en su unidad frente a la agresión de Rusia, pero han pasado de puntillas sobre puntos esenciales en los que no se percibe acuerdo, como la respuesta comunitaria al previsible y gigantesco impacto económico de la mayor crisis de seguridad en el continente desde hace décadas o el diseño de la futura relación con Ucrania, más allá de las palabras de solidaridad. La declaración aprobada ayer promueve el fortalecimiento de “nuestros lazos” y anima a profundizar la ayuda a Ucrania para “progresar en su trayectoria europea”, sin que el compromiso de la UE haya incorporado ningún procedimiento más acelerado de adhesión. Europa deberá esforzarse para que ninguna de las grandes decisiones pendientes resquebraje una unidad imprescindible para plantar cara al matonismo de Vladímir Putin. La reunión en el palacio de Versalles ha pivotado sobre el objetivo de reforzar la soberanía europea para reducir nuestras dependencias. Y lo ha hecho sobre la base de tres ejes: reforzar la capacidad de defensa de la UE, reducir la dependencia energética en materias primas, hidrocarburos, semiconductores y fuentes alimentarias, y construir una base económica más sólida.
La guerra de Ucrania ha hecho visible de forma descarnada la urgencia de que Europa se libre de su dependencia energética rusa. El Consejo Europeo ha planteado urgir a la Comisión a “presentar un plan para garantizar la seguridad del suministro y precios asequibles de la energía durante la próxima temporada de invierno a finales de marzo”. Pero esta solución a corto plazo no puede hacer obviar el desafío que Europa tiene en el horizonte: una transición energética verde que, aunque costosa, debe acelerarse. Los líderes europeos deben preparar a la ciudadanía sobre el cambio de perspectiva que nos espera porque la guerra no puede alterar los planes frente a la urgencia climática. La factura de la calefacción subirá a corto plazo, pero ha sido precisamente la guerra la que ha obligado a la UE a mirar de frente al problema de la transición energética.
La invasión de Ucrania ha supuesto un acelerador histórico. La brújula debe seguir siendo el reforzamiento de la soberanía estratégica y paliar nuestras enormes “dependencias”. La energética es una de ellas, pero también la defensa y los semiconductores. Mientras Rusia se había estado preparando para esta guerra, los europeos seguíamos viviendo como si el mundo no estuviera cambiando. Por eso, las otras dos tareas pendientes fijadas en la agenda de Versalles son el reforzamiento del gasto en defensa y el desarrollo de capacidades conjuntas, además de la recuperación económica orientada a no volver al mundo de ayer. Se trata de “construir la soberanía de nuestra Europa para resistir”, según dijo el presidente francés Emmanuel Macron. El objetivo más urgente es el que afecta a la energía rusa. Pero las medidas que se tomen ahora no deben hacer perder de vista la meta histórica de conseguir una energía libre de carbono. Sobre eso también se debe hablar a la ciudadanía.
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