Desde la cima de las grandes montañas del planeta solo se ve un océano de cumbres y glaciares serpenteantes. Los alpinistas, en cambio, ven también su futuro, el camino a seguir. Tras plantarse en la cima del Everest (8.848m) en 2016 y en la del K2 (8.611m) en 2021, la ucrania Irina Galay decidió enfrentarse esta próxima primavera al Annapurna (8.091m), la montaña que presenta las estadísticas de mortalidad más desconcertantes —el mayor porcentaje de muertes entre los 14 ochomiles respecto al total de ascensiones a su cumbre—. Ahora, sin embargo, ha cambiado su piolet por un fusil para combatir con el ejército de Ucrania frente a la invasión de Rusia.
El futuro que Irina Galay imaginó en la cima de la segunda montaña más elevada del globo tardará en materializarse. Si es que llega a hacerlo. El pasado otoño, tres alpinistas de Ucrania escalaron la arista sudeste del Annapurna III (7.555 m) poniendo punto y final a 40 años de intentos a cargo de la élite mundial del alpinismo. Para superar las dificultades técnicas, físicas y psicológicas del reto, permanecieron 18 días en la montaña y al regresar a la civilización parecían unos espectros, supervivientes de una guerra. Nikita Balabanov, Mikhail Fomin y Viacheslav Polezhaiko bautizaron la ruta abierta con el nombre de Paciencia. “Por alucinante que parezca, tres de los mejores alpinistas del siglo pueden morir… y ellos solo aspiraban a una vida normal con sus familias”, escribió recientemente el alpinista norteamericano Colin Haley en sus redes sociales. De momento, los tres siguen con vida en mitad del conflicto.
Como Haley, muchos alpinistas y escaladores rusos le echan valor y claman contra la invasión y rezan para que sus compañeros sobrevivan. Al dar la cara, se exponen a varios años de cárcel por contestar a Vladímir Putin, presidente no solo del país sino de la Federación Rusa de Montaña. El sitio web mountain.ru envió días atrás un comunicado de condena de la guerra. “Todos entendemos el riesgo de cárcel, donde podríamos pasar hasta 20 años por alta traición, pero hemos decidido que no podemos callarnos”, arrancaba una misiva impulsada por el piolet d’or Aleksander Gukov. El texto sigue así: “Nosotros, los escaladores de Rusia, nos oponemos a las acciones militares que el ejército ruso está realizando en el territorio de Ucrania. Sabemos de primera mano lo frágil que es la vida humana. Consideramos un crimen que el ejército ruso invada el territorio de Ucrania, como resultado de lo cual sufren los pueblos de ambos países. Esta es una mancha en la historia de Rusia, con la que no solo nosotros, sino también nuestros hijos, tendremos que vivir. Los ucranios son nuestros hermanos, con quienes tenemos una historia milenaria. Los ucranios son nuestros amigos, con quienes hemos pasado codo con codo las pruebas más terribles y dificultades compartidas en las montañas. No podemos aceptar la injustificada pérdida de vidas de ambos bandos y la incitación al odio entre nuestros pueblos y exigimos el cese inmediato de las hostilidades”. Los cientos de firmantes de esta carta de rechazo ya han sido amenazados por las autoridades del país.
Irina Galay, en el ejército de Ucrania.
Poco después de iniciarse la invasión de Ucrania, Irina Galay sorprendió en sus redes sociales vestida con uniforme militar, fusil en ristre. Sigue en Kiev, ayuda en labores de intendencia, y cuelga vídeos grabados desde sus calles que llaman a no rendirse y denuncian la situación de sus compatriotas. Aún no ha combatido: como el resto de civiles, que estos días tratan de aprender a marchas forzadas, apenas sabe cómo manejar un arma.
La federación internacional de escalada ha cancelado las pruebas de la Copa del Mundo de escalada previstas en Rusia y Bielorrusia, gesto imitado por la federación internacional de montaña y escalada en lo referente a las competiciones de escalada en hielo. Una de las participantes en la Copa del Mundo de Escalada, la ucrania Janya Kazbekova, de 25 años, resumía así su infierno. “Nunca pensé que esto podría ocurrir en el siglo XXI. Nunca imaginé que debería abandonar mi hogar para escapar de las bombas. Nunca imaginé que al despertar tendría que rezar para que mis familiares y seres queridos siguiesen con vida… Amigos de Rusia (y tengo muchos allí), ¡no os calléis, por favor! Contad a todos lo que ocurre realmente en Ucrania. Mostrádselo a los medios de comunicación que no son rusos, tratad de ayudar a vuestro pueblo para que sean críticos y actúen con sentido común. ¡Paren la propaganda! Al menos en vuestra área de influencia… depende de todos qué tipo de mundo tendremos”.
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