El gasto en defensa


El anuncio de Pedro Sánchez de aumentar el gasto en defensa hasta alcanzar el 2% del PIB rompe un viejo tabú de la izquierda española tanto en el Gobierno como en la oposición. A pesar de haber asumido en la cumbre de la OTAN celebrada en Gales en 2014 ese compromiso, España se ha mantenido muy lejos de su cumplimiento. Los planes de este año preveían aumentar el presupuesto de defensa hasta el 1,2% en 2024. En la actualidad, España figura en el penúltimo lugar de los 29 países miembros de la OTAN en cuanto a gasto en defensa (solo por delante de Luxemburgo). La decisión de Sánchez está directamente vinculada a la invasión de Vladímir Putin de Ucrania y a la potente reacción que la UE ha exhibido para acudir en su ayuda, no solo con sanciones económicas durísimas contra Rusia, sino también con “armas letales”. Es la primera vez que sucede, y solo la vulneración irrefutable del derecho internacional por Putin explica que el secretario general de los socialistas y presidente del Gobierno haya decidido seguir la estela del resto de Estados y reforzar el gasto español en defensa.

La UE cambió de actitud en apenas dos días porque en apenas dos días Europa ha visto temblar los cimientos de las democracias liberales dentro de su propio territorio. El cambio histórico que dio Alemania en las primeras fechas de la invasión da la medida del cambio de época que vivimos. El anuncio del socialdemócrata Olaf Scholz de destinar 100.000 millones de euros a mejorar las Fuerzas Armadas alemanas y un aumento del gasto en defensa de más del 2% del PIB significa un giro radical con el pasado. En este marco, Pedro Sánchez anuncia el incremento de la inversión de España para cumplir con su compromiso con la OTAN. Ambas decisiones fortalecen la defensa conjunta europea ante la evidencia de que una guerra con tanques, bombardeos y misiles ha llamado a nuestras puertas. La influencia desestabilizadora de Putin, con su financiación a la extrema derecha europea y a cualquier movimiento ultranacionalista, se materializaba de repente con la invasión de un país vecino.

Esta guerra ha sacado a la izquierda de la zona de confort en la que pudo sobrevivir sin conflictos bélicos próximos. Ucrania está en casa, en Europa, y la defensa disuasoria contra la agresión de Rusia se llaman UE y OTAN, además del auxilio económico y militar que ha ofrecido Estados Unidos. En su inmensa mayoría, la sociedad europea repudia el abuso de poder y la extorsión militar del grandullón Goliat contra el débil David. La resistencia de Ucrania no podrá usar tirachinas, como el David de la leyenda, sino carros de combate, baterías antiaéreas y hasta lanzagranadas como los que España ha enviado al país atacado. La irrupción de la guerra real en Europa ha descubierto la necesidad de dotar a la UE de medios propios, no subsidiarios o subordinados a los intereses de Estados Unidos. Repugna a cualquier conciencia en la tradición humanista e ilustrada la violencia armada. El pacifismo defiende la prevalencia del uso de cualquier medio diplomático y dialogante antes que las armas, y esa es una convicción compartida masivamente. Pero no es una fe absoluta: su límite está en la defensa contra el uso ajeno de la fuerza para imponer de manera autoritaria y unilateral la voluntad de un tercero.

La guerra de Putin en Ucrania ha puesto a la vista por primera vez en Europa en 80 años que la defensa armada es necesaria. El aumento del gasto para cumplir con compromisos contraídos con la OTAN desde 2014 llega cuando la seguridad está en cuestión y probablemente esto no habría sucedido sin la invasión de Ucrania. El sostenimiento de una estructura de defensa no tiene hoy carácter ofensivo, sino defensivo y disuasorio; aspira a dotar a la UE de armamento para evitar la imposición militar de un cambio de fronteras ajeno a la voluntad de los europeos. Ciertamente, hay gastos urgentes de carácter social para paliar los prolongados efectos de la crisis de 2008, las consecuencias terribles de la pandemia y ahora los efectos corrosivos de la guerra. Europa está experimentando un ataque sistemático y desestabilizador a sus estructuras legales y políticas. La izquierda tendrá que decidir si actualiza su visión del mundo heredada de la Guerra Fría e identifica como amenaza objetiva al orden democrático el escenario de guerra que ha abierto Putin. Ese escenario es real desde el 24 de febrero de 2022.


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