Alemania y México: una misma visión del arte como herramienta política



Un visitante en la exposición ‘De Posada a Isotype, de Kollwitz a Catlett’ del museo Reina Sofía.Archivo fotográfico del museo Reina Sofía

Hay periodos de la historia del arte que han sido analizados y difundidos hasta sus detalles más nimios. En el siglo XX, por ejemplo, parece que casi toda la acción se hubiera representado entre París y Nueva York. Las exposiciones y las investigaciones se han alejado poco de ese limitado escenario geográfico. Sin embargo, hay todavía muchos capítulos de la narración general que han permanecido en el olvido o aplastados por el peso del canon institucional. Hace falta la perseverancia de historiadores como la del alemán Benjamin H. D. Buchloh (Colonia, 80 años) para conseguir dar a conocer un episodio tan duro y difícil como el que narra la evolución y el peso del arte gráfico como herramienta de reivindicación social durante la primera mitad del siglo XX en Alemania y México. Este es el tema que se cuenta en la exposición De Posada a Isotype, de Kollwitz a Catlett, que se acaba de inaugurar en el Museo Reina Sofía de Madrid y que se podrá ver hasta el 29 de agosto. Más de 450 obras ocupan nueve salas de la tercera planta del edificio de Sabatini en una exposición en la que han colaborado numerosas instituciones públicas y privadas de todo el mundo como el Metropolitan y el MoMa de Nueva York, el Instituto de Arte de Chicago, la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos o el Centro Pompidou de París.

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La primera sala se remonta a finales del XIX y comienzos del XX. Bajo la tenue luz que impone la fragilidad del material que se exhibe, se muestra una selección de la obra de dos referentes del arte gráfico mexicano y alemán: José Guadalupe Posada y Käthe Kollwitz. Las litografías y xilografía de él y de ella coinciden en el dramatismo más desgarrador, aunque Posada prefirió exprimir sus sentimientos en las calaveras y caricaturas que publicaba en los diarios de la época o en panfletos destinados a una población analfabeta en su mayoría. La obra de Käthe Kollwitz es todo un clamor contra la guerra y la violencia, un sentimiento que marcó su vida a partir de la muerte de su hijo durante la primera guerra mundial. Sus autorretratos junto a escenas en las que cuesta distinguir miembros amontonados en una cuneta marcan la mayor parte de sus trabajos.

‘Calavera las bicicletas’ (1900), de José Guadalupe Posada.Colección Andrés Blaisten

Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, explica en esta parte introductoria del recorrido qué es lo que tienen en común los artistas gráficos alemanes y mexicanos de este período y por qué se presentan agrupados en una exposición: “Comparten una misma atmósfera a la hora de abordar los problemas sociales. Ella trabaja con un profundo dramatismo provocado por la muerte del hijo. Él se atreve con todo, incluso a dibujar travestidos a un grupo de políticos de la época entre los que se encontraba el yerno del presidente”.

‘Autorretrato frontal’ (1923), de Käthe Kollwitz. Colección particular

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Con el ascenso del nacionalsocialismo al poder, una gran parte de los artistas con preocupaciones sociales hacen las maletas y escapan del país. Muchos recalan en París, pero otros dan el salto a América huyendo de la muerte que de manera industrial se extiende por Europa. “Muchos son judíos y casi todos izquierdistas que quieren fundir sus tradiciones y saberes con la de los mexicanos. Lograron un lenguaje universal diferente hasta lo que hasta entonces se había conocido”, explica Borja-Villel. El director del museo opina que este capítulo de la historia del arte no se había estudiado a fondo “porque muchos creían que la obra gráfica era un arte menor y que más allá del cubismo o la abstracción no cabían otros mundos”.

Benjamin H. D. Buchloh ha comisariado la exposición junto a la también historiadora Michelle Harewood (47 años, Barbados, EE UU). En la segunda parte del recorrido se exhibe la producción gráfica alemana que siguió a la primera guerra en torno a tres genios tan conocidos como Max Beckmann (1884-1950), Otto Dix (1891-1969) y George Grosz (1893-1959). De los tres se muestran carpetas de grabados en los que de la manera más cruda abordan los traumas de la guerra y su oposición al resurgimiento militarista y el revanchismo de la derecha.

‘Autorretrato’ (1919), de Max Beckmann. Christoph Irrlang

Buchloh cita como especialmente relevante un libro del historiador Paul Westheim titulado Das Holzschnitt Buch (El grabado en madera, 1921). En él se considera el grabado como un lenguaje propio de la nación alemana moderna, diferente del cubismo francés y el futurismo italiano. “A raíz de su exilio a México en 1941, Westheim vincula el grabado mexicano con el expresionismo alemán, incluyendo al propio Posada, así como a varios miembros del Taller de Gráfica Popular, en la segunda edición de su libro (1954)”, detalla el comisario.

‘Deportación hacia la muerte’ (1942), de Leopoldo Méndez. The Art Institute of Chicago

La tercera sección se adentra en los trabajos del Taller de Gráfica Popular que afecta al México posrevolucionario y dirige sus mensajes a las clases trabajadoras y rurales. Alejados de la estética de los muralistas, a los que estos artistas consideran oficialistas, distribuyen sus panfletos y carteles con temas que tienen que ver con la reforma agrícola o la alfabetización. Los artistas, hombres y mujeres, hacen sus campañas recurriendo a imágenes comprensibles para todos. Casi al final de la exposición, el visitante descubre el rostro de la bellísima María Félix, protagonista de Río Escondido, la película dirigida por Emilio El Indio Fernández. En la cinta se habla de Rosaura, una maestra rural enviada por el presidente de México a un lejano pueblo en Coahuila para alfabetizar a su población. Los terratenientes y los curas han cercado la escuela y la han convertido en caballeriza. Los niños no podrán cambiar su destino.

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