En modo Macron


El presidente Sánchez se entrega a Marruecos en el conflicto del Sáhara. La noticia llegó desde Rabat donde las autoridades marroquís dieron cuenta de la carta de claudicación del presidente avalando sus planes. Si ya es difícil de entender que el Gobierno rompa con una línea política compartida por todos los gobiernos de España, desde el último de Franco hasta el actual, sin consultar a las demás fuerzas políticas, rara es también la manera de comunicarlo. ¿Estaba pactada la fórmula o, simplemente, Rabat se anticipó para dar el acuerdo por consumado? Marruecos siempre se guardará un as en la manga.

Tantos años expresando solidaridad con el Polisario y su gente, tanta fidelidad al mandato de las Naciones Unidas (que formalmente sigue vigente) para dar estos compromisos por finiquitados a escondidas y sin apenas explicaciones. ¿Cuáles son las verdaderas causas de la decisión que llevan a presentarla de modo tan vergonzante? Obviamente, la primera y principal, la obsesión de cerrar el paso a la inmigración que viene del Sur, con lo que se cuenta con la plena complicidad de Europa. El Sáhara Occidental como moneda de cambio. Un pago a Marruecos para que asuma la tarea de policía de fronteras. Con el complemento de una cierta tranquilidad para Ceuta y Melilla. Lo que no deja de merecer un premio a la ingenuidad. La historia demuestra que Marruecos siempre exigirá más. Los conflictos en la frontera volverán. Cuando se subroga una responsabilidad, la parte que carga con ella seguirá especulando para sacar rendimiento.

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El impacto de la guerra en Ucrania parecía haber dado un respiro a los gobiernos: la política interior perdía peso. Y Pedro Sánchez puede haberlo interpretado como una coyuntura favorable para avanzar en una dirección hacia la que ya lleva cierto tiempo apuntando: el modelo Macron. De izquierdas y de derechas a la vez, buscando acorralar a un PP asediado por Vox, por un lado, y al magma podemita que vive tiempos de mudanza, por otro. El acuerdo con Marruecos podría entenderse como un signo de moderación dirigido al espacio conservador. Pero llega en un momento en que el escenario empieza a torcerse: los efectos económicos de la guerra y de una recuperación que se frena están ya llegando a la calle. Y el Gobierno tendrá que mojarse.

A Macron le salió bien, porque intuyó que el PSF se hundía, y huyó a toda prisa, y que la derecha tradicional estaba agotada. Y sobre ello construyó su identidad. Pero el PSOE está aquí, sigue siendo primera fuerza y Sánchez necesita, para seguir gobernando, que sus socios no decaigan. Si se estira demasiado, la manta puede acabar rasgándose. Con tanto afán para llegar a todas partes, Sánchez puede desdibujar su ya impreciso perfil político, que es su principal debilidad. Sin identidad es difícil transmitir autoridad. Hasta ahora su principal valor era el sentido de la oportunidad. ¿Se ha equivocado esta vez?

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