Sobresalta ver a Volodímir Zelenski diciendo, muy serio, iluminado por un foco: “Nunca renunciaré a mis principios. Así que si van a dispararme, dispárenme. Soy feliz de morir por mi país”. Es una de las escenas de la serie ucrania Servidor del pueblo. Y tiene truco, porque el personaje, que parece hablar a unos secuestradores, lo hace en realidad a sus alumnos mientras les proyecta diapositivas para referirse a Piotr Stolypin, el reformador ruso asesinado en 1911.
Mediaset ha adquirido los derechos en España de la profética serie producida y protagonizada por el hoy presidente ucranio, para su emisión en abierto (no ha anunciado aún cuándo ni en qué canal). En su país se estrenó en 2015 y es un sarcástico alegato contra la corrupción y el despilfarro que se convirtió en su trampolín a la política. Al principio de la historia, un profesor de historia de instituto es grabado a escondidas por uno de sus alumnos despotricando contra la deshonesta clase política. El discurso, encendido y con lenguaje muy soez, se vuelve viral, los estudiantes reúnen microdonaciones para que se presente a las elecciones y acaba ganándolas, sin esperarlo, con un 67% del voto. Fue un porcentaje aun mayor, el 73%, el que hizo a Zelenski presidente de verdad en 2019, en segunda vuelta, cuando acababa de emitirse la última temporada. Tras la comedia vino el drama. Y de un tipo al que pocos se tomaban en serio surgió la imagen inesperada de un héroe en guerra.
Por lo visto en los diez primeros capítulos, Servidor del pueblo —la mayor parte en lengua rusa, otra en ucranio, disponible en YouTube subtitulada en inglés— es más irónica que desternillante. Tiene un punto ingenuo y simpático; está lograda. El profesor llega un tanto despistado a la jefatura del Estado y tendrá que fajarse con una camarilla de políticos, espías y oligarcas que confiaba en manejarlo. El presidente que encarna Zelenski —visitado en sueños o alucinaciones por Abraham Lincoln, Julio César o el Che Guevara— va imponiendo poco a poco su estilo. Obliga a la austeridad a sus altos cargos: nada de limusinas ni de mansiones, despídanse de esa tropa de asesores de asesores. Él mismo se sube al autobús o se mueve en bicicleta en vez de usar el coche oficial. Su propio padre quiere aprovecharse de su posición y le para los pies. Se rodea de un grupo de amigos fieles, incluida su exmujer, a los que los poderes fácticos tratan de sobornar sin éxito. Hay un mensaje contundente contra la corrupción y contra esa casta parasitaria que maneja los hilos del país. Una narrativa con tintes populistas, vale, pero que conectó con un pueblo que venía de montar la segunda revolución en una década y no quería verse traicionado otra vez.
Hay escenas que resuenan hoy. Ante un tumulto entre los diputados del país cuando iba a dirigirse a la Cámara, el presidente grita: “Putin ha sido derrocado”. Se hace el silencio y admite: “Era broma, solo para que paréis”. En otro episodio, recibe la llamada de Angela Merkel para felicitarle por el ingreso de su país en la UE, lo que le enorgullece… pero era un error, porque la canciller alemana en realidad quería llamar al presidente de Montenegro.
El programa, de la productora Kvartal 95, del propio Zelenski, y emitido por el canal privado 1+1, propiedad del oligarca Ígor Kolomoiski, ganó para su autor la imagen de tipo idealista y honesto, si acaso demasiado inocente. Su partido político adoptó el mismo nombre que la serie: Servidor del Pueblo. Se puso en cabeza en la primera vuelta de las presidenciales, con un 30% del voto; en la segunda vuelta arrasó.
El régimen de Vladímir Putin podía presumir de su arte en la manipulación masiva en redes, que tantos éxitos le ha dado hasta ahora. Pero Zelenski le está ganando de largo lo que llaman la batalla del relato. El mundo ve a un Putin paranoico y atrincherado tras mesas larguísimas —salvo cuando se reúne con azafatas—, y soltando discursos amenazadores, mientras el líder ucranio aparece vestido de verde oliva, es cercano a su gente, se graba selfis para Twitter y TikTok, da discursos emocionantes para los grandes parlamentos sin mirar un papel, y se niega a exiliarse como seguramente esperaba el Kremlin. Se ha crecido. Nadie espera que se rinda ahora. Está por ver que sus habilidades comunicativas, muy aptas para la sociedad del siglo XXI, vayan a salvar su país, su silla o incluso su vida. Así son las guerras hoy, híbridas entre lo virtual y lo real. Es lo real lo que hiere y mata. Pero la comunicación es también un arma poderosa.
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