Los Acuerdos de Abraham de 2020 para la normalización de relaciones entre Israel y varios países árabes empiezan a dar frutos. Los ministros de Exteriores de Emiratos Árabes Unidos (EAU), Baréin, Marruecos y Egipto se reúnen este domingo en un kibutz (granja colectiva) del sur de Israel con el jefe de la diplomacia israelí, Yair Lapid, y el secretario de Estado de EE UU, Antony Blinken, quien ha iniciado una gira diplomática por Oriente Próximo y el Magreb. El cónclave sin precedentes, que se prolongará hasta el lunes en un lujoso hotel del desierto del Negev, viene marcado por la inquietud que suscita en la región la reactivación del acuerdo nuclear con Irán, suscrito por Washington en 2015 y suspendido tres años después bajo la presidencia del republicano Donal Trump, que la Administración del demócrata Joe Biden se dispone a pactar con Teherán.
Blinken se ha apresurado a garantizar en un primer encuentro bilateral en Jerusalén con el israelí Lapid el “compromiso inquebrantable” de Washington para impedir que Irán se dote del arma atómica y a hacer frente a sus amenazas. El secretario de Estado aseguró que el regreso al acuerdo de 2015 “es la mejor manera de volver poner bajo control el programa nuclear de Irán”.
La Administración de Biden se desentendió en un principio de los Acuerdos de Abraham suscritos en el tramo final de la presidencia de Trump —gracias a la mediación de la Casa Blanca— por el Estado judío con Emiratos, Baréin, Marruecos y Sudán. Ahora trata de sacar partido, empero, de la normalización de relaciones diplomáticas de Israel con países con los que estuvo enfrentado a causa del conflicto palestino. Blinken anunció a Lapid en una conferencia de prensa conjunta que Washington confiaba en “atraer a otros Estados” a los Acuerdos de Abraham.
Para Israel, el establecimiento de estrechas relaciones de cooperación económica y militar con países árabes sin vincularlo al reconocimiento de un Estado palestino –como prevé el plan de paz saudí, aprobado por la Liga Árabe en 2002– representa la culminación de una estrategia diplomática de décadas. El ministro Lapid no ha vacilado en tildar de “histórico” el cónclave. La amenaza compartida con los israelíes que representa el despliegue regional de Irán y sus aliados chiíes —como la milicia libanesa de Hezbolá y los rebeldes hutíes de Yemen— ha relegado la cuestión palestina a segundo plano en las cancillerías de los países suníes.
El secretario de Estado fue recibido también por el primer ministro israelí, Naftali Bennett, quien está actuando como intermediario entre los presidentes de Rusia, Vladímir Putin, y Ucrania, Volodímir Zelenski, “en estrecha coordinación” con EE UU, aseguró Blinken. Washington busca en Oriente Próximo el respaldo a las posiciones occidentales en la guerra de Ucrania tras no haber logrado que Israel y los países del Golfo secundasen las sanciones económicas a Rusia, que cuenta un una importante presencia militar en Siria. Bennett mantuvo su reserva sobre su papel mediador entre Moscú y Kiev, pero fue mucho más explícito al expresar la preocupación de Israel o sus socios árabes ante “la intención [de Washington] de sacar de la lista de organizaciones terroristas al Cuerpo de la Guardia Revolucionaria de Irán”, como consecuencia del acuerdo nuclear con Irán.
En Jerusalén, Blinken se limitó a reclamar a Israel la “mejora tangible de las condiciones de vida” de los palestinos de Cisjordania y la franja de Gaza y a invocar, como cláusula de estilo, “el objetivo de alcanzar una solución negociada basada en dos Estados”. Pero instó, además, al Gobierno israelí a evitar medidas que puedan disparar la tensión, como frenar la expansión de los asentamientos y la violencia de los colonos hacia los palestinos y detener los desalojos de viviendas palestinas en Jerusalén Este. Posteriormente, se trasladó a la cercana Ramala, sede administrativa de la Autoridad Palestina, para entrevistarse con el presidente Mahmud Abbas y reunirse con representantes de la sociedad civil palestina.
El Departamento de Estado ha recalcado que el jefe de la diplomacia estadounidense reitera el compromiso de su país “con la solución de los dos Estados”, informa María Antonia Sánchez-Vallejo. En la página web del Departamento que dirige Blinken se publicó el sábado un memorando sobre la ayuda prestada a los palestinos. Desde abril de 2021, Washington ha proporcionado más de 500 millones de dólares (457 millones de euros), incluidos más de 417 millones en asistencia humanitaria para la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA, por sus siglas en inglés). La última guerra en la franja de Gaza, en mayo pasado, obligó al presidente Biden a reescribir su hoja de ruta hacia Israel para impulsar la reconstrucción del enclave palestino.
En otro memorando relativo a la relación bilateral con Israel, el Departamento de Estado recuerda que el vínculo nunca ha sido más fuerte que ahora, como demuestra, entre otros asuntos, el claro apoyo de Washington a los Acuerdos de Abraham y la ayuda de 1.000 millones de dólares concedida para recargar con cohetes interceptores del sistema antimisiles Cúpula de Hierro. EE UU ha ido dejando progresivamente de ejercer como potencia hegemónica en Oriente Próximo para centrarse en la rivalidad con China, en el Pacífico, y ahora con Rusia, en Europa. La gira de Blinken parece rectificar en parte esta deriva.
Ausencia de la cuestión palestina en el cónclave
Jordania, que mantiene relaciones con el Estado judío desde 1994, no tiene previsto asistir al cónclave del desierto del Negev, a pesar de que la diplomacia israelí le ha sugerido participar, según informa la prensa hebrea. El ministro de Exteriores jordano acompañará el lunes, sin embargo, al rey Abdalá II en su anunciada visita a Ramala para reunirse con el rais Abbas. La mitad de la población jordana es de origen palestino, y el Gobierno de Amán suele actuar con mucho tiento en una materia que es considerada como un asunto interno. Al igual que EE UU, Jordania trata de impedir que se dispare la tensión en los territorios palestinos ante el próximo inicio del Ramadán en abril. La escalada de la violencia —en Jerusalén Este en particular— dio paso hace un año a un conflicto armado entre Israel y las milicias islamistas de Gaza.
La efervescencia diplomática que vive Oriente Próximo en los últimos días es patente. El pasado martes se dieron cita en Sharm el Sheij, en la península del Sinaí, el presidente de Egipto, Abdelfatá al Sisi; el primer ministro de Israel, Naftali Bennett, y el gobernante de facto de Emiratos Árabes Unidos, el príncipe Mohamed Bin Zayed. Al Sisi y Bin Zayed volvieron a reunirse del viernes, esta vez con el rey Abdalá y el primer ministro iraquí, Mustafá al Kadhemi, en la ciudad jordana de Áqaba, también a orillas del mar Rojo. Un comunicado oficial calificó de “consultivo” el encuentro. Simbolizaba un espaldarazo a Jordania frente a las presiones de Israel y EE UU, aireadas por la prensa hebrea, para que acudiera este domingo al cónclave del kibutz de Sde Boker, donde se halla la tumba de David Ben Gurion, primer jefe de Gobierno del Estado judío.
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