Heinrich Himmler y, detrás, su masajista Felix Kersten.
La intimidad con Heinrich Himmler no te da de entrada buena prensa. El médico estonio nacionalizado finlandés y luego sueco Felix Kersten (1898-1960), considerado en su tiempo un fisioterapeuta excepcional gracias al método sanador aprendido de un maestro chino educado en un monasterio tibetano, fue el masajista privado del jefe de las SS desde 1939 y de las numerosas sesiones, más de 200, con tan complicado paciente (y decir complicado es quedarse corto) extrajo una serie de conversaciones que tradicionalmente han sido vistas con la ceja alzada por la mayoría de los historiadores. En ellas, según Kersten, Himmler, más relajado que de costumbre (es lo que tiene desprenderte del uniforme negro y con calaveras de Reichsführer, la daga y las botas), hablaba a calzón quitado, como se suele en esas circunstancias, y contaba cosas que oírlas en condiciones normales te hubieran llevado directamente a las peores direcciones de la Prinz-Albrecht-Strase. Kersten se atribuyó haberse ganado la confianza de Himmler y haberla aprovechado para salvar a numerosas víctimas de los nazis. El papel exacto del masajista de Himmler, un personaje en verdad sorprendente, ha sido siempre muy discutido, pero ahora un libro del historiador francés célebre especialista en el III Reich François Kersaudy (El médico de Himmler, Taurus, 2022) le reivindica absolutamente como un individuo excepcional que “nos reconcilia con el ser humano” y que habría salvado innumerables vidas, más incluso que rescatadores tan famosos como Oskar Schindler o Raoul Wallenberg.
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Kersaudy, de 72 años, muy conocido también por sus trabajos sobre De Gaulle y Churchill (que le ha valido una Orden del Imperio Británico, OBE), tiene claro el porqué de las suspicacias con Kersten, del que Pasado & Presente publicó en 2017 Las confesiones de Himmler y sobre cuya vida se ha dibujado un cómic, Kersten, el médico de Himmler, de Perna y Bedouel (Ponent Mon, 2020) . “Escribió cuatro libros de memorias y sólo los dos primeros son fiables, pero están en sueco y holandés y los historiadores nunca los citan porque no los han leído”, señala en una entrevista en Madrid. “Los historiadores ingleses sólo leen en inglés y los más valientes en alemán, pero los dos libros de Kersten en esos idiomas no valen nada. Necesitaba dinero y los editores le hicieron publicarlos en forma de diario, cuando él nunca escribió un diario. Dada su relación íntima con Himmler, la Gestapo estuvo vigilándolo seis años y hubiera sido muy peligroso llevar un diario, lo que tenía eran notas tomadas tras cada tratamiento, a lápiz, muy rápido, y que luego escondía en la bodega de su finca. Esas notas fueron la base de sus dos primeros libros de memorias y son bastante fiables. Ciertamente siempre tenía la tentación de añadir un poco de mito, pero eso está en todas las memorias, como en las de Churchill y De Gaulle. El trabajo del historiador consiste entonces en diferenciar entre mito y realidad. En las memorias todo el mundo se atribuye más importancia. Excepto quizá De Gaulle, que creía que lo único importante era Francia”. Pero Francia era él. “Sí, eso es cierto”, ríe el historiador.
El historiador francés añade que ha contribuido a confundir el testimonio de Kersten la novela que hizo sobre él Joseph Kessel, Les mains du miracle (1960). “Kessel lo conoció y con lo que le contó escribió una novela, que es estupenda, pero en la que es complicado dilucidar qué hay de verdad y qué es invención”. Sea como sea, recalca el historiador, “hay muchos testigos de las cosas que escribió, lo que dijo Kersten puede comprobarse con otros testimonios y con trabajo, de hecho, estaba obligado a decir la verdad porque había muchas personas que sabían lo que había ocurrido, diplomáticos, militares, agentes secretos… y no lo negaron. Además, en los archivos holandeses y suecos hay informes de investigación y correspondencia diplomática que confirman lo que hizo Kersten. Si todo no es verdad, se aproxima mucho”.
Felix Kersten, en el centro, entre Sepp Tiefenbacher y Himmler.
Kersaudy reconoce que algunos diálogos “no podemos saber si son exactos”, pero el masajista “tenía muy buena memoria”. Otra cosa es si Himmler era una fuente muy fiable. “Bueno, Himmler era el loro de Hitler, la voz de su amo, y muchas de las cosas que le contó a Kersten son comprobables porque el propio Hitler las estaba diciendo en el mismo momento. Himmler muchas veces repetía exactamente lo que había oído decir a Hitler el día antes. Estaba muy subordinado. Incluso se ponía firme cuando el jefe le llamaba por teléfono”. El historiador cree que el masajista no se inventó lo que anotó, “sería muy extraño que después de haber oído hablar a Himmler 200 veces hubiera escogido inventarse lo que le dijo”.
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Sin embargo, chocan algunas de esas conversaciones, en las que Himmler explica a su “Buda mágico” ―era grande y muy gordo― cosas de las que estaba terminantemente prohibido hablar y Kersten se permite decir otras sorprendentes al Reichsführer. Por ejemplo cuando el masajista le señala lo fácil que le sería a Himmler enviar una división de las Waffen-SS a Berchtesgaden y “el Führer será usted”. O cuando le exhorta a no matar más judíos (!). O la despedida final del líder de las SS en que le pide al masajista con lágrimas en los ojos que no piense mal de él (!!). Parece todo un poco inverosímil. “Hablaba de temas prohibidos públicamente, pero estaba con su masajista en la intimidad, en la privacidad de la consulta médica. Himmler creía morir cada vez que tenía uno de sus dolores de estómago y entonces Kersten era su salvador. Pero no le confió todo, no le dijo lo que pasaba en los campos de exterminio. Eso lo descubrió el propio Kersten. En muchas otras cosas se confiaba porque el alivio tras el tratamiento era tan grande que pensaba en voz alta”. Himmler quedaba tan satisfecho que quiso hacer a Kersten miembro de las SS con el rango de coronel para tenerlo en exclusiva. El masajista declinó educadamente, pero a cambio, desde 1940, empezó a pedirle que intercediera por algunas personas. Y no le cobraba.
Las fobias de Hitler
¿El método de Kersten era tan bueno? “Terapia fisioneuronal. No es un simple masaje, es fisioterapia. Iba en profundidad para eliminar obstáculos del sistema sanguíneo. Además, Kersten tenía un sentido particular, unos dedos muy sensibles. No era para nada un charlatán, tuvo muchos y muy buenos maestros, luminarias de la medicina, y al famoso doctor Kô”. Sin duda ha sido la única persona que ha puesto las manos sobre Himmler y Greta Garbo, a la que trató, como a numerosos artistas -Grace Kelly solicitó tratamiento pero canceló la visita-, empresarios y a varios miembros de la familia Rothschild, después de la guerra en París. “Sí, sí, sin duda”. Himmler lo recomendó a Rudolph Hess, al que también trató (y al conde Ciano), pero no a Hitler. “Eso le salvó la vida. Si Hitler hubiera sabido de la existencia de Kersten y su relación con Himmler, y los favores que pedía, lo hubiera hecho eliminar. Hitler desconfiaba de los médicos y los temía, como Stalin y Putin. Himmler una vez le pasó un dosier médico de Hitler a Kersten y le preguntó si podía hacer algo. El masajista se libró diciendo que no era de su competencia, que lo que Hitler necesitaba era un psiquiatra”.
Kersaudy recuerda que Hitler, como aparecía en el informe, tenía muchas fobias, a los gatos, por ejemplo. “Hay una historia al respecto, que cuenta su enlace naval Von Puttkamer: un día Hitler entró en su despacho de la vieja cancillería y encontró un gato en su silla, un animal que tenían adoptado los criados, pues bien, Hitler se descompuso, empezó a dar golpes y a gritar que lo sacasen. Tardó dos horas en recuperarse. Igual le pasaba con los caballos. Y con los periodistas”.
El historiador recalca la privacidad del tratamiento de Himmler, del que estaban al corriente muy pocas personas. Subraya además que el “terrible Reichsführer era en realidad un hombre muy débil, un pequeño funcionario que pudo tener poderes inmensos pero era un tipo insignificante”. Y “creyó encontrar en Kersten a un amigo”. ¿Lo eran, amigos? “Por parte de Himmler sí, sin duda. Por la de Kersten no se puede hablar de amistad sino de fingimiento de amistad. Estaba obligado a tratar a Himmler. Intentó desvincularse en 1939 y 1940 pero los finlandeses lo necesitaban como agente en esa extraordinaria posición. Habla poco de eso, pero escribía informes regulares y le condecoraron”. ¿Había alguna pulsión homosexual en la relación de Himmler y Kersten? “¡Ah, no, ninguno de los dos era homosexual, al contrario, eran dos casanovas”. Kersaudy recuerda que Himmler dejó que fusilaran a su medio sobrino Hans por homosexual, para dar ejemplo.
¿Fue entonces Kersten un Schindler? “¡Mejor que Schindler!”, se exclama el estudioso. “Schindler salvó a mil judíos, Kerstein al menos a 300.000 personas, entre ellos 60.000 judíos. El problema es que como doctor de Himmler era sospechoso. Pero eso, estar tan cerca del poder, es lo que hizo que tuviera más éxito que Schindler o Wallenberg que estaban sobre el terreno: se podía hacer más en la cúspide”.
Por ejemplo, continúa Kersaudy, “en febrero de 1945 Hitler ordenó a las SS volar los campos con los prisioneros dentro, y Kersten convenció a Himmler de que diera la contraorden; antes de eso, las listas de Kersten ya eran tres veces las de Schindler, pero a partir de ahí sus salvaciones aumentan extraordinariamente. El Consejo Mundial Judío pensaba que era imposible rescatar a nadie y que no habría supervivientes de los campos, pero Kersten logró hacer cosas inverosímiles”. Al parecer llegó a chantajear al propio Himmler, un deporte de riesgo. “Sí, le amenazó con no tratarlo más. Himmler pensaba que se moría con esos calambres abdominales y por conservar a su médico desobedeció a Hitler”. A menudo Himmler le regateaba miserablemente el número de víctimas a liberar.
El historiador François Kersaudy.
Hay un episodio bastante deleznable en la vida de Kersten que es la falsificación de una carta supuestamente del conde Bernadotte a Himmler con comentarios antisemitas del diplomático sueco. “Kersten estaba fuera de sí, furioso con Bernadotte porque se había atribuido méritos suyos en la liberación de prisioneros de los nazis. La carta fue una bajeza y además un error porque la forma en que desapareció el conde, víctima de un atentado de los extremistas judíos en Israel en 1948 había provocado un complejo de culpa en los judíos y cualquier maniobra contra Bernadotte no podían permitirla. Kersten no fue considerado ‘justo entre las naciones’, pero Bernadotte tampoco”. ¿Lo merecía Kersten? “Salvó a 60.000 judíos, y se puede ser ‘justo entre las naciones’ habiendo salvado solo a uno. Me parece que 75 años después se podría reconsiderar. Simone Weil estaba en Bergen-Belsen y la salvó la contraorden de Himmler a petición de su masajista. Nunca supo que se salvó gracias a Kersten. Uno de sus tres hijos es el representante de Yad Vashem en Francia y tampoco sabe que está en el mundo gracias a él”.
MISTERIOS DEL III REICH
Kersaudy es un especialista en misterios del III Reich, ¿quedan algunos? “Muy pocos, hay muchos mitos que suprimir, como el de que Hess voló con una misión de Hitler, o que Hitler no murió en Berlín, un tema que sigue dando para dos o tres libros al año; pero verdades secretas apenas: qué ocurrió con la cámara de ámbar, o qué fue de Gestapo Müller”.
¿Le habría dado masajes Kersten a Otto Skorzeny?, por imaginar una escena peculiar. “No, Skorzeny era un hombre de Kaltenbrunner, que detestaba a Kersten, y este tenía buena relación con su rival en los servicios de inteligencia nazis, Walter Schellenberg. La de Skorzeny era otra clase de inteligencia. Era un hombre de acción, aunque su misión más famosa, el rescate de Mussolini, no fue éxito suyo y de las SS en realidad sino de los paracaidistas del general Student”.
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