¿Qué, cómo y quién compra ahora? El estado de la moda masculina en España


Uno de los productos estrella de la tienda online de Palomo Spain es un pantalón que se llama Ass-Air (un juego de palabras con “culo al aire” en inglés) y que cuenta con una peculiaridad. Además de la abertura frontal —la bragueta de toda la vida—, incorpora una botonadura trasera que permite un gesto inédito en la historia de la indumentaria masculina: dejar las nalgas al descubierto. “Aunando sexualidad, comodidad y estilo, estos pantalones son para aquellos que no temen llamar la atención”, reza la descripción de la tienda digital. Elaborados en sarga con botones dorados, cuestan 380 euros y, cada vez que salen a la venta en su tienda online, se agotan en minutos. “Nos los quitan de las manos”, asegura Alejandro Gómez Palomo, fundador de la casa y, en parte por golpes de efecto como este, el mayor prodigio mediático de la moda española.

En las antípodas de este fenómeno —al menos en principio—, el sastre Agustín García Montero tiene otro tipo de preocupaciones. Hasta la irrupción de la pandemia, parte de su calendario estaba marcado por los eventos sociales, ya que muchos hombres acuden a su sastrería —Serna, en Madrid— para encargar trajes a medida. Para casarse o para acudir a celebraciones. “Pero ahora las bodas están repartidas a lo largo de todo el año”, explica García. “Todas las que no se han celebrado en los dos últimos años ocurren hoy en cualquier momento. Antes, llegaba septiembre y los encargos se paraban. Pero nada de lo que sabíamos sirve ahora. En diciembre y enero, que son dos meses en los que no solíamos vender, el nivel de pedidos ha superado al de 2019″.

La incertidumbre no es fácil de manejar en un negocio que, como el de Serna, depende de unas pocas personas trabajando a mano. De este pequeño taller, uno de los más inquietos de la escena madrileña, salen unos 180 pedidos al año. Las fluctuaciones no vienen tanto dadas por el aumento desmedido de la demanda –el trabajo artesanal, a diferencia del industrial, no es fácilmente escalable– sino por el modo en que se distribuye esa demanda. Hasta que se estabilice, su trabajo seguirá marcado por cambios imprevisibles.

Un hombre posa con capa en Madrid en 1969.EFE

Estos dos casos dan una idea de la diversidad de variables que definen la industria de la moda de hombre en España, y de la diversidad misma de una oferta, y de una clientela, que hasta hace no mucho se percibía como monolítica e inmutable. En 2022 la moda española se mueve, más que nunca, entre la realidad, el deseo y alguna que otra sorpresa. De un lado, una nueva generación de diseñadores alineados con las preocupaciones globales (Palomo, por ejemplo, es uno de los finalistas del premio internacional que convoca cada año LVMH). Y de otro, los movimientos tectónicos que están transformando la forma de vestir de todos en medio del panorama sociopolítico más tempestuoso en décadas.

Según el último informe publicado por Acotex (Asociación Empresarial del Comercio Textil, Complementos y Piel), correspondiente al ejercicio de 2020 –el de 2021 se publicará este verano–, la distribución de la facturación en España por sectores otorga una cierta superioridad a la moda femenina sobre la masculina. En 2020, el textil para hombre supuso un 31,6% del total, frente al 35,7% correspondiente a la mujer. Siempre ha sido así. La tendencia histórica muestra que esta diferencia de cinco puntos se mantiene más o menos constante desde hace 20 años. El único factor que ha desestabilizado este equilibrio ha sido, por lógica pura, el auge del textil de hogar durante el confinamiento.

Si nos acercamos un poco más a los datos, la información ofrecida por las empresas del sector indica que, últimamente, la moda para hombre ha perdido valor relativo. Hay dos motivos: ha sufrido más el impacto de la pandemia y, tras el bum en la última década, muchas firmas se han centrado en potenciar nuevas líneas para mujer. “En los últimos cinco años el equilibrio se ha invertido. Hemos pasado de un 60% de moda para hombre y un 40% de moda femenina al contrario, y este avance se está acelerando con las nuevas marcas y el crecimiento en las colecciones de mujer”, explican desde Tendam, la empresa a la que pertenecen firmas con tanto predicamento en el armario de los españoles como Cortefiel, Pedro del Hierro y Springfield. “La pandemia ha acelerado este fenómeno porque el mercado de hombre es más sensible a los cambios de ciclo económico, pero en el ejercicio actual percibimos un regreso al crecimiento y a la recuperación en este segmento”, añaden.

Desfile de Palomo en Madrid, presentando su colección primavera-verano 2022. JUAN BARBOSA

También en Mango ven, tras el parón de los últimos años, un avance en la reincorporación de los hombres a la moda. “La moda masculina es uno de los segmentos que mostraba una mejor evolución antes de la pandemia, beneficiándose del cambio de hábitos del hombre y de su creciente preocupación por la indumentaria”, apuntan. “Pero en 2020, fruto del confinamiento y la desaparición de eventos sociales y laborales, el hombre fue la categoría que más se contrajo”. En Mango, que durante mucho tiempo fue una firma femenina, el hombre llegó en 2008. Hoy Mango Man representa el 10% de las ventas totales de la compañía. Y sus responsables apuntan a una tendencia: la casualización de la moda masculina. La relajación de los códigos. “Los trajes se continúan llevando, pero se utilizan de manera diferente”.

Con esta apreciación coincide García Montero, que también preside la Asociación Española de Sastrería. “Antes el 70% de nuestros pedidos eran trajes completos. Ahora, más de la mitad son pantalones y chaquetas de sport pensadas para llevarlas en conjunto o por separado”, explica. Si en Italia hoy se vende el 40% de corbatas que antes de la pandemia, en España el traje de oficina sufre una tormenta perfecta. El teletrabajo ha reducido su uso instrumental y la tendencia apunta no solo al sport tradicional –americanas, camisas, pantalones chinos o de vestir–, sino a la ropa deportiva o urbana: zapatillas, camisetas, sudaderas y otros superventas aupados por dos generaciones, la milenial y la zeta, con otra estética, otros valores y otra actitud ante la moda.

Lo sabe bien Luis Sans, cuya tienda barcelonesa, Santa Eulalia, es desde hace años la puerta de entrada a España para muchas de las firmas que lideran el ecosistema fashion. Desde esa posición, tiene una perspectiva privilegiada del hombre que compra lujo y tendencia en España: es más joven –empieza a consumir a los 14-15 años–, está informado, nunca acude a ciegas porque conoce al dedillo marcas y colecciones y, al contrario de lo que se suele pensar, no es únicamente turista. “Hay un público local considerable”, explica Sans. “Si lo comparamos con EE UU o Alemania, el porcentaje es menor, pero por una cuestión económica. Hablamos de chicos que tienen dinero y deciden dedicar una parte a esto”. En su tienda arrasan firmas de pasarela como Balenciaga, Valentino y Alexander McQueen. También marcas nativas del streetwear de altura, como Off-White o Palm Angels, casas emergentes como Jacquemus, Amiri y Casablanca, e iconos del lujo como Moncler. Y –otro tópico derribado– no solo compran camisetas con logos, sino vaqueros, sudaderas, prendas híbridas y, por supuesto, zapatillas. “La sneaker, para el hombre, se ha convertido en el equivalente al bolso en la mujer”.

Un modelo posa con creaciones de Duarte.

De esas explicaciones deriva otra conclusión: la casualización es real y no solo se da entre ese público cautivo de la tendencia –de entre 15 y 25 años–, sino también entre otros hombres que, durante la pandemia, han experimentado con una cierta relajación y, sobre todo, con otras formas de comprar. El ejemplo de Palomo Spain es patente: de su taller en Posadas, Córdoba, salen prendas que van desde camisetas serigrafiadas hasta una camisa fruncida y amplia –otro de sus éxitos– que retoma el patrón de la ropa interior del siglo XVII. A Palomo la estabilidad empresarial le ha llegado tras renunciar al cursus honorum que antes se le presuponía a toda firma internacional, y que pasaba por showrooms y tiendas multimarca en París, Londres, Nueva York, Tokio o Seúl.

En lugar de eso, el cordobés vende directamente a esos mismos mercados en su tienda online, a través de lanzamientos progresivos, por goteo –en el sector se conocen como drops–, que llegan a una audiencia global en la que hay desde coleccionistas que adquieren sus suntuosas colecciones al completo hasta fans que compran complementos o gafas de sol. Contar con un taller propio también es, para Palomo, una ventaja competitiva y una rareza en el panorama. La mayoría de las firmas independientes viven la búsqueda de proveedores como un via crucis. Para producir prendas en un taller externo hay un número mínimo de unidades por encargo. De ahí que la balanza acabe inclinándose hacia prendas más conservadoras.

El comercio electrónico favorece la audacia, como explica otro nombre en alza de la moda española, Carlos Duarte. Este empresario y diseñador portugués afincado en España, con años de experiencia en la producción textil para otras firmas, decidió fundar su propia marca en 2016. “En la moda para hombre hay dos tipos de comprador”, apunta. “El online compra lo que sea, cuanto más atrevido mejor, porque además es un cliente internacional. El que viene a la tienda suele buscar prendas básicas, como trajes, con el sello Duarte”. Otro nombre pujante, el catalán Archie Alled-Martinez, ha reducido la complejidad técnica de sus diseños –comenzó haciendo una sofisticadísima sastrería en tejidos de punto– para alcanzar la deseada viabilidad comercial. “Desde que empezamos a trabajar el proyecto comercialmente nos hemos dado cuenta de que un producto como la sastrería tiene un coste tan elevado que su recepción era complicada”, explica por correo electrónico. “En cambio, al incorporar a nuestra colección piezas más cercanas al merchandising, con un precio más asequible, que conservan el mensaje de la firma y sus valores, hemos recibido una aceptación sin precedentes”.

El torero Manolete en 1946, un icono de estilo por aquel entonces. Getty Images

Para el diseñador Manuel García, fundador de la firma García Madrid, la conquista de un público propio es lo primero. “Nosotros llevamos la sastrería al siglo XXI. Hemos aportado siluetas y colorido, pero somos una firma comercial que necesita vender para crear. No hacemos prendas exclusivamente para fotografiar”. La pandemia, cuenta, no ha introducido cambios significativos en sus colecciones, que siguen fieles a los cortes levemente entallados y reflejan una tendencia general hacia la ligereza. “El cliente pide prendas para las cuatro estaciones. Hemos eliminado las prendas muy pesadas para crear colecciones más duraderas”.

El viejo dilema entre crear moda y vivir de ella se traslada asimismo a la pasarela. En España no hay ninguna propiamente masculina. La Mercedes-Benz Fashion Week Madrid se inserta en el calendario internacional de mujer, pero incluye desfiles mixtos o de hombre, al igual que la iniciativa Madrid Es Moda, donde participan firmas como García Madrid, Oteyza o Duarte. La catalana 080 Barcelona Fashion incorpora firmas de hombre y genderless como Pablo Erroz, Eñaut o Júlia G. Escrivà. A su vez, Palomo Spain o Mans han organizado sus últimos desfiles fuera de calendarios oficiales.

“Hoy la moda masculina tiene más presencia que nunca en ACME”, asegura Pepa Bueno, directora de la Asociación de Creadores de Moda de España. En la última década, muchos diseñadores de menswear en España han dado sus primeros pasos en Allianz EGO, la pasarela emergente que se celebra en el marco de la MBFWM, tal y como recuerda su fundador e impulsor, Andrés Aberasturi. “En su día, en una pasarela oficial de mujer, sacar propuestas masculinas era todo un reto, por las limitaciones presupuestarias en aspectos como el casting, o por el hermetismo de una industria que parecía solo seguir un calendario oficial de moda masculina o femenina”, explica. “En todas las pasarelas del mundo hoy estamos viendo como esto ya no tiene sentido, ni es sostenible, ni tiene ya viabilidad ecológica”.

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