Marine Le Pen no parte como favorita en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia del domingo que viene. Pero ningún politólogo se atreve a descartarla. Por eso, por si acaso, los franceses (y los que no lo son) se preguntan cada vez más cómo sería un Gobierno de extrema derecha. Y en la esquina suroeste del país, entre los Pirineos y el Mediterráneo, hay una ciudad original y fronteriza, Perpiñán, de 120.000 habitantes, que tal vez guarde la respuesta.
El alcalde, Louis Aliot, de 53 años, vicepresidente de Reagrupamiento Nacional (RN, la formación de Le Pen), gobierna allí desde junio de 2020, cuando fue elegido con un 54% de los votos. Perpiñán es, de hecho, la mayor localidad francesa gestionada por este partido. Y lo lleva haciendo el tiempo suficiente como para dejar huella. Pero el que haya entrado aquí buscando emociones fuertes, que cambie de artículo: excepto una simbólica polémica por el escudo de la ciudad con san Juan Bautista de por medio, la vida ha cambiado poco en los últimos 20 meses, según cuentan ellos mismos.
La camarera de un buen restaurante pegado al Ayuntamiento que chapurrea el español y el catalán (aquí muchos conocen estos dos idiomas) cierra los ojos y arruga la boca en un gesto muy francés antes de responder a la pregunta del millón: “¡Oh!, aquí todo sigue igual. Un poco más de policía y de limpieza, y ya. Aunque a mí la política…”. Un hombre musulmán, en la plaza de Joseph Cassanyes, en el céntrico y depauperado barrio de Saint Jaques, asiste, precisamente, a un despliegue policial contra el tráfico de drogas. Y dice sin dejar de mirar: “Todo está muy tranquilo en Perpiñán, no pasa nada con Aliot. No hay nada contra los musulmanes. A lo mejor es una estrategia política para no asustar y que gane Marine”. Valentín Tubau, agente inmobiliario, de 22 años, votante del RN, coincide: “Aliot ha hecho un poco la política que se llevaba haciendo, ha incidido un poco más en la seguridad”. El domingo 24, Tubau votará de nuevo por Le Pen: “Es la que mejor defiende nuestro poder adquisitivo. Macron no hace más que contradecirse”. Un abogado anteriormente inmerso en la política municipal, y que ahora prefiere no dar su nombre, añade: “La verdadera noticia es que no ha habido ninguna noticia. Excepto lo de san Juan Bautista. Y debo decir que algunos de los que votaron por el RN —yo no— están desconcertados, y hasta decepcionados”. Y el mismo alcalde, en su despacho, rechaza la idea de que Perpiñán sea una suerte de laboratorio donde el RN experimenta cada mañana con la pócima del poder: “No, no, ¿tengo yo pinta de ratón?”. Y añade: “Como alcalde hago política cotidiana, y eso no es de derechas ni de izquierdas”.
El alcalde asegura que ha sacado más policía a la calle, que ha abierto más puestos policiales en los barrios en un intento de acercar los agentes a los vecinos. Pero también reconoce que no ha terminado con el tráfico de drogas en Saint Jacques. “Nosotros no podemos detener a nadie. Eso es la Policía Nacional”, matiza. Incide en el plano cultural: recuerda que ha mantenido abierta la conocida exposición de fotoperiodismo Visa pour L’image, que trató de que los museos abrieran durante la pandemia, cosa que le prohibieron los tribunales, y que ha montado en los centros municipales de los barrios la “Reconquista Republicana”, que consiste en enseñar a todo el que quiera, entre otras cosas, las leyes francesas o el funcionamiento del Ayuntamiento. “Todo lo que un ciudadano debería conocer y que muchos no conocen”, explica. Nada, pues, muy revolucionario.
El nuevo escudo
Como toda ciudad de frontera, Perpiñán ha sufrido y se ha beneficiado de los arreones históricos, y eso ha conformado su personalidad híbrida y mestiza. A una veintena de kilómetros se encuentran las playas donde se instalaron los campos de refugiados para los soldados republicanos tras dar por perdida la Guerra Civil; no muy lejos se encuentra Colliure y el pequeño cementerio donde fue enterrado Antonio Machado. A Perpiñán llegaron muchos de los franceses expulsados de Argelia cuando esta se declaró independiente; y también muchos de los argelinos que lucharon por Francia y que tuvieron que abandonar su tierra para siempre.
En las callejuelas en cuesta del barrio de Saint Jacques, uno de los más pobres del país, vive, desde hace siglos, en casas que se caen a pedazos, una comunidad gitana que habla un catalán con entonación francesa y poblado de arcaísmos. En Perpiñán el paro roza el 12%, bastante más que la media francesa (7,4%). Y en el centro los comercios cierran y los pisos se vacían. Junto a los restaurantes franceses hay restaurantes con nombres catalanes que sirven paella, patatas bravas y calamares a la andaluza. Es la capital de la Cataluña francesa y, sobre todo, una ciudad mediterránea que, aunque mantiene sus horarios franceses de comidas, reivindica su costado catalán y español.
De ahí que la cuestión del escudo, pese a todo, tenga su importancia. Hace meses, el alcalde Aliot anuló el antiguo, ideado por un regidor anterior. Representaba la torre de un castillo e iba acompañado de la frase: “Perpiñán la catalana”. Aliot sustituyó todo esto por la figura un san Juan Bautista melenudo caminando hacia delante, bajo un fondo de franjas rojas y amarillas. El santo lleva en una mano un báculo y en la otra un corderito. Por detrás de su cabeza resplandece el halo divino. El lema de la ciudad es ahora ”Perpignan la raionnante” (Perpiñán la radiante o la luminosa). Aliot recuerda que lo que ha hecho es, simplemente, actualizar el viejo escudo histórico de siglos atrás. Y argumenta que “Perpiñán la catalana” resulta una redundancia. “No se dice Gerona la catalana, ¿no? Pues esto es igual. La luminosa acerca más al carácter mediterráneo”.
El alcalde que ideó el símbolo depuesto, Jean Paul Alduy, de centroderecha, rigió la ciudad desde 1993 a 2009. Sostiene, como tantos otros en la ciudad, que Aliot adopta en Perpiñán medidas normales de derecha o de centroderecha pero que, de vez en cuando, emite algunas señales políticas de extrema derecha que pueden servir de aviso. No son muchas, ni son llamativas, pero, según Alduy, pueden dar pistas de lo que llegará si Le Pen vence: “Esto del escudo, por ejemplo, es una de estas señales. Adiós a la identidad catalana. Es un escudo antiguo, religioso, que mira al pasado. Es un escudo propio de la época de Pétain”.
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