La estrategia del Reagrupamiento Nacional (RN) está aún por definir, pero la meta es clara: convertir a la extrema derecha, la segunda fuerza de Francia en votos, en la segunda potencia política y el partido de oposición al nuevo mandato de Emmanuel Macron. Este es un objetivo que no ha logrado hasta ahora pese a contar, desde hace años, con una base sólida de electorado que ha crecido de forma progresiva.
Su líder, Marine Le Pen, sumó 13 millones de sufragios en la segunda vuelta presidencial del domingo. ¿Dónde está el problema? Eso es lo que debe analizar ahora el partido ultra que —al igual que la izquierda— quiere transformar las legislativas de junio en una “tercera vuelta” de las presidenciales, cuyos resultados definan quién tendrá de verdad el poder los próximos cinco años. En este análisis, nadie, ni siquiera los más cercanos a la jefa del partido, excluyen ya la posibilidad de que el futuro del RN sea un futuro sin un Le Pen al frente.
La afirmación de Marine Le Pen de que habían obtenido un resultado “brillante” (aunque fuera insuficiente para batir a Macron e instalarse en el Elíseo), no era un mero intento de maquillar la derrota. Con 13,2 millones de votos, Le Pen recibió el 41,5% de los sufragios. Son 2,6 millones de votos más que en 2017, cuando obtuvo el 33,9% de los votos. Y son muchísimos más que el magro 18% que su padre, Jean-Marie Le Pen, consiguió tras clasificar a la extrema derecha por primera vez para la final de unas presidenciales, en 2002.
Son muchos votos, pero insuficientes. Y tampoco han bastado en ocasiones anteriores. Porque el principal problema del RN —para alivio de quienes ven con inquietud su incremento en votos— es que, pese a sus avances, todavía no puede proclamar que es capaz, realmente, de gobernar. El mayor batacazo se lo dio en las regionales de 2021. A menos de un año de las presidenciales, la cita era crucial para demostrar no solo su capacidad en las urnas, sino que era capaz de gobernar una región. Y creyó poder hacerlo por fin en una, la de Provenza-Alpes-Costa Azul (PACA, por su acrónimo francés) donde tiene un buen granero de votos. Pero salió con las manos vacías. Una vez más. Tampoco ha logrado, en todos estos años, gobernar ninguna ciudad importante. La única de más de 100.000 habitantes en manos del RN es Perpiñán. Y ahí, este domingo, también se impuso Macron, con el 52% de los votos, frente al 47,9% de Le Pen.
Tras la nueva decepción de las presidenciales, Le Pen ha lanzado la nueva “batalla”, las legislativas de junio que, al igual que la izquierda, ve como una “tercera vuelta” que le permita controlar, vía la Asamblea Nacional, el poder de Macron en el Elíseo. Pero esta es otra contienda de la que el RN jamás ha salido victorioso hasta la fecha. En sus casi cinco décadas de existencia, el partido de extrema derecha solo ha logrado una vez, entre 1986 y 1988 —cuando aún se llamaba Frente Nacional, lo dirigía Jean-Marie Le Pen y el escrutinio era proporcional, y no como ahora mayoritario en dos vueltas— formar grupo propio, con 32 diputados.
En 2017, pese a que Le Pen hija logró clasificarse por primera vez para la segunda vuelta de las presidenciales, en las legislativas que siguieron no obtuvo más que ocho diputados, uno de ellos ni siquiera afiliado al partido. La cifra de escaños, que acabó reduciéndose a siete después de una deserción en plena legislatura, era tan pequeña que ni siquiera pudieron formar grupo propio. Los diputados, entre ellos la propia Le Pen, se sientan con los “no inscritos”, incluidos algunos exmacronistas.
¿Puede Marine Le Pen seguir dirigiendo un partido que no logra trasladar los votos en poder? Aunque hablar de RN sin un Le Pen al frente ha dejado de ser un tabú, y la propia Marine ha dado a entender que no buscará un cuarto intento presidencial, sus principales dirigentes han dejado claro que el tema de un eventual relevo en la cúpula no está en discusión, al menos hasta que pasen las legislativas.
Otros no tienen tantos reparos en cuestionar ya su liderazgo. “No, no es una victoria brillante, hay que dejar de decir estupideces. Se llama derrota. Una derrota más honorable que hace cinco años, pero una derrota, al fin y al cabo”, criticó este lunes Robert Ménard, que aunque no es miembro del RN, es alcalde de Béziers con el apoyo de esta formación. También el ultra Éric Zemmour, que pidió el voto para Le Pen en la segunda vuelta y que ahora ha llamado al RN a unir fuerzas de cara a las legislativas para formar un bloque de derechas, atacó la línea de flotación de Marine. “Es la octava vez que un Le Pen es derrotado”, ha recordado en referencia a las cinco candidaturas fallidas de Le Pen padre y las tres de la hija.
Marine Le Pen aseguró el domingo que no piensa tirar la toalla. “Más que nunca, continuaré mi compromiso por Francia y los franceses”, prometió. Uno de sus confidentes, el alcalde de Fréjus, David Rachline, ratificaba minutos después: “Ha dicho que estará a la cabeza del combate y habrá que contar con ella en los próximos años”.
Pero pasado el ardor de la primera reacción, las respuestas de su entorno empiezan a ser más matizadas.
“Claro que va a continuar el combate… de una forma u otra”, declaró este lunes su número dos, Jordan Bardella, antes de una reunión del partido. Le Pen rechazó hablar. Pero según la cadena BFMTV, ha decidido dar un primer paso simbólico: aunque buscará ser de nuevo diputada, no recuperará al menos hasta septiembre la presidencia del RN, que dejó durante la campaña en manos de Bardella. Alguien en quien, pese a su juventud (tiene 26 años), muchos ven el futuro más inmediato de un partido que ha logrado estos últimos años quitarse muchos fardos, pero no el que quizás más le pesa todavía: el apellido Le Pen.
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