En dos meses se ha invertido la correlación de fuerzas. Nadie daba un duro por Zelenski el 24 de febrero, ni apostaba por una guerra en la que Putin sufriera tantos reveses. Muchos esperaban un rápido desenlace que permitiera abrir la negociación de las cesiones ucranias, mantener los flujos de gas y petróleo y levantar incluso parte de las sanciones.
La oferta de Washington a Zelenski para que se subiera a un avión y abandonara el país tenía dos caras: una humanitaria y otra maquiavélica. Pero el presidente ucranio jugó bien y con coraje sus cartas. Su decisión de mantenerse en el puesto de mando fue su primera victoria, obtenida contra casi todos, especialmente los más propensos al apaciguamiento.
Mientras la columna infernal de Putin bajaba desde Bielorrusia hacia Kiev, en la capital cerraban las embajadas y muchos periodistas se iban a Lviv. Como si Ucrania fuera ya un Estado fallido, con milicias populares descontroladas por las calles, las cárceles abiertas y las armas llegadas del extranjero en el mercado negro, a punto de caer en un santiamén en manos de Putin.
Ni uno solo de los malos augurios se cumplió. Dos meses después, Zelenski es la estrella de la política internacional. Hacen cola los mandatarios y primeros ministros para fotografiarse con él, previamente advertidos sobre la imprescindible aportación en equipos militares o en sanciones a Rusia que debe acompañarles. Incluso puede permitirse exigencias y reproches a quienes se declaran amigos de su país sin comprometerse a fondo.
Ucrania ya ha ganado la partida como nación democrática, europea y soberana, todo lo que Putin quiere destruir. La ganó en la severa derrota infligida a las tropas rusas en los suburbios de la capital y la sigue ganando con cada gesto de normalidad en Kiev como capital del país. Solo faltaba la llegada el pasado domingo en tren desde Varsovia de dos pesos pesados de la Administración de Biden (el secretario de Estado Antony Blinken y el de Defensa, Lloyd Austin) y la reunión posterior en Ramstein con ministros de Defensa de 40 países para organizar el suministro de armas.
Para ganar hacen falta determinación —Ucrania la tiene toda— y armas —Ucrania no tiene y depende de las que le manden los aliados—. De ahí el mensaje contundente de la coalición internacional constituida en Ramstein, la más amplia desde la que organizó Bush padre para liberar Kuwait en 1990: Ucrania quiere vencer, y sus amigos quieren que venza, y para tal fin harán todo lo que está en sus manos en apoyo logístico, suministro de armas y entrenamiento de sus militares.
No debe extrañar la respuesta del Kremlin: misiles contra estaciones y líneas de tren, para advertir a los visitantes y obstaculizar los suministros; corte del gas a Polonia y Bulgaria, para amenazar a todos los europeos, y declaraciones incendiarias del ministro de Exteriores Lavrov, que dan plausibilidad a un golpe nuclear y a la Tercera Guerra Mundial. Con las fuerzas más repartidas de lo que se creía al principio, está claro que esta guerra va para largo.
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