Este sábado termina la 76ª edición del Festival de Cine de Cannes, un evento que se ha hecho mundialmente famoso por su alfombra roja, y por el despliegue de celebridades que cada año pasan por allí subiendo esas afamadas escaleras.
Y, aunque en el ideario colectivo este festival es sinónimo de glamour, lo que la mayoría desconoce es que, gracias a las secciones paralelas del festival, Occidente ha descubierto -por ejemplo- el cine asiático.
También el festival ha sido una incubadora de directores que, por su ecléctica estética, no encajaban dentro del circuito comercial, y que gracias a aquél, encontraron su sitio; algunos de ellos tan mundialmente conocidos como Almodóvar, Fellini, Visconti, Buñuel, Wenders, Sodebergh, Wong Kar Wai, Kustorica, Lars Von Trier, y Tarantino, entre otros.
Tengo la fortuna de vivir en Madrid, y contar con un circuito de salas que ofrecen este otro tipo de cine que se aleja de lo convencional, es decir, de los efectos especiales, los doblajes, o los actores de Hollywood. Este cine nos permite descubrir (sin presupuestos millonarios) historias, sentimientos, países, culturas, directores, entonaciones, idiomas, etc; en pocas palabras, el valor de lo diferente.
Y, aunque soy una romántica empedernida del cine, no puedo dejar de ver la realidad. Y es que, las salas de cine no comercial son una especie en vías de extinción. Solo basta con ver la edad promedio de los espectadores (+50 años), y comprobar que, a menos que la película haya tenido alguna publicidad en medios, la asistencia es muy baja.
Por otro lado, las grandes salas de cine que exhiben películas del tipo súper héroes prefieren invertir en alimentación, productos de merchandising y eventos, ya que es de allí de donde provienen sus ganancias.
Todo esto ocurre mientras los más jóvenes consumen videojuegos, series y películas en plataformas, que lo único que promueven es el individualismo (cada uno con su pantalla), la soledad, y el consumo de imagen on demand. Plataformas que únicamente sugieren contenidos en respuesta a los gustos del usuario, impidiéndole descubrir otras opciones. Para estas generaciones, ir al cine depende en gran medida de la espectacularidad de los efectos especiales, o de la promoción de la película.
Y como todo, la era digital también ha cambiado las reglas de este arte, y ahora se pueden ver películas hechas con móviles, por personas de la calle, y que se estrenan a través de sitios como YouTube. Estos nuevos formatos se alejan de la industria del cine, que por sus tiempos, presupuestos y organización, no puede competir con alguien que hace una película en una semana, sin actores profesionales, sin equipo y sin localizaciones.
Sin embargo, este año ha sucedido un hecho muy significativo: el festival se ha asociado con TikTok, una red de contenidos cortos que permite crear y editar videos a sus usuarios, que generalmente son adolescentes dispuestos a hacer lo que sea para obtener el tan anhelado like.
Además, se ha creado un concurso dentro del propio festival, llamado #TikTokShortFilm, en el que se podrán presentar cortometrajes de hasta tres minutos, realizados con el móvil y sin ningún recurso técnico adicional.
¿Permitir que TikToK esté en el festival de Cannes, no es aceptar que el cine, tal como lo conocemos, puede desaparecer? ¿Es TikTok el futuro del cine?
No creo que el cine desaparezca completamente, pero sí aventuro que terminará siendo un lujo como lo es la ópera, un buen vino, o los discos de vinilo. Será una industria vintage
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