La casa de la Conferencia de Wannsee en la actualidad.A.Savin (WikiCommons)
A principios de 1942, un grupo de jerarcas nazis se reunió en una mansión de Wannsee, en Berlín, para planificar el asesinato sistemático de judíos, la llamada “Solución final”. Ochenta años después, se encuentran allí este jueves familiares de víctimas del nazismo y del terrorismo de Estado en Latinoamérica con descendientes de condenados por delitos de lesa humanidad que repudian el accionar de sus familiares. Juntos buscan sumar voces contra el negacionismo y fortalecer la memoria para que esos crímenes no se repitan nunca más.
“La responsabilidad por la memoria no es sólo de las víctimas, es de todos”, dice por teléfono Héctor Shalom, director del Centro Ana Frank de Buenos Aires y organizador del encuentro Sumando Voces. Quienes sobrevivieron al horror no tardaron en agruparse para poder compartir lo vivido, al igual que los seres queridos de aquellos que fueron asesinados o desaparecidos. Pero el repudio social se ha ido nutriendo con el paso de las décadas de otros actores, entre ellos algunos impensados, como familiares de secuestradores, torturadores y asesinos de estos regímenes.
Su unión pretende combatir los discursos de odio y el auge de ideologías de ultraderecha tanto en Europa como en América Latina que minimizan el terrorismo de Estado. “Parece que estos crímenes quedaron en el pasado, pero es una disputa que hay que seguir dando porque en medio de la crisis los discursos fascistas están recuperando fuerzas”, advierte Victoria Montenegro, legisladora de Buenos Aires y nieta recuperada por Abuelas de Plaza de Mayo.
En 1976, Montenegro era una bebé de apenas dos semanas cuando fue secuestrada junto a su padre Roque Orlando Montenegro y su madre Hilda Ramona Torres durante un operativo militar en la periferia sur de la capital argentina. Roque fue víctima de uno de los vuelos de la muerte que usó la dictadura para deshacerse de los cuerpos de los secuestrados, Hilda sigue desaparecida, pero su hija vivió los primeros 24 años de su vida sin conocer su verdadera identidad. Creyó que sus apropiadores, el coronel Hernán Antonio Tetzlaff y su esposa María del Carmen Eduartes, eran sus verdaderos padres, hasta que un test de ADN le reveló la verdad: era uno de los cerca de 500 nietos buscados por las Abuelas de Plaza de Mayo.
A Montenegro le llevó años asumir su verdadera identidad, en un proceso que califica como “largo y difícil”, y respalda la aparición de familiares de perpetradores como “una nueva voz que se suma a la lucha de los derechos humanos”. “Son hijos, sobrinos, que deciden separarse de la historia familiar y construir una propia, muy lejos de los crímenes perpetrados por sus familiares”, asegura.
Entre las primeras en dar ese paso en Argentina estuvieron Mariana Dopazo, quien hoy se define como exhija del torturador fallecido Miguel Etchecolatz y Analía Kalinec, hija del excomisario Eduardo Kalinec, quien decidió mantener el apellido. Rompieron públicamente con sus familiares en mitad de la conmoción que generó en Argentina el beneficio carcelario concedido por la Corte Suprema a condenados por delitos de lesa humanidad en 2017. La movilización multitudinaria de la sociedad argentina en rechazo al fallo del 2×1, que abría la puerta a la excarcelación de muchos represores, incluyó la presencia de Dopazo, Kalinec y otros familiares de condenados agrupados en el colectivo Historias desobedientes.
“El vínculo de cariño y de lealtad familiar no nos exime de repudiar estos crímenes y de trabajar para que nunca más se cometan”, señala Kalinec. “Las familias son el núcleo duro donde se reproducen las lógicas del negacionismo y de los discursos de odio. Es importante poder entrar en ese corazón de las familias”, continúa esta psicóloga y docente, que se enfrenta a una demanda judicial iniciada por su padre para desheredarla.
“Un encuentro histórico”
La aparición de Historias desobedientes en Argentina atrajo la atención en otros países y de a poco comenzaron a sumarse voces más allá de sus fronteras, ahora también invitadas a la cita de Berlín. “Es un encuentro histórico. Si uno reflexiona sobre lo que significa se da cuenta del carácter universal que tiene esta experiencia”, asegura la chilena Verónica Estay, sobrina de Miguel el Fanta Estay, colaborador del régimen de Augusto Pinochet después de traicionar a sus excompañeros de las juventudes comunistas.
Estay asegura que los crímenes perpetrados por su tío —como el que le costó la vida a tres comunistas en el conocido como caso Degollados, en 1985— nunca fueron una sorpresa para ella porque los conoció por boca de sus padres, que estaban en contra de la dictadura de Pinochet. Sin embargo, los vínculos familiares se tensionaron cuando empezó a poner el cuerpo para repudiar en público lo ocurrido. “Es un tema del que no se habla puertas afuera. Ningún miembro de la familia quiso participar en reportajes ni dar testimonios y causa problemas que yo me exprese”, señala Estay.
“En Chile el proceso de memoria dista mucho del de Argentina. Pinochet murió libre y [el dictador argentino Jorge Rafael] Videla en prisión. Quizás ahora con la nueva Constitución y el despertar tras la revuelta se empiece a avanzar, pero la cantidad de personas condenadas es muy pequeña considerando todos los que participaron en la represión y la responsabilidad llega a altos rangos a los que no se toca”, señala Estay. Subraya la importancia de que en ese contexto naciese también en Chile el colectivo de Historias desobedientes, que ahora preside. “La desobediencia es una especie de medidor social. En Argentina hay más de 50 familiares, en Chile 10, en Brasil sólo tres o cuatro”, resume.
Estay cree también que no es casual que la mayoría de las integrantes sean mujeres y lo asocia a que la irrupción de este nuevo actor se ha dado a la par que la nueva ola feminista en América Latina. “El feminismo está basado en la idea de que lo personal es político. Como con el aborto y los abusos, está la necesidad de hacer públicos secretos familiares y en este caso es también un secreto de Estado. Creo que por ahí hay una conexión muy estrecha”, opina.
Lazos con España
Al tejer vínculos, los familiares de represores han llegado hasta el otro lado del Atlántico. Después del encuentro de Berlín, Kalinec viajará a Barcelona para presentar el libro Nosotrxs, historias desobedientes junto a Estay y Loreto Urraca, nieta del policía franquista Pedro Urraca, el hombre que detuvo a Lluís Companys. Loreto cuenta que estableció contacto con los integrantes de Historias desobedientes a través de un argentino que reside en España. “Descubrí que tenía hermanos al otro lado del charco y fue muy reconfortante saber que no estoy sola”, asegura. Loreto cuenta que no se enteró de la historia de su abuelo por boca de su familia sino a través de un artículo de y a partir de allí comenzó una búsqueda en la que encontró que su abuelo paterno “no solo perseguía a los exiliados republicanos, sino también a judíos y resistentes franceses”. El objetivo de la presentación, que se realizará también en Valencia, es encontrar otros familiares desobedientes.
“Descubrí la historia del exilio español, una historia que se nos había ocultado durante años y el aspecto internacional de esa colaboración a tres bandas entre las policías española, francesa y nazi, apenas se había estudiado. Decidí que había que divulgarlo, porque es muy injusto que no se haya recuperado la memoria de todos aquellos que lo perdieron todo por ser demócratas y tener que huir de una muerte segura a manos del fascismo”, agrega la autora de Entre hienas: retrato de familia sobre fondo en guerra.
Aunque no participa del encuentro de Berlín, Loreto apoya ese encuentro de múltiples voces unidas en el camino de la memoria y el homenaje a las víctimas. Shalom destaca que uno de los hechos relevantes del encuentro es compartir la mirada desde lugares muy distintos. “Hay comprensión de los dos dolores, del de las víctimas con familiares asesinados, desaparecidos y la del dolor de decir “mi papá es un criminal, mi abuelo es un asesino y murió sin castigo ni condena. Eso supone tristeza, vergüenza y dolor, pero es una sensación de dignidad la de no cargar con el peso del silencio”, concluye.
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