Suecia se adentra en terreno desconocido. El país que durante décadas fue vanguardia del Estado del bienestar, y donde las libertades individuales y los derechos de las minorías eran defendidos por todo el arco parlamentario, comienza una nueva etapa con Demócratas de Suecia (DS) —una formación populista, antinmigración y abiertamente contraria a la presencia de musulmanes en Europa— en una situación de poder sin precedentes. Las elecciones parlamentarias del pasado domingo han otorgado a ese partido un 20% del voto, por detrás del Partido Socialdemócrata, que quedó en primera posición con casi un tercio de las papeletas. Pero la sorprendente dimisión —formalizada este jueves— de la primera ministra, la socialdemócrata Magdalena Andersson, deja el peso de la formación de Gobierno en el bloque de la derecha, que suma más escaños que las formaciones progresistas. Las negociaciones para constituir ese futuro Ejecutivo han comenzado después de que el final del escrutinio otorgara la victoria este miércoles a la derecha (conservadores, cristianodemócratas, liberales y ultraderecha).
Se prevé que Andreas Norlén, el presidente del Parlamento, encargue la semana que viene formar Gobierno a Ulf Kristersson, el líder del Partido Moderado (conservadores). “Comienzo ahora a trabajar para formar un Gobierno nuevo y eficaz”, declaró Kristersson en un vídeo publicado en Facebook e Instagram la noche del miércoles. “Los moderados, y el resto de partidos de nuestro lado, hemos recibido el mandato de transformar Suecia”, añadió Kristersson, de 55 años. El objetivo del conservador, que fue ministro de Seguridad Social entre 2010 y 2014, es conformar un Ejecutivo de coalición con los cristianodemócratas y, en caso de ser necesario, con los liberales.
No será nada sencillo. Kristersson, un exgimnasta, tendrá que hacer acrobacias para encajar las demandas de Demócratas de Suecia. El Partido Moderado había quedado en segunda posición, siempre tras los socialdemócratas, en todas las elecciones parlamentarias desde 1976. En los comicios del pasado domingo fueron superados por la ultraderecha. Lo habitual en el país escandinavo es que el líder de la fuerza más votada del bloque ganador sea investido primer ministro, pero en esta ocasión no parece factible convertir a Jimmie Akesson, el dirigente de DS desde hace 17 años, en jefe de Gobierno.
El diario Aftonbladet asegura que representantes de los cuatro partidos ya se han sentado en la misma mesa a negociar, aunque por el momento no participan los líderes. “Los primeros temas que se están tratando son la crisis energética, sobre todo en lo relativo a las centrales nucleares, y la espiral inflacionaria, asuntos en los que parece fácil llegar a acuerdos”, según una fuente anónima que cita el periódico.
Los comicios del pasado fin de semana fueron los primeros en los que la derecha tradicional (moderados y cristianodemócratas) y los liberales llegaban en disposición de cooperar con la extrema derecha para desbancar del Gobierno a los socialdemócratas. Tras la entrada por primera vez de DS en el Parlamento, en 2010, los ultras quedaron relegados al ostracismo durante casi un decenio. Fue precisamente Kristersson quien en 2019, ante el auge imparable de la ultraderecha, comenzó a cortar el cordón sanitario, al definir a DS como una “fuerza política seria con ideas constructivas”.
El pasado noviembre, conservadores, democristianos y los extremistas aprobaron unos Presupuestos alternativos a los presentados por el Gobierno socialdemócrata. Kristersson y Ebba Busch, la líder de Demócratas Cristianos, han defendido durante meses que era necesario contar con el respaldo parlamentario de la ultraderecha para poder gobernar, pero han tratado de evitar a toda costa pronunciarse sobre la posibilidad de ofrecerle carteras ministeriales.
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Los dirigentes de DS son conscientes de que las posibilidades de que Akesson se convierta en primer ministro son prácticamente nulas. Exigir la jefatura de Gobierno podría dinamitar el bloque de la derecha y colocar de nuevo en una situación de poder al Partido Socialdemócrata, la fuerza más votada, con casi un tercio de los sufragios, en las parlamentarias del domingo y en todas las que se han celebrado en el país escandinavo desde la implantación del sufragio universal.
Las opciones de que los cuatro partidos del bloque ganador alcancen un acuerdo, y el tiempo que tardarán en hacerlo, dependerá sobre todo de las exigencias de la ultraderecha. Cuando en primavera las encuestas situaban a DS en tercera posición, su líder mostró interés en la cartera de Justicia. La madrugada del pasado lunes, cuando el escrutinio ya apuntaba a una victoria del grupo de partidos de la derecha y al sorpasso de los ultras sobre los conservadores, Akesson, de 43 años, reclamó “un papel central” en el futuro Gobierno. Lynus Bilund, jefe de gabinete de DS, rebajó el tono de las demandas el martes al declarar que la entrada de su formación en el Ejecutivo es un “punto de partida para las negociaciones”, no un “ultimátum”. La mayoría de analistas políticos suecos consideran probable que la ultraderecha decida finalmente mantenerse al margen y presionar desde sus 73 escaños para que muchas de sus propuestas sean ejecutadas por el resto del bloque de la derecha.
En una situación muy delicada están los liberales. El politólogo Anders Sannerstedt declaró el martes al diario Dagens Nyheter que el partido liderado por Johan Pehrson lleva años sumido en “una guerra interna” por su relación con la extrema derecha, y que esta “se agravará en los próximos días”. Varios altos cargos de la formación han manifestado estos días que su intención es formar parte de un Gobierno de coalición con moderados y cristianodemócratas. Romina Pourmokhtari, una de los 16 liberales que ha logrado un escaño, aseguró el miércoles que bajo ningún concepto secundará un Ejecutivo que incluya a miembros de la formación ultraderechista. Tanto liberales como conservadores y democristianos han obtenido menos escaños en estas elecciones que en las de 2018.
Los cuatro partidos del bloque de la derecha suman finalmente 176 diputados, frente a los 173 del grupo de partidos de izquierda (socialdemócratas, excomunistas, ecologistas y centristas). Para ser investido primer ministro no es necesario tener una mayoría absoluta de votos a favor, pero sí que no se sumen 175 en contra, por lo que una mera abstención de la ultraderecha (que suma 73 escaños) permitiría al resto de fuerzas de su bloque investir a Kristersson.
Magdalena Andersson, la primera mujer en gobernar Suecia, ha presentado este jueves a Norlén su renuncia —anunciada ya este miércoles—, menos de 10 meses después de haber llegado al cargo. “Le he comunicado [al presidente del Parlamento] que si los conservadores cambian de idea y quieren colaborar conmigo en vez de con DS, mi puerta está abierta”, ha señalado en una rueda de prensa. La suma de escaños de socialdemócratas y moderados alcanza exactamente los 175, por lo que un Gobierno de coalición entre ambos no requeriría el apoyo de ninguna otra formación.
A pesar de que el Partido Socialdemócrata ha mejorado sus resultados electorales respecto a los de hace cuatro años, la pérdida de escaños de centristas e izquierdistas han mermado sus opciones de seguir gobernando. Annie Lööf, la líder del Partido del Centro, ha presentado su renuncia este jueves.
Tras los comicios de 2018, Suecia entró en una parálisis política que se prolongó durante más de cuatro meses. Fue el cordón sanitario a la ultraderecha lo que permitió que finalmente fuera investido primer ministro el socialdemócrata Stefan Löfven, que conformó un Gobierno de coalición con los verdes. Se prevé que las negociaciones también se alarguen durante semanas en esta ocasión.
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