Mientras crece la incertidumbre y se agotan las opciones diplomáticas, la guerra sigue siendo la trágica realidad en Ucrania. Y, peor aún, en función de las actitudes de los actores enfrentados y de quienes los respaldan, todo indica que la paz sigue estando desgraciadamente muy lejana.
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Por lo que respecta a Putin, resulta evidente que está dispuesto a multiplicar el esfuerzo para eliminar la existencia de Ucrania como Estado soberano o, como mínimo, para fragmentarlo definitivamente. A eso responde su llamamiento a la industria de defensa para que atienda todas las necesidades militares, como si no supiera que le exige un imposible, dado que sus propias deficiencias y el efecto de las sanciones le impiden contar con los materiales precisos para ello. El simple hecho de que Moscú esté recurriendo a Corea del Norte como suministrador es una buena muestra de sus agobios.
Lo mismo cabe decir de su decisión de llevar a cabo una movilización general (así lo establece el decreto aprobado por la Duma), empezando por una leva de unos 300.000 rusos escasamente entusiasmados con la idea de morir en Ucrania. Una movilización, con personal apenas formado y con material y armamento peor que el de sus oponentes, que no va a resolver militarmente ninguno de los problemas que no han podido superar las mejores tropas que Moscú ha desplegado en el frente desde febrero pasado. Todo ello sin olvidar el reto logístico y operacional que supone desplegar y mantener activo un contingente de esas dimensiones, viendo el pésimo rendimiento de Rusia para hacer lo propio con los 190.000 efectivos empleados hasta ahora.
La voluntad política de montar una farsa consultiva en las regiones parcialmente ocupadas de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia visibiliza igualmente su intención de reventar Ucrania. La principal finalidad de esta medida es que así, en el momento en el que declare que esos territorios pasan a formar parte de Rusia, podrá enviar allí a conscriptos, saltándose la limitación legal que establece que solo pueden prestar su servicio militar dentro del territorio nacional. Mucho más que dotarse de una excusa para amenazar con el uso de las armas nucleares en defensa de territorio que previamente se califica como parte de la Federación (para eso ya le basta con Crimea, atacada por la artillería ucrania en varias ocasiones), la condenable argucia del Kremlin solo supone aumentar la carne de cañón que Putin está dispuesto a sacrificar por su sueño imperialista.
En todo caso, también es obvio que Zelenski se ve forzado a apostar por la guerra. Por un lado, ha declarado que si se llevan a cabo esas consultas se habrá agotado toda posibilidad de una resolución del conflicto por vía negociada. Es el mismo Zelenski que sigue demandando más y mejores armas para impulsar la ofensiva que actualmente le está dando tan buenos resultados en Jersón y Járkov. Aunque su concepto de victoria —expulsión de todas las tropas rusas de Ucrania— es hoy inalcanzable, está convencido de que por la vía de las armas puede mejorar sus posiciones actuales, a la espera de que en algún momento tenga que negociar con su enemigo.
En esa misma línea se encuentran también los principales aliados de Kiev, con Washington a la cabeza. Basta con recordar que el objetivo declarado por el propio secretario de Defensa estadounidense es debilitar a Rusia hasta el punto de que le sea imposible volver a hacer algo similar. Y ahora mismo Ucrania es el instrumento más funcional para dicho propósito. De ahí se deduce su voluntad de seguir prestando ayuda económica y militar a Kiev por tiempo indefinido, buscando no solo degradar el poder militar ruso en el campo de batalla, sino también dejar a Rusia postrada por mucho tiempo. Y otro tanto visibiliza una Unión Europea que ya está poniendo en marcha una misión de instrucción de las fuerzas armadas ucranias; algo que solo tiene sentido si se piensa en un conflicto prolongado.
Visto así, unos y otros parecen decididos a seguir el combate, como si no estuviera claro que ninguno de ellos puede obtener una victoria concluyente y que Putin, cada vez más desesperado, no ve a las armas nucleares como meros instrumentos de disuasión. Malos tiempos para la paz.
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