Las primeras víctimas de una unidad dirigida por el implacable general Serguéi Vladímirovich Surovikin (Novosibirsk, 56 años) no perecieron ni en los desiertos de Siria ni en las montañas del Cáucaso; fallecieron en el centro de Moscú durante la represión de las protestas ciudadanas contra el golpe de Estado de la cúpula comunista de agosto de 1991. Ni aquel suceso, ni otros escándalos posteriores, pusieron fin a una brillante carrera que llevó a aquel joven capitán a ser hoy el jefe de las fuerzas armadas rusas en la ofensiva sobre Ucrania. Distinguido hace cinco años por Vladímir Putin como héroe de la Federación Rusa, la máxima condecoración para un militar, por él pasan ahora las esperanzas del Kremlin para dar un vuelco a la guerra, en medio de una laboriosa contraofensiva de las fuerzas ucranias y tras el fuerte golpe recibido en el puente sobre el estrecho de Kerch en Crimea, uno de los grandes símbolos de la ocupación rusa.
La carrera de Surovikin ha sido meteórica y, en cierto modo, inusual. Sorprendió ya en 2017 que alguien que no había tocado una aeronave en su vida fuera nombrado responsable de las Fuerzas Aeroespaciales. Surovikin era un botas, el sobrenombre con el que la aviación, la ilustre caballería rusa, se refiere a los tanquistas y otros oficiales de tierra. Su nombre se hizo famoso el 21 de agosto de 1991. Surovikin comandaba con 24 años un batallón de fusileros motorizados de la división Tamanskaya. Mijaíl Gorbachov había sido secuestrado por el KGB en Crimea y las protestas contra los golpistas arreciaban en la capital. Tres civiles perdieron la vida durante la violenta intervención de su unidad, las únicas víctimas mortales de aquel intento de golpe de Estado. Después de siete meses de investigación, Surovikin fue puesto en libertad sin cargos por el Gobierno de Boris Yeltsin.
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Tres décadas después, Gorbachov ha muerto, Crimea fue anexionada por Rusia y Surovikin está al frente del ejército ruso para intentar retomar la iniciativa contra los ucranios. “La elección de Surovikin se debe en parte a su reputación de emplear tácticas muy brutales, pero desde el punto de vista militar es uno de los hombres con potencial para sustituir a Valeri Guerásimov como jefe del Estado Mayor. Es una elección lógica”, afirma en conversación telefónica Mark Galeotti. Según este reputado ensayista y analista británico de los entresijos de Rusia, con su nombramiento Moscú reconoce que “había que hacer algo para cambiar la dirección de la batalla”. “Es el paso siguiente a la anexión [de los territorios ucranios] y al decreto de movilización”, prosigue.
Mientras Surovikin reprimía las protestas hace 31 años, un joven paracaidista ucranio estuvo a punto de ser enviado a asaltar la Casa Blanca rusa, el Parlamento de aquella Unión Soviética. Años después cambiaría de bando y lideraría uno de los batallones separatistas de Donetsk. Se llama Alexánder Jodakovski. “A la vista de la pugna que se desarrolla entre dos candidatos potenciales para la sucesión en el Estado Mayor, Surovikin y [Alexánder] Lapin, que representan diferentes centros de poder, no hay mejor manera de derrocar a Surovikin que ponerlo a cargo de la operación cuando esta no brilla y todas las palancas están en manos de su rival”, ha comentado en sus redes sociales Jodakovski, comandante de la unidad separatista Vostok.
Según fuentes citadas por el periódico Meduza, medio declarado agente extranjero en Rusia, “a Putin no le interesa realmente que ningún general gane demasiada popularidad en la guerra”. En ese sentido, el nombramiento de Surovikin podría ser un regalo envenenado. “No debe estar muy contento”, apuntalaba por su parte Jodakovski.
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SuscríbetePuño de hierro
La carrera de Surovikin estuvo a punto de irse al traste en 1995. Un tribunal le condenó a un año de prisión condicional por entregar un arma a un compañero sin ningún permiso. Años después, cuando se conoció aquel caso, el militar afirmó que sus antecedentes penales habían quedado anulados. En 1993, participó en la guerra civil de la recién independizada Tayikistán, y menos de una década después sería nombrado comandante de la 34ª División de Fusileros Motorizada, donde cobraría fama de militar severo y se vería envuelto en otro escándalo. Dos soldados suyos fueron condenados por torturar y matar a un compañero que se había fugado. Él, su máximo responsable, quedó sin cargos.
No fue el último tachón en su carrera. En 2005, durante la segunda guerra en Chechenia, nueve hombres de un grupo de reconocimiento fallecieron por una explosión dentro de una granja. Surovikin compareció ante los medios diciendo que había sido una emboscada. “Por cada explorador fallecido mataremos a tres militantes”, amenazó ante las cámaras de televisión. Una investigación del diario Nóvaya Gazeta, liquidado recientemente por la justicia rusa, reveló que habían fallecido por una negligencia cometida por ellos mismos con sus armas, con un comportamiento probablemente poco castrense.
La primera vez que Surovikin, hoy con el rango de general, apareció en público como comandante de las fuerzas rusas en Siria fue en una comparecencia en junio de 2017, en Moscú, junto al jefe de la Dirección Operativa del Estado Mayor ruso, Serguéi Rudskói. Surovikin, con un tono muy duro y ceño fruncido, enumeró los éxitos y últimos movimientos de sus militares en la campaña de apoyo al régimen sirio de Bachar el Asad. Entre muchas batallas, el alto mando ruso criticó el rechazo de Estados Unidos a dejar pasar a soldados sirios apoyados por Rusia por territorio bajo control de las milicias bajo la órbita de Washington. Surovikin pronunció una frase que casi podría pegarle hoy en el rostro como un bumerán en la trinchera de Ucrania: “Es la violación del derecho soberano de Siria a defender sus fronteras”.
Bombardeos en Siria
Aquel comandante llevaba para entonces tres meses al frente de las operaciones en el país árabe, iniciadas en septiembre de 2015 a petición de El Asad. Damasco había solicitado ayuda para hacer frente al “terrorismo”, un concepto vago que ha permitido a Rusia atacar a casi todos los enemigos del régimen sirio. Las primeras informaciones sobre el papel de este general ruso allí datan de la brutal batalla de Alepo, la provincia que milicias rebeldes y grupos yihadistas tomaron al inicio de las revueltas de 2011. Surovikin supervisó los bombardeos sobre la ciudad del mismo nombre, la segunda más grande del país. Las aeronaves sirias y rusas echaron a los alzados de la provincia en dirección a Idlib. Destrozaron la urbe y mataron a cientos de civiles. Muchos recordaron entonces el inmisericorde asedio de Grozni, en Chechenia.
El campo de batalla sirio ha sido para Rusia y sus militares al cargo lo que el centro de análisis Jamestown Foundation, con sede en Washington, ha llamado una “incubadora de entrenamiento e innovación”. Mandos y tropas se han relevado en el frente durante los últimos siete años. El propio ministro de Defensa ruso, el veterano Serguéi Shoigú, admitía a finales de 2017 que la guerra en ese país les había dado una experiencia de un valor incalculable que les permitiría defender mejor la madre patria. Está por verse aún. Por entonces, en solo dos años y medio, habían pasado por Siria 48.000 militares rusos. Entre ellos estaba Surovikin, nombrado en noviembre de aquel año héroe de la Federación Rusa por su papel en la ofensiva que permitió finalmente penetrar en la provincia oriental de Deir Ezor, rica en hidrocarburos ―los mercenarios de la empresa rusa de seguridad privada Wagner desempeñaron aquí un papel muy relevante―.
Aquella fue la primera etapa de este militar en Siria. En 2019, Surovikin volvió a coger el control de las operaciones. Una vez derrotado el Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés), los cazas Mig y Sukhoi enviados por la alianza entre Moscú y Damasco pusieron la diana en Idlib, último bastión rebelde. La organización de derechos humanos Human Rights Watch incluyó a Surovikin en un informe de octubre de 2020 por su implicación en los crímenes de guerra y contra la humanidad en aquella campaña: en 11 meses, al menos 1.600 civiles perdieron la vida; 1,4 millones de personas huyeron de sus hogares.
Con una resistencia centrada en la táctica de guerra de guerrillas, el mando militar enviado al país árabe por Rusia, que en siete años ha perdido en el frente algo más de un centenar de efectivos, se ha apoltronado en la ofensiva aérea ―más leve en las primeras semanas de invasión en Ucrania, pero que ha ido recuperando el ritmo―, con un saldo muy elevado de víctimas no vinculadas a grupos armados.
La organización Airwars ha monitoreado la intervención rusa en Siria, también durante los periodos de responsabilidad de Surovikin. Según sus datos, al menos 4.300 civiles, en su cálculo más conservador, han muerto por acciones en las que solo estuvo implicada Rusia en el periodo 2015-2022. En este sentido, y según ha declarado una fuente del Kremlin al diario Meduza, el nuevo general al mando en Ucrania sería “un firme partidario de los bombardeos masivos contra infraestructuras, incluidas las civiles”. Hasta ahora, Moscú ha utilizado de forma excepcional los aviones de combate en la ofensiva ucrania, pero la oleada de misiles lanzada tras asumir el cargo Surovikin puede apuntar a un viraje estratégico hacia el modelo sirio. Con una diferencia: en Ucrania le espera un enjambre de baterías antiaéreas modernas.
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