Al cruzar el umbral de la Academia del Pensamiento de Xi Jinping sobre el Socialismo con Características Chinas para una Nueva Era, sorprende lo explícito de sus objetivos: la institución, dice un enorme panel decorado con la hoz y el martillo, ha sido creada de acuerdo con “los requisitos del Departamento de Propaganda Central” y persigue, entre otras cosas, la promoción “activa” de las teorías del presidente “en los libros, en las aulas, en las mentes”.
La estancia principal de la sede, ubicada en un edificio acristalado de la Universidad del Pueblo, en Pekín, está repleta de libros sobre Xi, con títulos sugerentes como Los orígenes y el significado del pensamiento de Xi Jinping para una nueva era y La nueva ruta de la seda guiada por el pensamiento de Xi Jinping sobre diplomacia. Una bandeja con su rostro corona la estantería. Al fondo, pinchados en un corcho, cuelgan artículos publicados por algunos de los más de 80 académicos e investigadores que forman parte del organismo. “La OTAN exporta turbulencias e inestabilidad al mundo”, denuncia uno de ellos, sobre la guerra en Ucrania. Desde la sala de reuniones, donde debaten los responsables en este momento, llegan frases sueltas. “Construcción de partido, decano…”, se oye decir.
Una visita a este lugar es una forma de abrir una rendija en la visión política del jefe del Estado, secretario general del partido y presidente de la Comisión Militar Central, el líder que busca cimentar su poder este fin de semana, accediendo a un tercer mandato sin precedentes al término del XX Congreso del Partido Comunista.
Sus teorías se han convertido en un motor ideológico en China. Desde 2018, el “pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una nueva era” está cincelado con todas sus letras en la Constitución del país. También ha sido inscrito en la Constitución (o estatutos) del partido, por lo que se cuela en casi todos los ámbitos de la vida. Una reforma de este texto debatida estos días en el XX Congreso prevé elevar sus reflexiones a la altura del “pensamiento de Mao Zedong”, colocando a Xi en lo alto del panteón, mano a mano con el Gran Timonel.
Sus ideas las estudian los niños y los universitarios de forma obligatoria desde 2021. Y la larga retahíla del “socialismo con características…” aparece citada al menos seis veces en el informe que Xi leyó el pasado domingo en la inauguración del cónclave. Era uno de los temas centrales, remarcó: “Convertiremos el pensamiento sobre el socialismo con características chinas para una nueva era en una poderosa fuerza para consolidar los ideales, aumentar la conciencia del Partido, guiar la práctica y hacer avanzar nuestro trabajo”.
Wang Yiwei, vicepresidente de la Academia, explica el sentido de la educación ideológica con una analogía. “Vosotros [en Occidente] tenéis a Dios, vais a la iglesia los domingos”, dice durante una visita a la institución unas semanas antes del Congreso. “Pero en China somos una sociedad bastante secular. El Partido Comunista debe hacerse cargo de los valores educando a la gente. Necesitamos subrayar la ideología marxista”. Se trata de un socialismo adaptado, prosigue, que bebe de la “tradición” del país y ha sido remozado para adaptarse al siglo XXI.
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Sus “características chinas”, añade, subrayan también la diferencia con la Unión Soviética, cuyo colapso es quizás el mayor de los fantasmas que persiguen a Xi. Al poco de asumir su mandato, en diciembre de 2012, el líder tocó el tema en un discurso a cuadros del partido: “¿Por qué se desintegró la Unión Soviética? ¿Por qué se hundió el Partido Comunista de la Unión Soviética? Una razón importante es que los ideales y las creencias se tambalearon”, recogió entonces The New York Times. “Al final, nadie fue un hombre, y nadie salió a luchar”.
La necesidad de difundir el marxismo, según Wang, resulta clave en el país. De lo contrario, con 1.400 millones de personas y una clase media superior a la población de la Unión Europea, “¿cómo lograr que China se mantenga como una sociedad estable?”.
Este académico, que es además director del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad del Pueblo y un habitual en la prensa oficialista, resume en tres puntos las contribuciones del decenio de Xi. Primero, está la lucha por evitar “que el capital privado lo controle todo” tras las décadas de apertura y reforma. Segundo: “Estamos en contra de una sociedad controlada por la tecnología”, afirma, y en sus palabras suena el eco del cerco a los gigantes digitales. Tercero: “Pensamos primero en el pueblo”.
Esta última idea es una de las líneas habituales de Pekín para defender la estricta política de covid cero. Cuando a Wang se le pregunta si las restricciones han generado un fermento de turbulencias sociales, replica enseguida: “China prefiere el orden a la libertad. El colectivismo al individualismo. […] Estamos dispuestos a sacrificar nuestros derechos humanos por la nación. Si es bueno para la nación en el largo plazo, podemos tolerar el sufrimiento en el corto plazo”.
Una periodista informa ante las cámaras sobre el congreso del Partido Comunista de China, el 21 de octubre en Pekín. NOEL CELIS (AFP)
La “nueva era” de Xi ―expresión usada casi 40 veces en el informe del XX Congreso― es también una forma de marcar un punto y aparte: desde 2012 se ha abierto un periodo de importantes logros sociales y económicos durante el cual China ha alcanzado el objetivo de convertirse en una sociedad “modestamente acomodada”, según dijo el líder el domingo, pero ha de persistir hasta transformarse en un “poderoso país socialista moderno” para 2050. Antes de 2012 también hubo “grandes logros”, pero se habían ido cocinando problemas, como la laxitud en el partido, que se deslizó “hacia un liderazgo […] débil, vacío y diluido”, según el informe del XX Congreso.
En esta década el partido ha ganado peso. Y en el último año se ha reforzado la idea de que Xi se encuentra en su “núcleo” y el resto de afiliados han de seguir su “liderazgo” y su marco teórico. En palabras de Wang Yang, presidente de la Conferencia Consultiva, el principal órgano asesor político de la República Popular, la centralidad del mandatario y la guía de su pensamiento aportan “certeza” en un mundo repleto de “incertidumbres”, según explicó durante un debate interno del Congreso recogido por la agencia Xinhua.
Estos conceptos ―“las dos determinaciones” en el alambicado lenguaje del partido― han sido citados con frecuencia estos días en las reuniones de los cerca de 2.300 delegados llegados a Pekín de todos los rincones de China, según el diario hongkonés South China Morning Post. Los encuentros transcurren a puerta cerrada, el secretismo es máximo y apenas se filtra nada, pero la omnipresencia del líder rezuma en las escasas intervenciones públicas.
Un ejemplo reciente de Ma Zhaoxu, viceministro de Exteriores. “Con la destacada sabiduría política, el extraordinario coraje teórico y los profundos sentimientos del mundo como estadista, pensador y estratega marxista, el secretario general Xi Jinping capta con firmeza la tendencia general de desarrollo de China y del mundo, piensa profundamente en el futuro y el destino de la humanidad, y hereda y lleva adelante los principios fundamentales y la excelente diplomacia de la nueva China”, dijo este jueves Ma en una comparecencia telemática.
Las comparecencias de prensa del congreso están repletas de un lenguaje similar. Y de preguntas bienintencionadas. Solo unos pocos periodistas occidentales logran colar sus cuestiones entre las de la prensa oficial y las decenas de corresponsales de países del sur global expresamente traídos (y cofinanciados) por China para el evento. Todas las comparecencias, por motivos sanitarios, son virtuales: los líderes se dejan ver a través de un enorme plasma, lo que confiere a los dirigentes comunistas una distancia enorme con su auditorio; parecen más grandes, presentan un aspecto más grave y casi inalcanzable mientras hablan de “brillantes logros”.
Otro ejemplo: el pasado domingo, tras la ceremonia inaugural, los delegados se pararon a hablar con los medios a los pies del Gran Salón del Pueblo, en la plaza de Tiananmén. “La mayor transformación en nuestra aldea ha sido el cambio mental. Está lleno de sonrisas”, aseguraba la delegada Yang Ning, vestida con un traje tradicional. Un poco más allá, el delegado Li Yinjiang insistía: “En los próximos cinco años, el índice de felicidad será aún mayor. Estamos agradecidos al partido, al gran Congreso del partido, que traerá mayor felicidad a nuestro pueblo”.
Este mundo “feliz”, en cualquier caso, también encierra una etapa dura. Desde 2012, cuando Xi accedió al poder, se han investigado más de 4,6 millones de casos de corrupción de funcionarios, según desveló el pasado lunes Xiao Pei, vicesecretario de la temida Comisión Central de Disciplina. Entre ellos, añadió, hay 553 cargos de rango viceministerial o superior.
Durante su década al frente del país, Xi ha desplegado una campaña en este campo sin precedentes; según diversos autores, también ha supuesto la práctica eliminación de facciones enemigas, lo que ha ayudado a pavimentar el camino hacia un tercer mandato. “Ha sido capaz de expulsar a sus rivales políticos y centralizar el poder de un modo que no se había hecho desde Deng Xiaoping”, asegura Joseph Fewsmith en el ensayo Rethinking Chinese Politics (2021).
En palabras del vicesecretario Xiao, desde el otro lado del plasma: “Usaremos conscientemente el pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para la nueva era para unir corazones y forjar almas”.
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