Una mujer pasa frente a unas mantas con los rostros de los candidatos, en Brasilia.EVARISTO SA (AFP)
Luiz Inácio Lula da Silva o Jair Bolsonaro. O ninguno de los dos. Más del 90% de los brasileños ya tiene su voto decidido, pero queda alrededor de un 5% de electores indecisos o que planea votar en blanco. En una de las elecciones brasileñas más ajustadas en tiempos recientes, este grupo es suficiente para decantar la balanza. Convencerlos y, al mismo tiempo, reducir la abstención se han convertido en objetivos prioritarios de las campañas para la última semana antes de la segunda vuelta. Los candidatos multiplican sus apariciones en Estados clave. Todo puede depender de factores aparentemente tan inocuos como la gratuidad del autobús el día de la elección o la existencia de festivos.
En la playa de Ipanema, el fútbol ha relegado por unas horas la campaña electoral a un segundo plano. Es un día nublado y bochornoso en Río de Janeiro. Los paseantes se han quitado las camisetas de sus candidatos para ponerse los colores —rojo y negro— del Flamengo, que disputa la final de la Copa de Brasil en el estadio de Maracaná. Con o sin etiquetas o colores partidistas, la mayoría de los brasileños que camina por este barrio acomodado ya sabe a quién votar. “¡Bolsonaro 22!”, contesta una pareja de mediana edad. “¡A Lula, por supuesto!”, afirma una mujer negra con rastas.
Ante favoritismos tan tajantes, Pedro Heredia, de 27 años, es una rara excepción. Este empleado de una fábrica de embalaje está en Río para ver el partido. Tiene claro su apoyo al Flamengo, pero no así a los candidatos de la elección. “Creo que voy a votar nulo. Dudo que los candidatos sean capaces de llevar a Brasil al nivel que merece. No representan lo nuevo”, señala. Hace cuatro años votó a Fernando Haddad, del PT, pero Lula no le gusta por la mancha de la corrupción que tiñó sus mandatos entre 2003 y 2010. Su novia, Isabela Goretti, que sí votará al líder de la izquierda, se ha resignado: “Lo principal es que no vote por Bolsonaro”.
Heredia forma parte de un grupo muy cotizado ahora mismo. Los indecisos y los que votan blanco o nulo son un bloque pequeño, pero suficientemente grande para decidir una elección que luce cada vez más ajustada, con un posible empate técnico según los últimos sondeos. Sin embargo, el profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de São Paulo Glauco Peres opina que es poco probable que los votantes en blanco cambien de parecer: “En esta elección, todo el mundo sabe quiénes son los candidatos. Los electores están muy convencidos”.
Algunos son exvotantes de Simone Tebet y de Ciro Gomes, los candidatos que fueron eliminados en la primera vuelta. Rozema Conceiçao, una ama de casa de 46 años que ha salido a hacer unas compras, dice que apoyó a Tebet porque no tenía condenas por corrupción. Pese a que su candidata ahora participa activamente en la campaña de Lula, ella asegura que no lo va a votar. Tampoco le convence Bolsonaro, a quien respaldó hace cuatro años “para sacar a Lula”. “Pensaba que iba a mejorar la situación, pero fue al revés”, dice.
La estrategia de los partidos no pasa solo por convencer a los indecisos, sino también a los que se quedaron en casa en la primera vuelta. La abstención fue del 21%, la mayor desde 1998, y es un botín formidable si cualquiera de las dos campañas le consigue pegar un mordisco. Mientras Bolsonaro ha reforzado su mensaje sobre cuestiones de tipo ético como la religión, Lula ha hecho hincapié en temas económicos como el salario mínimo. “Nuestro primer objetivo es convencer a las personas de ir a votar para que puedan incluso hablar mal de quien eligieron”, declaró el candidato del PT esta semana.
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A ninguno de los dos le interesa una alta abstención, señala el politólogo Marco Antonio Teixeira, de la Fundación Getulio Vargas. “A Bolsonaro le perjudica en el sudeste, su mayor polo de votos, y a Lula, en el nordeste”, dice. En cambio, Peres opina que le hace más daño a Lula. “Normalmente, los que se abstienen son las clases más pobres, que votan sobre todo por él. Su desafío no es convencerlos de que voten por el PT, sino garantizar que vayan al colegio electoral ese día”.
En ese sentido, la disponibilidad de transporte público es una preocupación importante en la campaña del PT, pero poco puede hacer. Cada alcaldía decide. En Río de Janeiro, gobernada por la izquierda, habrá autobuses municipales gratuitos el 30 de octubre; en São Paulo, donde manda un aliado de Bolsonaro, no. Hay más factores que escapan de las manos de los candidatos. El viernes anterior a las elecciones es festivo. Eso inquieta principalmente a Bolsonaro, que tiene mayor apoyo entre las personas de renta alta, las que pueden permitirse ir de puente a la playa. Para evitar eso, una mayoría de Estados ha pospuesto el festivo para dos semanas después.
Históricamente, en Brasil la abstención ha sido mayor en la segunda vuelta que en la primera. Sin embargo, tanto Teixeira como Peres coinciden en que esta vez puede ser distinto porque los electores perciben que ahora hay mucho más en juego. “Estos comicios tienen una connotación diferente. No se está decidiendo solo quién gobierna, sino también un proyecto de país”, afirma Teixeira.
Bruno Silva, de 37 años, no votó en la primera vuelta porque opina que los políticos son todos unos ladrones. Es vendedor ambulante de peines de colores, junto a una boca de metro en el centro de Río de Janeiro. Con lo que vende y la ayuda del Gobierno —los 600 reales mensuales de Auxilio Brasil— apenas le da para pagar el alquiler, 400 reales, y comer. Estaba pensando en abstenerse en la segunda vuelta, pero el banco le acaba de avisar de que el Gobierno le ha cortado los apoyos. “Antes era pobre. Ahora estoy en la miseria, en un agujero”, asegura. “Dicen que Lula robó, pero al menos hizo algo para los pobres”.
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