Las cinco principales economías de América Latina estarán gobernadas por primera vez por la izquierda

Las cinco principales economías de América Latina estarán gobernadas por primera vez por la izquierda


Francia Márquez con Lula da Silva (a la izquierda), y Gabriel Boric con Gustavo Petro.

Con el triunfo este domingo de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, que será presidente por tercera vez, la izquierda latinoamericana endereza el rumbo, extiende su largo ciclo de victorias electorales y supera el traspié que supuso el rechazo a la nueva Constitución en el plebiscito chileno. Con la llegada al poder de Lula, Gabriel Boric en Chile y Gustavo Petro en Colombia, todos en este 2022, las cinco principales economías de la región, que completan México y Argentina, quedan por primera vez en manos de fuerzas progresistas.

Fueron precisamente los líderes de las otras cuatro economías más grandes de la región los primeros en felicitar a Lula por su triunfo. Con un escueto “Viva Lula” celebró Petro la ventaja en el escrutinio del próximo mandatario brasileño; le siguieron el mexicano Andrés Manuel López Obrador, Boric y culminó Alberto Fernández, desde Argentina. A ellos se sumaron, casi al unísono, todos los líderes progresistas o que se vanaglorian de ello en América Latina.

Brasil está de regreso, y Lula pasa a ser el decano del bloque de izquierdas. El líder del Partido de los Trabajadores (PT) ha sacado lustre al reconocimiento internacional que obtuvo durante sus dos periodos, entre 2003 y 2010, y ahora se propone una suerte de reinserción de Brasil en el mundo, después de los cuatro años del ultraderechista Jair Bolsonaro, al que The Economist ha calificado como el “pupilo estrella” de Donald Trump.

Las elecciones presidenciales en Brasil tenían una dimensión geopolítica trascendental para la región. Además de las lecturas sobre el significado de una lucha global entre la ultraderecha, encarnada en este caso por Bolsonaro, y la izquierda de Lula da Silva, el resultado tiene, en la práctica, una gran repercusión en los equilibrios regionales. Todo ocurre, además, en un momento decisivo para el afianzamiento de Gobiernos progresistas en América Latina. Después de las victorias de Boric en Chile y de Petro en Colombia, el regreso al poder del fundador del PT no solo fortalecerá ese bloque, sino que va camino de reconfigurar el mapa de liderazgos.

Desde 2018, por población, peso económico y capacidad de interlocución con Estados Unidos, ese papel le corresponde al presidente de México. López Obrador, que está a punto de entrar en la recta final de su mandato, recibió a Lula el pasado marzo haciendo hincapié en las afinidades con el brasileño. “Nos une la lucha por la igualdad y la justicia”, afirmó entonces. Tras conocer su victoria, dejó claro su alborozo: “Ganó Lula, bendito pueblo de Brasil. Habrá igualdad y humanismo”, dijo en un tuit. La coalición de Lula no derrotó solo a Bolsonaro, sino que se hizo también con el timón de una alianza regional que no tendrá precedentes.

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El gigante sudamericano acabó la primera era Lula como un poder emergente, antes de la crisis política y económica que llevó al impeachment de su sucesora, Dilma Roussef, en 2016. Después, los escándalos de corrupción lastraron al PT y Lula estuvo 580 días en prisión por unas condenas hoy anuladas, pero en su momento Barack Obama lo consideró “el político más popular de la tierra”, encabezó los listados de líderes más influyentes, promovió el bloque de los BRICS —Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica—, el país obtuvo la sede del Mundial 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016 e incluso se hizo una película sobre su vida, Lula, o filho do Brasil (Lula, el hijo de Brasil).

El peso de Brasil es innegable. Se trata de un país de dimensiones continentales, con más de 200 millones de habitantes, que crecerá este año al 2,8%, según el FMI. “¿Cuáles son las cinco mayores economías de América Latina?”, pregunta con trampa por teléfono el exdiplomático Julio César Gomes Dos Santos para subrayar que después de Brasil y México, el Estado de São Paulo —con 46 millones de habitantes— sería por sí mismo la tercera economía de la región, por encima de Argentina, Colombia y Chile.

“Brasil es hoy un paria de la comunidad internacional”, se lamenta Gomes Dos Santos, que fue embajador en los gobiernos de Cardoso y Lula y después se dedicó a la academia en Colombia. Desde tiempos de la dictadura, que acabó en 1985, Brasil trazó una política exterior independiente, responsable y pragmática, muy profesional, que prosiguió con todos los presidentes hasta que Bolsonaro rompió esa tradición al alinearse con la Casa Blanca de Trump, explica el experto. ¿Cómo sería una nueva política exterior con Lula? “Basta dar una mirada a sus dos gobiernos, cuando Brasil se proyectó en el exterior como en ninguna otra época de su historia”, señala. Sería, según este análisis, un regreso a la tradición diplomática brasileña.

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Las circunstancias son distintas, a nivel global y a nivel regional, y eso condiciona la política exterior, matiza el científico político Sergio Fausto, director de la Fundación Fernando Henrique Cardoso. “No estamos viviendo un bum de las commodities [materias primas]”, recuerda. Sin embargo, coincide en que las directrices centrales son las mismas de los dos mandatos anteriores, con una evidente influencia de Celso Amorim, canciller en esos años y cercano asesor de campaña. “Tampoco hay que exagerar las afinidades políticas entre diferentes países; hay ubicaciones geográficas que marcan diferencias importantes”, advierte. México comparte infinidad de asuntos bilaterales con Estados Unidos y Colombia es un estrecho socio de Washington en la región, por mencionar dos ejemplos. A pesar de esos matices, “hay cierta convergencia, sobre todo en América del Sur, en relación con la importancia de relanzar de alguna manera Unasur, pero sin los tintes ideológicos que tuvo en aquel entonces, cuando el chavismo era muy fuerte”.

Afinidades

El propio Amorim aseguró esta semana en un encuentro con corresponsales en São Paulo que los asuntos ambientales serán un “elemento central en la política exterior, porque de la cuestión climática depende la supervivencia del planeta”. Lo acompañaba la exministra de Medioambiente Marina Silva, un símbolo de la conservación de la Amazonía, muy maltratada bajo Bolsonaro. Lula tendrá “tolerancia cero” con la deforestación, impulsará metas climáticas más ambiciosas y reforzará la cooperación internacional para proteger el pulmón del mundo, subrayó la ecologista.

Brasil puede encontrar allí importantes afinidades con otros países de la región. La nueva izquierda encabezada por Petro —y en menor medida por Boric— llega con una agenda ambiental muy marcada y postula un modelo económico que dé prioridad a las energías limpias. Fausto considera sintomático que a pesar de todas las heridas del pasado, Marina Silva, que se alejó hace años del PT, se la ha jugado por la campaña de Lula. “Es una señal clara de que el tema ambiental tendrá una centralidad nueva en el futuro gobierno de Lula”, señala.

“Vamos a construir un Brasil sostenible”, promete Lula en una carta al “Brasil del mañana” que divulgó su campaña esta semana, en la que se propone superar el aislamiento que atribuye a Bolsonaro. “Retomaremos la política exterior soberana, altiva y activa, promoviendo el diálogo democrático y respetando la autodeterminación de los pueblos”.

Dado que la integración con Argentina, Uruguay y Paraguay en el Mercosur se antoja irreversible —a pesar de que Bolsonaro intentó torpedear el bloque—, la mayor sintonía que se vislumbra es con la Colombia de Petro, otro país amazónico. Entre los actuales líderes latinoamericanos, apunta Gomes Dos Santos, “el único que tiene una vastísima experiencia de gobierno de ocho años en un país como es Brasil, con una industrialización increíble, una agricultura imbatible y un empresariado fortísimo, y convivió con todo esto, fue Lula”.

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