Imagen de archivo de un niño jugando con una pistola de juguete detrás de sus amigos que se entretienen en unas maquinitas.DIEGO SIMÓN (Cuartoscuro)
Pistolas y maquinitas para jugar. Esa es la realidad con la que conviven miles de niños en México y que de tarde en tarde deviene en tragedia, como la ocurrida en Veracruz, donde un chavalín de 10 años, enrabietado porque había perdido en el juego, mató a su compañero de clase, Samuel, de 11. La madre del fallecido ha contado que llegó a tiempo de sostener a su hijo, que “se convulsionaba, se debatía entre la vida y la muerte”. Doña Leticia buscó la bala, que había impactado en la cabeza del niño, encima de la oreja, y lo sostuvo en los brazos pidiendo ayuda. El traslado al hospital no le salvó la vida. El diario Reforma recoge las palabras de la madre: “Lo único que pido es que me ayuden a hacer justicia, porque mi hijo murió por culpa de los padres de ese niño que mató a mi hijo, porque es una falta de responsabilidad dejar una pistola en la mesa como si fueran cosas de comer”.
La familia del agresor ha huido del pueblo, La Perla, un municipio veracruzano colindante con Puebla, donde el pasado domingo, tras la partida en las maquinitas, el perdedor fue a su casa, agarró la pistola y volvió al local para matar al compañero. El niño ha sido velado en la humilde vivienda que compartía con sus padres y cuatro hermanos, una casa de madera y cubierta de chapa donde la mesa del comedor sostuvo el féretro ante los vecinos que arropaban a la familia, según el reporte de los medios locales.
La Perla y sus comunidades cuentan cerca de 29.000 habitantes, de los cuales 18.500 son pobres, la mitad de ellos en situación extrema, con un escaso sistema de salud y un rezago educativo considerable, donde el nivel más alto que han alcanzado apenas 250 vecinos es el bachillerato, según los datos oficiales que muestra el Ayuntamiento en su página web. Bosque y agricultura son las tareas principales de la zona. En pueblos así son comunes estos pequeños locales de ocio infantil con refrescos y botanas, a veces con el suelo de tierra prensada, que recuerdan otros siglos, donde lo más moderno son las maquinitas de juego.
Comunes son también las pistolas en las casas, que no son ajenas a los niños, tanto el ámbito rural como en el urbano, a pesar de las campañas que de tanto en tanto intercambian las armas de fuego por ayudas económicas o juguetes. El año ha comenzado sangriento en esa zona montañosa donde los cuerpos de tres jóvenes asesinados fueron hallados el día 8 con un tiro de gracia en barrancas de las comunidades de Tuzantla y Tlamanixco Grande. El reporte delictivo cuenta más cadáveres y los agentes investigan otros asesinatos en la zona. El gobernador del Estado, Cuitláhuac García Jiménez, ha lamentado lo ocurrido: “Lo triste de este caso es que un niño de 10 años tiene acceso a un arma de su familia y la detona contra otro menor por una discusión entre ellos. Hay que actuar apegado a derecho para ver las responsabilidades por el arma, porque sin duda que hay responsabilidades”.
La presencia de armas en los domicilios mexicanos se hace notar a menudo en altercados callejeros, domésticos o en las escuelas. En enero de 2020, un niño mató a una profesora y dejó heridos a varios estudiantes en Torreón (Coahuila). Llevaba dos pistolas y se suicidó después con una de ellas. Otro chico de 15 años hizo algo parecido en Monterrey dos años antes. Y el 27 de febrero del año pasado, Ciudad de México vivió un susto en una escuela de Iztapalapa, uno de los barrios más deprimidos de la capital, cuando un alumno sacó una pistola en el salón de clase y se lastimó un dedo con un disparo. El asunto recordó el problema de un país donde comprar una pistola está al alcance de muchos, es fácil y barato. El Gobierno de la ciudad puso en marcha nuevas campañas de desarme, a una de las cuales acudió la alcaldesa, Claudia Sheinbaum. Pero la violencia que sacude estos barrios y la precaria seguridad dificultan que los vecinos quieran entregar sus pistolas así como así.
Veracruz, donde sucedió la tragedia el pasado domingo, es uno de los Estados que soporta más violencia. Como siempre, la situación estratégica, entre el mar y camino del norte hacia Estados Unidos, lo convierte en territorio de guerra para los narcotraficantes. Las zonas montañosas, donde viven miles de personas en condiciones precarias, son a veces muy peligrosas, porque se cruzan en el camino de los delincuentes, cuando no participan de la economía agraria que proporcionan las drogas. Las armas se convierten en utensilio de uso común en estos casos y hay días en que son las protagonistas de una infantil venganza de juego.
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