Matteo Messina, una historia ligada al destino de Italia

Matteo Messina, una historia ligada al destino de Italia

Cuando se detiene a un capo mafioso de la talla de Matteo Messina Denaro, un auténtico capo que, con sus estrategias económico-criminales, ha moldeado durante décadas no solo el destino de la organización cuya cima ocupó, sino también el de toda Italia, es muy difícil resumir, excluir detalles, elegir una versión de los hechos y omitir todas las demás. Sin querer caer en la retórica, podemos decir que la historia de Matteo Messina Denaro está indisolublemente ligada al destino de Italia, a su historia judicial y a las disputas que, inevitablemente, se han vuelto a avivar con su arresto. Incluso la propia imagen que la mafia da de sí misma devuelve un reflejo fiel de la sociedad de la que forma parte.

Matteo Messina Denaro, nacido en 1962, es considerado el jefe indiscutible de una estructura piramidal: jefe anciano y enfermo de una organización que tiene jerarquías obsoletas y viejas, igual que ocurre en la sociedad italiana. Viejas jerarquías que, si bien por un lado bloquean y ralentizan toda decisión, por otro son garantía de adhesión a los códigos del pasado, que son todo menos códigos de honor. Son códigos que imponen la venganza, que extorsionan el respeto con la violencia y envenenan el territorio que tiene la desgracia de albergar a los capos huidos de la justicia, que necesitan protección.

Matteo Messina Denaro ha sido detenido en su Sicilia natal, residía en un piso de Campobello di Mazara, a solo ocho kilómetros de Castelvetrano, donde nació y donde dio sus primeros pasos como criminal. Siempre ocurre así, es una regla que no admite excepciones. Al igual que los jefes de los Casaleses ―Antonio Iovine y Michele Zagaria―, como Francesco Schiavone (conocido como Sandokán), como Paolo Di Lauro y sus hijos en Secondigliano; tampoco Matteo Messina Denaro se ha movido nunca realmente de su territorio.

Hay dos motivos, pero nada romántico ni sentimental. No hay nostalgia canalla ni vínculo emocional. El lugar de origen de todo jefe fugitivo es el más seguro de todos. Los investigadores saben perfectamente que la probabilidad de que los jefes estén cerca de su casa es muy alta, pero también saben que existe una red de seguridad prácticamente infranqueable. Una red que está ligada a intereses económicos precisos y cuyos lazos se estrechan por el miedo: los que traicionan sufrirán una venganza transversal. El silencio a cambio de la vida.

No cometamos el error de considerar que en las tierras que protegen a los jefes rige la omertà: el código del silencio deriva del miedo y el miedo viene de una época en la que, para la mafia, la sangre era la respuesta a cualquier desafío, a cualquier detención, a cualquier denuncia. Maria Falcone, hermana de Giovanni Falcone, asesinado en el atentado mafioso de Capaci en 1992, en el que otras cinco personas perdieron la vida junto con el juez antimafia, incluida su esposa Francesca Morvillo y los hombres de la escolta, habló del arresto de Messina Denaro como una “liberación” para esos territorios. Y tiene toda la razón.

Ningún territorio es libre si tiene que dar cobijo a un jefe que exige protección. Todos presos en el Purgatorio… Y cuando termina la huida no hay Paraíso, sino solo la vergüenza; la vergüenza y la culpa por haber cobijado a un criminal. Nadie tiene piedad de los que viven en tierras desdichadas.

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Además, hay una segunda razón por la que los jefes criminales nunca dejan su reino por mucho tiempo: son conscientes de que irse significa pasar el cetro y, por muy de fiar que sea el virrey, tarde o temprano anhelará el mando.

Sin embargo, a pesar de su larga fuga, Matteo Messina Denaro ha viajado, y mucho. Fue situado varias veces en España, aunque no tenemos pruebas definitivas de ello, solo rastros. Pero sabemos con certeza que la Cosa Nostra ha invertido en España, también bajo la regencia de Messina Denaro. La Península Ibérica ha sido siempre territorio de inversión para la Cosa Nostra siciliana y para todas las principales organizaciones criminales italianas e internacionales. La mafia empieza a invertir en España poco después de la caída del franquismo y se convierte en una especie de levadura en la España democrática, anquilosada por la dictadura.

Para ser más claros: en la España posfranquista existían las empresas y sobrevivía la burguesía que el franquismo había permitido existir; aún no había nacido una clase empresarial liberada de las rigideces del régimen y, además, la burguesía española miraba con gran recelo los capitales que llegaban del extranjero para competir con las empresas autóctonas. La Cosa Nostra siciliana consiguió evitar esta dinámica, y empezó a invertir en España y a apoyar a esa parte de la burguesía empresarial española que se sentía agredida por el libre mercado. En definitiva, las viejas generaciones surgidas del franquismo se aliaron con el segmento económico de las organizaciones criminales, desencadenando inversiones en el turismo y en el sector del cemento, en un país que aparecía virgen, aún sin colonizar, sin leyes antimafia y sin ninguna atención a la dinámica criminal.

España ha tenido leyes antiterroristas, igual que ocurrió en Italia. Pero en Italia, cuando la mafia ―y el protagonista fue precisamente Matteo Messina Denaro― inició la denominada temporada de las masacres, la lucha antiterrorista moldeó las leyes para luchar contra las organizaciones criminales. Esta ósmosis entre legislación antiterrorista y legislación antimafia fue posible en Italia, y no en otros lugares, porque las mafias más crueles nacieron en Italia y arrasaron el territorio actuando exactamente igual que las organizaciones terroristas: colocando bombas. En otros lugares, como en España, las organizaciones criminales italianas llevaron capital, no trinitrotolueno. Baste decir que Alemania no se dio cuenta de hasta qué punto la ‘Ndrangheta estaba arraigada en su territorio hasta la masacre de Duisburg, ocurrida en agosto de 2007. Sin sangre y sin matanzas, no parece necesario prestar atención a los flujos de dinero de origen criminal, porque son ingentes, útiles, incluso necesarios.

Matteo Messina Denaro era el jefe favorito de Totò Riina, y en su doble condición de jefe empresarial y militar encabezó la estrategia de masacres que situamos entre 1992 y 1993. Después de los atentados de 1992 en Sicilia contra los jueces Giovanni Falcone ―en la autopista, a la altura del desvío a Capaci― y Paolo Borsellino ―en la via D’Amelio de Palermo―, y cuyo propósito era detener cualquier investigación contra ellos; las bombas de 1993 llegaron a Roma (en via Fauro, frente a la Basílica de San Juan de Letrán y la iglesia de San Giorgio al Velabro), a via dei Georgofili en Florencia y a via Palestro en Milán. Estas últimas pusieron emocionalmente de rodillas al país, ya sacudido por las masacres de Capaci y via D’Amelio. Y, sin embargo, cuando una rama de la Cosa Nostra, tras la muerte del juez Paolo Borsellino, planteó la hipótesis de interrumpir el pulso con el Estado, temiendo que las masacres hicieran demasiado daño a los asuntos de la mafia, Matteo Messina Denaro, que se adhería completamente a la estrategia de su mentor Totò Riina, se mostró convencido de lo contrario.

Para entender cuáles eran sus “razones”, es necesario explicar cómo se sentían los líderes mafiosos respecto a la política local y nacional. La mafia consideraba que la política era su emanación y su aliada, porque la Cosa Nostra ―como sucede con todas las organizaciones criminales― siempre ha tenido un caballo por el que apostar en política, siempre ha proporcionado votos y apoyos. Y ahora, al parecer, había llegado el momento de exigir una recompensa. Matteo Messina Denaro pretendía que esa facción política a la que la mafia había apoyado a lo largo de los años, evitara los juicios y bloqueara las investigaciones en los periódicos; en definitiva, quería que la facción política a la que la Cosa Nostra siempre había apoyado tomara medidas para defender a su segmento criminal. Si tuvieron éxito o no todavía es objeto de investigación y constituye el centro de un acalorado debate que se desarrolla en Italia desde hace décadas. Luego, las masacres se detuvieron realmente y aquí también las razones alegadas son de lo más dispar.

Totò Riina fue detenido en 1993, y con su arresto el ala de la Cosa Nostra partidaria de las masacres perdió a uno de sus más acérrimos defensores. Con Riina en prisión, lo más probable es que Messina se convenciera de que las bombas han hecho más mal que bien. Con toda probabilidad, había una necesidad concreta de reorganización que, con los muertos sobre el asfalto y demasiada atención judicial y mediática, nunca podría haberse producido. Sin embargo, según algunos, las masacres se detuvieron porque la mafia había encontrado un nuevo interlocutor político. Pero como nada sucede por casualidad, vale la pena preguntarse sobre el momento del arresto de Messina Denaro. ¿Por qué hoy? ¿Por qué después de 30 años huido? ¿Por qué ahora que, enfermo de cáncer, parece que le queda poco para vivir?

Hay quienes relacionan la detención de Messina Denaro con otro arresto un poco anterior, el de Antonio D’Alì, nacido en 1951, heredero de la familia que fundó la Banca Sicula de Trapani, el banco privado más importante de Sicilia. D’Alì fue uno de los fundadores de Forza Italia, subsecretario del Ministerio del Interior de 2001 a 2006 y, según los investigadores, estaba a disposición de Totò Riina y Matteo Messina Denaro, con quienes tenía una relación familiar muy antigua. El 14 de diciembre, D’Alì fue arrestado y exactamente un mes después terminan los 30 años de fuga de la pimpinela escarlata Messina Denaro.

Acaba una era, una era hecha de fichas policiales anticuadas, retratos robot más o menos parecidos a la última imagen del jefe, con la cara ligeramente ladeada y gafas de sol. Termina una era a la que nadie mirará con nostalgia. Una advertencia a España: esta detención os afecta y espero que estimule un debate serio sobre el tema penal. No hay país de Europa en el que las organizaciones criminales inviertan tanto como en España y, al mismo tiempo, no hay país con menos conciencia de ello.

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