Hugo Mora, un paciente con adicción, habla con el doctor Luis Suárez en la zona de desintoxicación de un hospital en Guayaquil, el 6 de enero.MARCOS PIN (AFP)
“Todo empezó cuando llegué al colegio, mi amigo me dijo esto es H, te va a sentar bien”, narra Pablo su primera experiencia con la heroína, a la que llaman H, la droga más peligrosa que circula por las calles de Guayaquil, en Ecuador. Es altamente adictiva y al ser tan barata se vende con facilidad en los colegios, la consumen niños desde los 12 años. Pablo tenía 15 cuando la probó “por curiosidad”. “No me obligaron y me sentí bien, aunque la primera vez tuve náuseas y me mareé”. Han pasado dos años desde entonces y la adicción escaló hasta que lo llevó a abandonar el colegio y su casa. Ahora deambula por las calles vendiendo cualquier cosa por un par de dólares que le permitan comprar la dosis del día.
Se le nota desnutrido, su cara está demacrada, como quien duerme pocas horas. Tiene las manos heladas y se las frota sobre el pantalón repetidamente. “Tengo tres horas sin consumir”, dice para explicar el frío que siente en el cuerpo en una ciudad donde siempre hace calor. Tiene síntomas de abstinencia.
La H tiene una base de heroína mezclada con anfetaminas, cemento para construcción, pintura que se raspa de las paredes e incluso se han encontrado bajas dosis de veneno para ratas. La mezcla cambia entre los traficantes. Una funda con un gramo de H se vende en las calles por 1,25, dólares y para un consumidor habitual esa cantidad durará apenas unas horas. “Mientras la droga sea más barata es más tóxica y por lo tanto dañina”, dice Rómulo Bermeo, un médico especialista en adicciones que trabaja en la Comisión de Prevención del consumo de drogas del Colegio de Médicos del Guayas.
Bermeo hace visitas muchas veces a los lugares donde se sabe que se reúnen los consumidores de H y los trata de convencer para unirse a un tratamiento de desintoxicación. “Les explico que no los vamos a internar en ninguna clínica, que puede ser ambulatorio”, explica.
Entre los barrios que recorre está el Suburbio, uno de los más populosos de Guayaquil, donde los hacheritos, como les llaman a los consumidores, deambulan como zombies vendiendo botellas de agua o caramelos. Compran a los traficantes a cualquier hora del día. Abren la funda, meten el dedo en el polvo e inhalan. Cogen sus botellas de agua y caminan sin prisa. Nadie les dice nada. “Antes tenían recelo de que los vieran consumir, pero ahora no. Hasta en el bus consumen y uno solo tiene que no mirar”, dice Rocío, una habitante del sector.
En el Suburbio las redes de microtráfico de droga han aprovechado muy bien las vulnerabilidades de la población que sobrevive del comercio informal, vendiendo en las calles y con precarios servicios. El doctor Bermeo recorre varios días a la semana la calle H, a la que han denominado como el mall de la droga. En esa cuadra, se puede conseguir toda clase de sustancias: cocaína, marihuana, plop plop, cripy y H, por solo un par de dólares.
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El consumo de drogas y de alcohol es un problema de salud pública que crece entre los adolescentes y que es difícil dimensionar con datos. Las estadísticas son dispersas, así como los proyectos para solucionarlo. El Municipio de Guayaquil ha logrado determinar una cifra: 248.000 pacientes atendidos en casi cuatro años por las brigadas médicas que recorren diferentes barrios, de los cuales el 25% logra continuar en rehabilitación, según sus datos. Los demás recaen.
El tratamiento que se les ofrece consiste en atención psicológica y medicamentos para sobrellevar los síntomas de abstinencia o “la mona” que comienza apenas unas horas después de no consumir H.
“Bastan un par de días de que un joven consuma esta droga para empezar a tener síntomas crónicos como insomnio, irritabilidad, se siente triste o melancólico”, explica Bermeo, pero lo que produce la dependencia inmediata, cuenta, a diferencia de otras drogas, es el dolor articular y muscular. “El dolor es insoportable y eso los obliga a drogarse de nuevo en cuestión de horas”, añade el médico, que ha estudiado en la evolución de los pacientes que la combinación de sustancias tóxicas que contiene la H deteriora gravemente el pulmón, el hígado y los riñones. “Los que han muerto no lo hacen por sobredosis, sino por el daño crónico que la droga causa al organismo, sobre todo al pulmón”, dice.
“Esta es la famosa heroína, la que nos quita el dolor”, dice Luis, de 16 años. “Esto es momentáneo, después me hará falta de nuevo. Una inhalada me durará dos o tres horas en el cuerpo”, advierte, el joven, que debería estar en el colegio pero también lo abandonó para dedicarse al microtráfico. Según una encuesta realizada en 2020 a más de 2.000 estudiantes de colegios entre 12 y 17 años de Guayaquil, el 60% coincidió que es fácil conseguir drogas, esto se une con que el 57% de sus amigos ya son consumidores.
“El problema de las drogas es determinar por qué los jóvenes las consumen”, dice Bermeo. A él sus pacientes le repiten tres motivos, “curiosidad, presión grupal y, en la gran mayoría de los casos, problemas en casa porque vienen de hogares disfuncionales”. Para este diagnóstico, el tratamiento del país debe ser la prevención, que no se resuelve solo con charlas en los colegios, la única estrategia que existe por el momento para evitar que los niños caigan en adicciones.
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